Ciudadanos ya no es el partido instrumental de la derecha

El derrumbe de Cs obedece a muchos factores, pero sobre todo, a la obsesión de Albert Rivera por ocupar el lugar del PP

Son varias las teorías que explican el porqué del derrumbe de Ciudadanos. Hay quien habla de las dificultades que tiene un partido de centro en una coyuntura política y social dominada por la dicotomía derecha/izquierda, de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG) que beneficia a los partidos mayoritarios, de una militancia y un electorado de aluvión, de la falta de cuadros, de la ausencia de una estructura de partido a lo largo y ancho del geografía española, de la huida de cargos del partido de Cataluña a Madrid, de la incapacidad para pactar con los grandes partidos, de la prepotencia de algunos líderes. Y no falta quien da la culpa al Ibex-35.

Para otros, el derrumbe de Ciudadanos es el resultado de una conspiración contra Albert Rivera que habría sido orquestada por sus compañeros de filas y un establishment político, económico y mediático que conspiró para derrocarle. En definitiva, el golpe mortal no lo asestaron las urnas, sino los maquinadores.   

La obsesión de Albert Rivera

En cualquier caso, existe un acuerdo general: el derrumbe de Ciudadanos obedece a la obsesión de Albert Rivera por ocupar el lugar –también, el papel- del PP. Ciudadanos quería ser la oposición y Albert Rivera su líder.  Nada de convertirse en el partido bisagra español a la manera de los liberales británicos. Lo dijo Juan Carlos Girauta: “No trabajamos tanto para construir una bisagra”. Y es cierto que a Ciudadanos le separaban 200.000 votos y siete diputados del Partido Popular al tiempo que las encuestas les eran favorables para ensayar el sorpasso. Quizá no calcularon que los votos necesarios para alcanzar la cima pertenecían ya al PP y VOX.

Albert Rivera en el Congreso, en una imagen de archivo. EFE

Tal fue la obsesión por substituir al PP que se negó –olvidando el principio de hacer de la necesidad, virtud- a pactar con Pedro Sánchez un gobierno de coalición de centro izquierda que hubiera evitado el ejecutivo Frankenstein formado por el PSOE y Unidas Podemos. Ciudadanos, el partido que enarbolaba la bandera del antinacionalismo y el antipopulismo, acaba facilitando un gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos apoyado por ERC, EH Bildu y PNV. Con todas las concesiones que van llegando en cascada.

A ello, añadan la aproximación temporal a Pablo Iglesias y a la llamada Nueva Política así como la desaparición, literalmente hablando, de Albert Rivera después de la  investidura fallida de Pedro Sánchez el 2019. ¿Una huida ante las presiones que le incitaban a pactar con Pedro Sánchez?  

Abstención y fuga

Así se frustran las expectativas de Ciudadanos. Así sí frustran las expectativas de una militancia y un electorado que confiaba en “el restablecimiento de la realidad” que conformaba el manifiesto fundacional del nuevo (?) partido. El resultado: abstención o fuga de votos. La metamorfosis política suele tener su precio.

Ciudadanos dejó de ser, en un santiamén, el partido instrumental –ahí está el quid de la cuestión- que prometía la regeneración y modernización del país; el partido que prometía  la lucha permanente contra los nacionalismos y los populismos. De la previsible ocupación de la vicepresidencia del Gobierno -¡cuántas cosas se hubieran podido hacer o evitado!-, a una subalternidad que problematiza incluso el hipotético papel de partido bisagra. Ciudadanos cayó de muy alto. No era la primera vez.

Ahí está Inés arrimadas y parte de su equipo que, después de ganar las autonómicas catalanas, toman de inmediato las de Villadiego y marchan a Madrid. Obvio: Ciudadanos, en  Cataluña, se derrumbó. Paradójicamente, un partido liberal fue incapaz de armonizar la oferta política con la demanda electoral. El futuro de los partidos que desoyen a sus electores/clientes resulta siempre harto problemático. El mercado –también, el político- tiene sus reglas.      

El ideario desfigurado y la disonancia política

A uno le viene a la memoria un clásico contemporáneo como Maurice Duverger que, en Los partidos políticos (1974), señala que “la organización de los partidos no está, ciertamente, de acuerdo con la ortodoxia democrática… estructura interior esencialmente autocrática y oligárquica… los jefes no son realmente designados por los miembros… sino cooptados o nombrados por el centro… tienden a formar una clase dirigente, aislada de los militantes… los parlamentarios están sometidos a la autoridad de los dirigentes”. Eso, antes o después, tiene sus consecuencias. Algo de ello hay en Ciudadanos. También, en los otros partidos. Pero, el más débil –el menos anclado en la realidad- paga siempre un mayor precio.  

A lo que habría que añadir que los partidos políticos se han transformado en máquinas electorales obsesionadas por el poder, han devenido una suerte de catch all party que todo lo atrapa desfigurando su ideario, no siempre suelen tener en cuenta –con razón o sin ella- los deseos de militantes y simpatizantes, se han incardinado de tal manera en el Estado que forman parte del mismo con las servidumbres que todo ello implica y conlleva. A todo eso añadan la ambición personal de algunos líderes que no siempre cuadra –disonancia política- con el deseo de la militancia y el electorado.

Vox gana el concurso Ciudadanos cayó de muy alto, decía antes. Cuando eso sucede es muy difícil recuperarse –generales, Cataluña, Madrid, Castilla y León y la que se avecina si hacemos caso a las encuestas- de tamaño accidente. En política, siempre hay alguien dispuesto a ocupar el espacio vacío. Al respecto –según todos indicios-, Ciudadanos no sacará tajada de la guerra interna que desgarra al PP, porque Vox ya ha ganado el concurso de partido instrumental adjunto de la derecha española.