Cómo responder ante las ‘ciudades frágiles’
Ocurrió el pasado mes de julio. En la ciudad de Caracas. Más de 500 homicidios registrados, situándola como la ciudad más violenta del mundo.
Desde 2009 y por primera vez en la historia de la humanidad más de la mitad de la población mundial ya no vive en entornos rurales. Según Naciones Unidas alrededor de 3.880 millones de personas, de un total de 7.347 (2015), viven en núcleos urbanos o semi-urbanos. Para el año 2050 se espera que la población aumente hasta un 66% del total mundial. Si bien no existe una definición universal de lo que se considera población urbana y rural, existe la asunción generalizada de que los entornos urbanos proveen un estándar de vida más elevado que los entornos rurales.
Lamentablemente la tendencia, dictada por el azar humano, nos muestra un panorama diferente.
El aumento de la población mundial se está produciendo principalmente en países de ingresos económicos medios o bajos, en la periferia de las grandes ciudades y los entornos urbanos, donde una de cada tres personas reside en estas áreas. Esta tendencia global ha dado lugar a un descontrolado incremento de suburbios y chabolismo, en especial en países con índices de pobreza y acceso a oportunidades más desfavorecidos.
Sus habitantes viven en condiciones insalubres con acceso restringido a servicios básicos como la salud, educación o seguridad. O simplemente estos no existen. El abandono por parte del estado de las poblaciones más desfavorecidas parece ser parte de la modernización. Sin embargo, el éxodo y la migración a las ciudades continúa. El deterioro de los entornos rurales, la existencia de conflictos armados, y el acceso a nuevas oportunidades económicas y una forma de vida mejor son factores de empuje.
El rápido crecimiento de suburbios pobremente administrados incrementa los niveles de riesgo y vulnerabilidad de sus habitantes, y por ende su seguridad. Desastres naturales, riegos tecnológicos y de contaminación, robos, asaltos y violencia sexual son cada vez más frecuentes. Junto a ello, la gran diversidad de actores con múltiples intereses y objetivos, hacen que el tejido social sea más complejo. La recurrencia a la violencia sistematizada y el control por el territorio y los recursos hacen que la inseguridad ciudadana tome proporciones endémicas.
Situaciones crónicas derivadas de la marginación, la pobreza y la exclusión social se han instalado en muchas ciudades dando lugar al fenómeno conocido como «ciudades frágiles» (notablemente usado en círculos militares).
Caracterizadas por la pérdida de capacidad para regular y monopolizar el uso legítimo de la violencia, estas «ciudades frágiles» adquieren características de zonas de guerra convencional. Ciudades como San Pedro de Sula (Honduras), Caracas (Venezuela), Johannesburgo (Sudáfrica) o Acapulco (México) registran índices de muerte por violencia más elevados que Bagdad (Iraq), Mogadiscio (Somalia) o Bangui (República Centroafricana).
La confrontación entre el Estado y los actores no estatales hace de ciudades como estas, y sus suburbios, centros de disputa violenta con impactos muy negativos. El resultado inmediato, al margen de las muertes, es una fragmentación social de dimensiones significativas y muy complejas de revertir. La incorrecta gestión de las dinámicas del conflicto social, la falta aparente de intereses y una mala visión política dan paso a nuevas formas de segregación y discriminación. Un círculo vicioso que retroalimenta la violencia y mina el desarrollo de las sociedades. Una amenaza a la estabilidad política, económica y social de los estados.
En el año 2000, la Declaración del Milenio1 establecía el compromiso de las naciones del mundo a «reducir la pobreza extrema», lo que indica claramente que la paz y la seguridad dependen de la prosperidad y el bienestar de las personas.
El conocimiento de las dinámicas de cada entorno, la composición, movilidad y densidad de su población, la criminalidad y gobernabilidad (o la falta de ésta) son elementos fundamentales a la hora de poner remedio. El acceso y las oportunidades para la resolución de conflictos supone respuestas muy específicas que requieren de un esfuerzo y visión política de la que hoy parecen carecer, o desestimar, quienes detentan la capacidad de ejercerlas. Es esencial desarrollar una comprensión de la naturaleza de la violencia urbana y las raíces del conflicto, tener en cuenta las realidades cambiantes y los diferentes actores que en ella interactúan, así como de sus propios intereses y estrategias.
Las respuestas deben centrarse en soluciones pragmáticas, graduales e incrementales para responder a la complejidad de estas nuevas realidades. Criminalizar la violencia no basta, y no resuelve nada. Como diría Einstein, «es más difícil romper un prejuicio que un átomo».