Cómo engañarse todas las mañanas

Cada mañana durante los largos días de la crisis económica constatábamos que, en el mejor de los casos, quien entendía de política simplificaba la economía; los que sabían de economía, ignoraban la política.

Hoy estamos en lo mismo. Las confusiones que genera el independentismo son un factor añadido: de repente, en las tertulias mañaneras todos somos juristas, expertos en historia medieval, en constitucionalismo y en derecho comparado. Según parece, todos estos conocimientos hacen falta, por ejemplo, a la hora de debatir si una consulta es un referéndum o si la fiscalía es un comando paracaidista. Y eso es lo que se discute en casi todas las tertulias matutinas, hasta el empacho.

El filósofo liberal Pierre Manent insiste en que las democracias a menudo se dejan llevar por el vértigo de renunciar a la memoria de grandezas compartidas para concentrarse en el recuerdo de crímenes y faltas. La tesis es aplicable a una España que, de forma muy extemporánea, se cuestiona el modelo de Estado a la vez que pone lindes maniqueas en la valoración de su pasado, volviendo a la dialéctica de vencedores y vencidos, hurgando en las fosas. El primer paso de Podemos va a ser dinamitar la memoria de la transición democrática.

Aún así, en los esbozos de post-crisis, la confianza sigue siendo un elemento capital. Los gobiernos saben casi instintivamente, como lo saben las sociedades, que sin generar confianza es difícil que se llegue a activar el crecimiento y se reduzca el paro.

Es más, los instintos nos dicen que por ser la economía un factor determinante, los efectos de una crisis económica son los que desembocan en la dimensión más arriesgada de la crisis política. La ansiedad económica provoca angustia política. Depende de las élites políticas, mediáticas y empresariales que la crisis económica no destruya confianza política de modo catastrófico.

 
El análisis será siendo confuso mientras haya alguien dispuesto a engañarse todas las mañanas

Así reciben oxígeno los populismos. De nuevo regresamos al punto de partida: política frente a anti-política; política en grande frente a política al por menor. Ahí está el caso de Rodríguez Zapatero. No emprendió reformas de calado hasta que su credibilidad se vio mermada de un modo que las urnas demostraron irreversible. Fue un Gobierno sin estrategia económica, incapaz de explicar lo que pasaba. Muy al contrario, la experiencia de las crisis del pasado muestra que la negación es la peor de las defensas.

Está ocurriendo con muchos de los componentes de la crisis institucional en Cataluña. Se niegan unos aspectos para resaltar otros. El análisis será siendo confuso mientras haya alguien dispuesto a engañarse todas las mañanas. Zapatero prometió a la ciudadanía de Cataluña que daría su visto bueno a un nuevo “Estatut”, fuese el que fuese. Y así todo comenzó de enturbiarse hasta los debates bizantinos de estos días.

En cierto modo, pueden equipararse a la burbuja del euro. El ingreso en el euro y el consiguiente bajo precio del dinero fue como el inicio de una temporada de festejos que nadie pensaba en pagar, sin pensar por supuesto que pudiera no haber dinero para ese pago. Construíamos apartamentos non stop con mano de obra inmigrada que llegaba masivamente y los comprábamos con créditos que uno creía poder devolver en un santiamén.

Pero el soplo de las subprime acabó con todo. Es más: hay un buen puñado de políticos en la cárcel por haber robado en aquellos días de burbuja inmobiliaria. Cuando la pérdida de confianza entre los bancos bloqueó los mercados de crédito, la burbuja se pinchó. ¿Es eso equiparable a la Cataluña que inmediatamente después del 9N prometía una felicidad instantánea y general?