Como ir del oasis a la división
Tantos afanes ha dedicado el nacionalismo catalán a consagrar Catalunya como un oasis alejado de las reyertas españolas que ahora hay que mirar para otro lado ante la dimensión de la actual crisis de autoridad y de confianza institucional. Ahí el conseller Homs tiene un rol modélico.
Es el problema de las burbujas: de vez en cuando estallan, del mismo modo que los oasis acaban por revelarse como espejismo. Ha sido uno de los errores históricos del nacionalismo catalán siempre que cunde la rauxa.
Fue en otoño de 1921 cuando los partidos políticos Acció Catalana –escisión intelectualista de la Lliga– y Estat Català enviaron un telegrama a Abd El-Krim, el cabecilla de la revuelta contra España en el Rif.
El telegrama decía: “Ante vuestra valiente resolución en defensa de la patria marroquí amenazada por España, los hijos de Catalunya os envían un mensaje de simpatía. No es la primera vez que la tierra catalana demuestra su protesta por la invasión de Marruecos. Recordad la revuelta de julio de 1909. Hoy Catalunya también condena los métodos bárbaros usados por el ejército español. Salud. Coraje. Que viváis por muchos años”.
Era la actitud de un nacionalismo primitivista, en la misma época en que la Lliga de Cambó buscaba trazar puentes. A saber qué exabrupto hubiese proferido el general Prim, que fue el héroe de Castillejos en la guerra de Marruecos. Años antes, como gobernador de Barcelona había atajado los disturbios de la Jamància. De hecho, puso asedio a Barcelona durante un largo mes. Hay algo de ficción en el intento de convertir a Don Juan Prim en figura del proto-nacionalismo.
Fue también el primitivismo institucional y político que, siendo presidente en funciones de la Generalitat, llevó a Carod-Rovira a hablar con ETA en Perpiñán. A un extremo del nacionalismo catalán aparece de costumbre la fuerza negativa de una doble mesura respecto al cumplimento de la ley. Son grotescas las visitas a Gibraltar del nacionalismo radical para solidarizarse con la dependencia colonial britànica.
La depreciación del capital simbólico del catalanismo habrá alcanzado su máximo mientras las culpas sean siempre del otro. Si por completo las culpas son de España, todo vale. Por ejemplo, iniciar una reivindicación de naturaleza desestabilizadora en el momento en que toda España y, por tanto, Catalunya, estaba debilitada por el impacto de una crisis económica.
En un mundo global hay que reconsiderar con mucho cuidado la noción arcaica de que los problemas del vecino son nuestras oportunidades. Ante la actual incertidumbre en Catalunya, la competencia de sustitución en los mercados tiene su lógica. Alentarlo es otra manera soberanista de fragmentar los intereses de la sociedad catalana.