Colombia: el funambulismo de la paz

El funambulismo es el arte de caminar a lo largo de un delgado alambre o cuerda, generalmente a una gran altura. Alturas éstas, de vértigo, por el que Colombia ha transitado en los últimos tiempos.

Tras la firma del nuevo acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos firmado el pasado Jueves 24 de Noviembre los equilibrios deben ser medidos con gran precisión. Colombia entra en otra senda, con rumbo claro pero con trayectorias no siempre confluentes. Por un lado los antagónicos al nuevo acuerdo que refrendar en el Congreso, con Uribe cabalgando al frente como estandarte irreductible y fuerza neurálgica, se empeñan en seguir caminando sobre una delgada cuerda. Parecen más interesados en la carrera hacia las elecciones del 2018 que sacar a Colombia de un conflicto armado que dura más de medio siglo. El expresidente Pastrana y lideres evangélicos secundan al caudillo, arropado por su Partido Conservador, pero eluden cualquier responsabilidad de posibles nuevos enfrentamientos. Ejusdem generis.

Por otro lado, la incertidumbre sobre el nuevo periodo que se inicia y la implementación de los acuerdos de paz es un dulce maná para ciertos actores. La disputa por los territorios, y el control de sus recursos, no se ha dejado esperar. En las ultimas semanas se ha producido un aumento de la violencia contra defensores de derechos humanos y lideres comunitarios. Según un informe conocido por El Espectador, más de 70 asesinatos, así como 279 amenazas y 28 atentados en lo que va de año. La presencia y acción de las Bacrim (antiguos paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia -AUC- desmovilizas por Uribe y reconvertidas bajo el paraguas de bandas criminales) y de grupos como los Urabeños, Rastrojos o las Águilas Negras buscan llenar los espacios que deja las FARC. Y por supuesto, las cuentas bancarias de unos cuantos.

Para Uribe y los detractores del nuevo acuerdo, los cambios han sido cosméticos, y piden que este sea refrendado en un nuevo plebiscito negándole al Congreso Colombiano tal potestad. El nuevo documento también ha creado cierto malestar en círculos militares ya que establece que comandantes militares podrían asumir la responsabilidad por actuaciones de sus subalternos, que aunque incluido en el anterior documento no estaba muy claro.

No obstante, el nuevo acuerdo contempla que las FARC declaren y entreguen todos sus bienes para compensar a las victimas del conflicto. Igualmente deja a salvo los intereses de los terratenientes, quienes no se verán afectos por expropiaciones arbitrarias, incluso aquellos sospechosos de haber adquirido propiedades robadas, cuando no usurpadas, durante el conflicto.

Así mismo establece que las FARC tendrán que aportar información sobre el narcotráfico y su desligamiento de total de éste. El documento también incorpora pequeños cambios sobre el sistema de justicia de transición y la participación de los lideres de las FARC en política. Junto a ello el nuevo acuerdo otorga al máximo tribunal de Colombia la facultad de revisar las decisiones del tribunal.

Si bien es cierto que una gran parte de la ciudadanía, incluida la clase política y empresarial, le resulta difícil la idea de ver a antiguos miembros de las FARC en el Congreso, la resolución de las diferencias por la vía del diálogo y la discusión política es mucho mejor que hacerlo por la vía violenta y de las armas. A pesar de ciertas carencias como medidas adicionales para que se puedan eludir los castigos por los delitos cometidos, Human Right Watch considera que el nuevo acuerdo es mejor que el anterior.

La ausencia del conflicto armado con las FARC no significa que Colombia entre en un proceso de paz total, verdadero y sostenible. La paz debe ir acompañada de un sentido de la igualdad, justicia y solidaridad verdaderos a todos los niveles. No hay atajos, pero el camino esta iniciado. De ahí que sea fundamental que el Ejercito de Liberación Nacional (ELN) entre en un proceso similar y culmine de manera positiva. Paralelamente se hace indispensable que el gobierno, las fuerzas e instrumentos del Estado, y la sociedad, así como actores civiles y políticos pongan empeño en ello. La rubrica honesta de firmas y voluntades no es suficiente, se ha de creer en ello y trabajar de manera conjunta para conseguirlo.

El tiempo apremia. La implementación del proceso no sólo espera a los miembros de las FARC, que están concentrados en las zonas llamadas de «pre-agrupamiento» (conocidas por las fuerzas armadas de Colombia y bajo el alto el fuego acordado por ambos bandos), sino a toda una sociedad y varias generaciones.

Cuenta Marco Aurelio en sus Meditaciones que contemplando la caída de uno de los funámbulos en los juegos celebrados por sus triunfos, mandó poner colchones debajo de la cuerda. No hay colchones para nuevas caídas. Y el cable puede romperse en cualquier momento.