¿Colau, Ballart, Puigdemont? Sin cuajo, ese es el problema
Políticos como Colau, Ballart, Puigdemont o Parlón han demostrado en los últimos días la falta de cuajo ante situaciones que exigen ir en contra de los tuyos
Todo está en entredicho. La política es víctima del agrio debate que circula en las redes sociales, el propio lenguaje sufre un desgarro por esa pugna que se dirime en los pocos caracteres de Twitter. Lo ha explicado a la perfección Mark Thompson, presidente y consejero delegado de The New York Times en Sin palabras, ¿qué ha pasado con el lenguaje de la política? (Debate).
Lo que ha ocurrido en los últimos años, con un cambio profundo en la percepción de los problemas que se generan alrededor de las políticas públicas en los países occidentales, es que los propios ciudadanos que se han dedicado a la política no tienen el cuajo que sería ahora necesario. Pocos políticos aguantan el tipo, a pocos no le tiemblan las piernas cuando los suyos muestran nerviosismo y les reprochan sus decisiones.
Y ese es el verdadero problema en estos momentos en Cataluña. En una conversación reciente con una persona muy estimada, que ya no está en la primera línea de la política, surgió ese debate, y el vocablo ‘cuajo’, que no han demostrado ni la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, –la emperadora de la ambigüedad, como la ha bautizado Josep Borrell—ni el exalcalde de Terrassa, Jordi Ballart, ni la alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, Núria Parlon, ni el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.
Ejercer ahora la política es muy complicado, pero no se puede desfallecer en momentos tan difíciles
Se debería considerar, primero, que ejercer la política en los últimos años es mucho más complicado y arriesgado. El ciudadano, con todas las redes sociales a su alcance, ha decidido que no hay ningún actor privilegiado, y que están en el mismo nivel de credibilidad –para él—un consejero autonómico, un representante de una asociación ecológica o un académico al que se presenta como experto. Es decir, se ha eliminado el principio de autoridad. Todos son iguales, y, por tanto, no voy a hacer más caso a uno que a otro.
Ante eso, y sometidos al escrutinio de los medios de comunicación, rotos por las exigencias de un nuevo modelo de negocio a partir de la era digital, los políticos dudan, se sienten atemorizados, navegan y sucumben al menor contratiempo.
Ha ocurrido. Veamos. Al margen de lo que se defienda en Cataluña, es difícil no apreciar que el Gobierno de Cataluña se ha dedicado desde las elecciones de 2015 a trabajar por la independencia, con un doble mensaje: se buscaba un referéndum, que se iba a organizar se pactara o no con el Gobierno, y se intentaba poner en pie estructuras de estado, para ser ya independientes, forzando una situación de caos con la ayuda de la ANC y Òmnium Cultural.
Se llega a una situación límite, y el presidente Puigdemont se ve incapaz de convocar elecciones, con lo que hubiera evitado la aplicación del artículo 155 de la Constitución, porque los suyos lo acorralan. Y decide viajar a Bruselas para mantener la tensión.
Puigdemont ha demostrado que no tiene cuajo, presionado por el mundo radical
¿Cómo es posible pasar en pocas horas del anuncio de elecciones del jueves 26, bajo la legislación española, a la declaración de independencia del 27, al viaje a Bruselas y a la denuncia de que España es un estado autoritario como Turquía? ¿Tiene cuajo Puigdemont o ha demostrado ser una pieza que manipula el soberanismo radical, y los estrategas nunca fiables de ERC?
Veamos a Jordi Ballart. Dimite porque está en contra de que su partido, el PSC –que ha aguantado lo nunca visto en los últimos años, con ataques desde todos los ángulos por defender, simplemente, la cohesión social de Cataluña- ha respetado la decisión del Gobierno de aplicar el 155 después de intentar que fuera Puigdemont quien convocara las elecciones. ¿Con quién está Ballart? ¿Con el independentismo y los juegos desleales del gobierno catalán? ¿No sabe hacerse respetar y defender lo que su partido ha decidido, no tiene unas piernas fuertes para mantenerse en pie?
Lo mismo le ha ocurrido a Ada Colau, que no sabe decir una frase afirmativa en ningún momento. Todo es ni sí ni no. Lo que ha ocurrido en Cataluña no admite muchas dudas. Un Gobierno, desde arriba, se conjura para romper la legalidad, utilizando asociaciones cívicas, que, como explica la juez Carmen Lamela en el auto en el que ha decidido el ingreso en prisión de los exconsejeros de la Generalitat, han participado sin rubor en una estrategia diseñada para cargase al estado. ¿Dónde está Colau?
Exhibir convicciones, en el caso de que se tengan, es muy fácil con el viento a favor
Se puede y se debe criticar al Gobierno del PP por su falta de cintura política, por su negativa a proponer algo para el conjunto de España en los próximos años, pero no se puede cerrar los ojos en aras de la calculada ambigüedad, que suele dar malos resultados, como las decisiones de aquellos entrenadores que preparan a sus equipos para empatar y acaban perdiendo de forma estrepitosa.
Y luego aparece Núria Parlon. Que entra y sale. Sale y entra, como un video cómico de Epi y Blas que circula en las redes sociales, en el que Epi juega con salir de España y entrar de nuevo al segundo siguiente porque se ha enterado de que el Barça quedaría fuera de la liga españoña.
Parlon deja la ejecutiva del PSOE, en representación del PSC, porque no le gusta el 155. ¿Pero con quién se está? ¿Es eso el concepto de lealtad con un partido al que todo el mundo le puede machacar? ¿No se ha fijado la alcaldesa de Santa Coloma que el PSC es el objeto de las ácidas pullas de todo el independentismo, con apelaciones directas de Oriol Junqueras en su última carta publicada en el diario ARA? ¿No le sorprende?
Ese es el problema, la falta de cuajo de los políticos, que no aguantan nada, que no mantienen sus convicciones en momentos complicados. Porque exhibir las convicciones cuando el viento sopla a favor, eso es muy fácil. Otra cosa es si tienen o no convicciones.