Colombia: »Lo que el viento no se llevó»

«Hoy puedo decir que construir la paz es muchísimo más difícil que hacer la Guerra», premonitorio augurio pronunciado por Juan Manuel Santos pocos meses antes del plebiscito. Un recordatorio a Uribe,  gloria patri. Cuatro complejos y difíciles años de negociaciones con las FARC, y tal vez un momento único en la historia de Colombia. Y un monosílabo se lo confirmó el pasado 2 de Octubre.

Después de más de 50 años de conflicto armado, más de 220.000 muertes directas (tal vez muchas más) y más de seis millones de desplazamientos forzosos, la paz en Colombia supone una titánica tarea de reconciliación. La cuestión es encauzar el resultado del plebiscito en la actual coyuntura política colombiana, y ver los márgenes de maniobra que tienen Santos y las FARC.

Durante mí última y más reciente visita al país constaté, una vez más, la división de opiniones en cuanto a las negociaciones de paz. Dudas en todos lados. Muchos se referían a diálogos, y otros muchos a conversaciones, reflejos de un proceso en el que no acababan de creer.

En las zonas más castigadas por el conflicto por las que viajé, como el departamento de El Chocó, el apoyo al proceso, a pesar de reticencias, salió vencedor. En otros departamentos, como Antioquía, feudo de Uribe, el «no» se impuso a pesar de haber sufrido muy duramente el conflicto armado.

En Barrancabermeja, otrora baluarte de las FARC y ELN de donde fueron expulsados por las entonces llamadas fuerzas de autodefensa durante el mandato de Uribe, los  partidarios del «no» salieron airosos. Donde la guerra ha estado ausente por un largo período de tiempo, el «no» ha conseguido mayorías contundentes. Colombia quedó dividida, o mejor dicho, continuó dividida.

En la paz no hay vencedores ni vencidos. Una lección para los que no han tenido el valor de ponerla sobre la mesa de forma contundente, antes. Insolente tal vez para quienes la inclusión, y no la exclusión, representa una amenaza a su status quo. La paz no se puede imponer por la fuerza, y mucho menos mantenerla. Sólo la comprensión hace que pueda ser talón de Aquiles de este proceso.

La desinformación sobre el acuerdo de paz ha gobernado por encima de los beneficios históricos para el país. Nietzche decía que «no existen hechos, sólo interpretaciones». La realidad está ahí, lo que al fin cuenta es nuestra percepción, y como tal, la que dicta nuestros deseos y decisiones.

Un conocimiento y entendimiento sesgado de los acuerdos de paz y un subjetivismo político empañado por años, son una losa compleja de gestionar. La falta de pedagogía por parte de Santos y su contestado carisma, en las horas más bajas, poco ayudó.

A corto plazo, y más allá de los argumentos de los partidarios del «no» y su búsqueda de la justicia «adecuada» para las FARC, los resultados del plebiscito difícilmente invertirán la marcha emprendida. El camino hacia la solución pacífica del conflicto armado, que no del conflicto estructural de Colombia, parece difícil de invertir.

La pasada semana el máximo líder de las FARC, alias Timochenko, reiteraba la vía pacífica. El compromiso de mantener el alto el fuego y buscar incorporar las «inquietudes de abstencionistas, y del No y el Si». Todos quieren la paz. Los del «sí» y los del «no». Es una necesidad, un camino difícil de transitar pero inequívocamente el único.

El conflicto armado colombiano tiene su base en un conflicto político, económico y social. Las desigualdades entre los diferentes mundos que la cohabitan son desorbitantes. Colombia es el segundo país en Latinoamérica con mayores desigualdades entre ricos y pobres. La segregación económica y social son muy visibles, fuente de inestabilidad social, política y emocional. Una falla sobre la que tender vías de tránsito donde la equidistancia entre ambos lados es fundamental  de acortar. Suprimir. Por tanto, una paz duradera y sostenible requiere de una respuesta eficaz a las desigualdades que en ella reinan y se regeneran

Que sirva de ejemplo Centroamérica, estos días tan alabada, como olvidada. El cese de las hostilidades entre los bandos, y el retorno a una democracia parlamentaria (no tan inclusiva como todos quisieran), no ha conseguido atajar las miserias de la historia.

Países estos con uno de los índices mundiales más elevados de violencia, marginación, desigualdad y exclusión. Se acallaron los fusiles, pero el ruido aún se escucha en las calles de San Salvador, Guatemala o Tegucigalpa. La ferocidad de quienes antaño se enfrentaron, hoy día ha mutado, que no reemplazado, a la masa de excluidos y excluidas, de personas sin nombre y sin derecho. Voces sordas ante, nuevamente, el ruido de las armas. Es necesario cambiar de forma de pensar, para así poder cambiar el destino.

El proceso y construcción de la paz en Colombia, sin políticas valientes y una estrategia audaz carecerá de fuerza transformadora.