¿Cómo hacer magia cultural sin varita?

Los políticos han convertido la gestión cultural en un entramado de trámites burocráticos más propios de la obra pública

Los ayuntamientos han abandonado poco a poco el discurso de la educación cultural. Y la manera más fácil de visualizarlo es observar el traspaso de funciones y de poder cultural, entre los viejos (a tenor de lo rápido que corre el tiempo) equipamientos socioculturales de barrio y las grandes infraestructuras de ciudad y país.

Los centros cívicos fueron el modelo por excelencia de centro cultural participativo de los años 80 y acabaron cumpliendo funciones compensatorias muy alejadas de la capacidad de movilización y activismo cultural que tuvieron en aquellos años siendo sustituidos progresivamente por bibliotecas y por equipamientos finalistas en manos de programadores especializados en la gestión del mercado cultural.

La cruda realidad cultural

Aunque los objetivos educativos sean implícitos a toda actividad cultural pública, la realidad demuestra que la gestión del TNC, del LLiure, del MACBA o del MNAC depende mucho más de los compromisos adquiridos con los artistas, de los conflictos derivados de la producción de los espectáculos y las exposiciones o de los debates de statu quo entre sus responsables y la comunidad artística de referencia que no de la gestión de un marco integrador, que tenga la educación cultural como referencia prioritaria.

Durante el primer decenio del siglo este debate tuvo poca importancia porqué, en el punto medio de este evidente desequilibrio, las bibliotecas jugaron un papel determinante. Su evolución como centro especializado en progresivo desuso (la aparición de Internet obliga a una profunda revisión de los objetivos y las funciones de las bibliotecas) se compensó con una indisimulada conversión en centros cívicos.

Los espacios públicos han dejado de ser protagonistas de la vida cultural para convertirse en administradores de servicios sociales

De hecho lo que determina la diferencia real entre unos y otros equipamientos no es su plan de trabajo (cada día mas similar), sino su gobernanza y en este sentido las bibliotecas son claramente equipamientos culturales mientras que los centros cívicos han evolucionado hasta convertirse en centros sociales.

Pero en los últimos años el discurso de la educación cultural ha reaparecido con fuerza. No tanto desde la perspectiva de un activismo cultural doctrinal e inclusivo (los derechos culturales), sino desde perspectivas políticas que cuestionan la eficiencia del mercado y reclaman mayores dosis de participación e interacción cultural.

Evidentemente la reivindicación de la educación cultural como antídoto a la falta de evolución real de nuestra democracia y la pasividad con la que se nos invita a vivir nuestra realidad política tiene sentido, aunque resulte difícil de  afrontar sin disponer de los instrumentos necesarios.

Si no existiera la vida sociocultural seria imprecisa y sujeta al poder de charlatanes y lideres populistas

Bien entrados en el siglo XXI nuestra realidad cultural constata varias cosas: la primera es que el mercado cultural no solo se ha consolidado como una realidad de amplio espectro (va mucho más allá de lo meramente comercial), sino que crece a un ritmo vertiginoso; la segunda es que la administración ha convertido la gestión de la cultura en un entramado de trámites burocráticos más propios de la gestión de obra pública que de actividades sujetas al voluntariado y a la participación cívica.

La tercera y probablemente la más dura, es que los espacios públicos de interacción cultural han dejado de ser protagonistas de la vida cultural para convertirse en administradores de servicios sociales de proximidad.

Los equipamientos culturales objetivan la realidad. Si no existiera la vida sociocultural seria imprecisa y sujeta al poder de charlatanes y lideres populistas. Sería como una sanidad sin hospitales ni centros de atención primaria. El problema está en buscar la formula para resolver la demanda creciente de cultura y los objetivos de una política de educación cultural sin disponer de equipamientos expresamente dedicados a ello.

Aun quejándonos de falta de presupuestos, nunca tuvimos tantos recursos y a la vez tantas dificultades

Los centros cívicos forman parte de la administración territorial y la prestación de servicios sociales, las bibliotecas están en plena transformación. Los grandes equipamientos se dedican a programar espectáculos y exposiciones. Además todos están bajo mandos políticos distintos.

Aun quejándonos de falta de presupuestos, incluso siendo la materia más olvidada de las políticas públicas, nunca tuvimos tantos recursos y a la vez tantas dificultades para ponerlos a disposición de un mismo objetivo. ¿Cómo hacer magia cultural sin disponer de varita? He ahí la cuestión.