Colectivo Wilson y Puerta de Brandenburgo
Cuando hace unos días conocí la idea de un grupo de profesores de universidades catalanas para formar un grupo de opinión donde analizar y explicar con rigor el proceso independentista, me pareció una iniciativa loable. Eso sí, fuera del tema del nombre creo que es, a mi modesto entender, poco afortunado. Me recuerda más desunión que unión. También me chocó ese snobismo del recurso a lo extranjero como si aquí no tuviéramos nombres, lugares o personajes para elegir. Algo, por cierto, también presente en el Colectivo Wilson, abanderado desde la causa independentista.
Precisamente, en los primeros momentos de hacerse público el grupo Puerta de Brandeburgo, me dediqué a mirar cuál era la repercusión en webs y foros más bien independentistas.
La comparación con el Colectivo Wilson fue instantánea y demoledora. Algo tan sencillo como comparar catedráticos de Harvard o Stanford con profesores de la UB. La verdad, me sorprendió. Muchos de los que seguramente comentan, braman o no piensan eso serían incapaces de localizar en un mapa donde están esas universidades americanas. Ya saben que aquello del Gobierno de los mejores se extiende ahora al colectivo de los mejores. El clasismo catalán que algunos adoran.
Sin entrar en los conocimientos de los miembros del Colectivo Wilson, seguramente más globales que locales, creo que es necesaria una didáctica de la situación. Pero no una didáctica de libros, grandes lecciones o artículos inteligibles. Sino una didáctica de recorrer Catalunya y explicar, día a día, debate a debate, foro a foro, donde nos lleva la independencia. Desconozco si el colectivo de la Puerta de Brandeburgo hará como el colectivo Wilson, de mirar todo desde la atalaya de su inteligencia o si será capaz de compartir con la gente de la calle sus ideas.
En momentos como estos no tocan títulos, cátedras, o grandes artículos. Sólo toca bajar a la calle para explicar y responder lo que la gente quiere saber. Cualquier atalaya es un error no sólo de concepto, sino un error de situación. Los políticos ya están suficientemente alejados de la realidad como para que los grupos de opinión funcionen bajo esa misma tendencia. Y seamos francos, aquí hay mucha gente con ideas claras, pero también mucha gente que quiere escuchar de viva voz lo que puede pasar. Gente que quiere saber datos reales que no se hayan cocinado en los gobiernos o en los medios de comunicación amigos.
En ese sentido, cualquier colectivo –dígase Puerta de Brandeburgo o incluso Wilson– es bienvenido al ruedo. Deben, eso sí, saber que su función no debe ser la comodidad de decir grandes frases o presentar grandes números, sino la humilde labor de bajar a 200 ó 300 localidades en un año y explicar a la gente un punto de vista. Si alguien recuerda el Ala Oeste de la Casa Blanca en esos actos, a veces minoritarios, se forja la comunicación en el pueblo. Y uno no sólo crece en lo personal, sino en lo común que nos une o desune.
Solo caminando por la calle sabremos el camino. Subidos en el púlpito de Stanford, Harvard o Bellaterra simplemente seremos objeto de comparativas. Y quizás en este país, si falla algo, es que nos hemos pasado la vida comparando y mirando quién la tiene más grande.