Condenar la violencia ya cotiza en bolsa
No puede venir ahora Pablo Iglesias, quien comparte afectos políticos con los herederos de ETA, a pedir poco menos que se impida que VOX participe en las elecciones porque no condena la violencia
Una curiosidad que no voy a dejar pasar. Fue en 2014. Aquel año irrumpió en la escena política un nuevo partido, Podemos. Fue fruto de las movilizaciones del 15-M y todas esas cosas que ustedes ya saben. Y ese mismo año, aunque técnicamente habría que decir esa temporada, la SD Eibar ascendió a Primera División. Recuerdo que un amigo periodista no dejó pasar la oportunidad aquellos días para poner en Twiter una contundente sentencia: “Estos dos van a durar lo mismo”.
No es que mi amigo uniera el devenir del partido de Pablo Iglesias a la trayectoria del conjunto armero, poco pueden tener en común, si no que hacía ver las dificultades de consolidación de determinados empeños en el complejo y cerrado ecosistema en el que se desenvuelven tanto la política como el fútbol en España. Y si uno mira la tabla clasificatoria de Primera División y lo que las encuestas electorales otorgan a Podemos en Madrid, no queda otra que reconocerle a mi amigo ciertas dotes adivinatorias.
Pero más allá de esta teórica coincidencia, la pregunta que deberíamos hacernos es qué aportan apariciones como la del Eibar en la máxima categoría del fútbol o la de Unidas-Podemos en la política española. Como conocí de cerca el ascenso del equipo guipuzcoano les puedo asegurar que no fue fruto de la casualidad.
El éxito del Eibar era la consecuencia de una forma de hacer las cosas, de un estilo que combina virtudes como la humildad, la constancia, la perseverancia y la fidelidad a unas señas de identidad. Sin embargo y si nadie lo remedia, todo esto puede acabar siendo insuficiente para perpetuarse en un mundo de gigantes que hablan ya de Superligas, con jugadores con fichas astronómicas y clubes que cotizan en bolsa.
La realidad se acaba imponiendo por muchos regates en corto que le hagamos. Claro que siempre nos queda la posibilidad de intentar superar la propia realidad. Ya saben, cabalgar contradicciones, que viene a ser algo así como hoy me sirve decir una cosa y mañana la contraria. Y Unidas-Podemos está en ello. De hecho, nunca ha dejado de estarlo. Es el estilo de juego que le ha traído hasta aquí.
Hay que reconocer que su transgresora aparición en las instituciones y la vida política española han introducido un relativismo moral que da de lleno en la célebre ley del embudo. Cuando Pablo Iglesias ha abandonado el debate de la Cadena SER ha caído, sin pretenderlo, en la parte estrecha de ese embudo.
El embudo en el que se acumulan desde hace décadas las quejas de quienes han sufrido primero la persecución terrorista de ETA y luego la de sus herederos. Las de quienes han tenido que soportar escraches debajo de su casa porque eran “jarabe democrático”. Las de quienes han querido dar una conferencia en la universidad y han tenido que salir escoltados y a empujones. O quienes han pretendido dar un mitin en un pueblo del País Vasco y no han podido hacerlo ni con protección policial.
Si se hubieran abandonado los debates electorales porque en ellos participaban, quienes nunca han condenado asesinatos ni amenazas, en el País Vasco no se habrían podido celebrar elecciones desde hace muchos años. Es más, cuando algún partido político ha mostrado su desacuerdo a participar en actos con miembros de Bildu que no condenan la violencia, ha caído sobre él la acusación de intolerante, de poco conciliador o de impedir con su actitud la convivencia entre vascos.
No puede venir ahora Pablo Iglesias, quien comparte afectos políticos con los herederos de ETA, a pedir poco menos que se impida que VOX participe en las elecciones porque no condena la violencia de unas amenazas en forma de bala dentro de un sobre. Y aún menos pueden prestarse determinados medios a interpretar esa no condena como pretende Unidas-Podemos.
La candidata de VOX, Rocío Monasterio, dijo condenar toda violencia, pero puso en duda la autenticidad de la amenaza denunciada por Pablo Iglesias, a quien reprochó no haber recibido por su parte ninguna censura contra los autores de los ataques que el partido de Santiago Abascal sufrió en Vallecas.
Unidas-Podemos no puede pretender a estas alturas de la liga que la condena a la violencia cotice en bolsa para que los medios la apliquen como si fuera la prueba del algodón. Quien se preste a ello deberá tener en cuenta que buena parte de la sociedad española ha tenido que encajar a regañadientes que Bildu tenga representantes en las instituciones e incluso pacte con el gobierno de la nación sin condenar a ETA.
Aceptar lo que no nos gusta es, en gran medida, la esencia de la democracia.