Ciudadanos y la física: una fuerza y su contraria
Cataluña ha acabado con el ateísmo cívico. El nuevo nacionalismo alimenta a Ciudadanos. Pero, tras la sentencia de la Gürtel, ¿Rivera mantendrá a Rajoy?
La escena se produce en una de esas clínicas exclusivas de la Costa del Sol. Un matrimonio discreto de cierta edad acude al cóctel de bienvenida (zumos de frutas e infusiones) de un tratamiento regenerativo de siete días.
En el encuentro se espera que los pacientes –apenas dos docenas procedentes de toda España— rompan el hielo. Pese a pagar una pequeña fortuna por la privacidad, van a pasar una semana en un micro-ondas de lujo. El roce es inevitable.
El matrimonio luce en sus solapas unos pines con el lazo amarillo. El símbolo les identifica doblemente: son catalanes, algo común en la clínica, que recibe pudientes clientes de Cataluña desde siempre; y son, independentistas. ¿Quién, si no, se solidariza tan explícitamente con los presos políticos en un entorno tan peculiar?
Los presentes apenas cruzan unas palabras con el matrimonio del lazo, que se va quedando a un lado del salón. La situación se hace incómoda.
Al cabo de un rato, otro de los presentes, un industrial vasco que durante años tuvo que exiliarse de Euskadi porque ETA atentó contra su casa y lo intentó contra su persona, se acerca al matrimonio y, a bocajarro, espeta: “¿Qué? ¿Habéis venido a provocar? Aquí, la política se deja en la calle”.
Salvando las diferencias, el episodio forma parte de la misma realidad que los enfrentamientos en las playas Cataluña entre los comités vecinales de defensa de la república y no independentistas.
El motivo es la colocación en espacios públicos de símbolos y auténticas instalaciones, como las cruces amarillas en la arena, en demanda de la libertad de los presos, que ha llegado a degenerar, en algún caso, en brotes de violencia.
Cuando entra en fase aguda, cualquier nacionalismo activa las encimas de la violencia. Con suerte, no se pasa del lenguaje violento. Pero el peligro son los “incidentes”
Los vídeos de encapuchados, irrumpiendo en la playa de Canet de Mar, dieron pie a que Carles Puigdemont condenara el incidente como un nuevo ejemplo de “pura catalanofobia” y “vandalismo unionista”, los términos más recientes que ha incorporado a sus tuits.
La acusación resulta más complicada con el video, también viral, de la solitaria mujer que increpa en catalán a los que se apropian de la playa para colocar cruces. La señora –como el cartel electoral de un político guatemalteco de los años 80— es “puro pueblo de Cataluña”.
LAS ENCIMAS DE LA VIOLENCIA
El nacionalismo –cualquier nacionalismo— se vuelve propenso al arrebato cuando entra en fase aguda. Cuanto más se agudiza, más se activan las encimas de la violencia.
Con suerte, no pasa de un estadio emocional –llamémosle sectarismo— que imposibilita cualquier diálogo racional. Y se expresa a través de un lenguaje que sólo puede calificarse de violento por su tono y contenido, como el exabrupto del señor de la clínica malagueña o el grito de “feixista!”, tan manido que produce más cansancio que afrenta.
El peligro son los “incidentes”. El día que algo se sale de madre porque sí o porque alguien lo provoca. Entonces, todo entra en una dimensión diferente y peor. Por algo se habla de espiral.
La estrategia del pollo de Puigdemont que perpetúa el president Quim Torra me recuerda lo que probablemente pensó el general Hideki Tojo tras bombardear Pearl Harbor: “¡Menudo pollo les hemos montado a los diablos extranjeros!” Ya sabemos cómo acabó eso cuatro años después.
El pasado martes, Jordi Évole mezcló buenismo y show business para postular en Bienvenidas al Norte, Bienvenidas al Sur que a ras de puro pueblo hay lugar para la empatía y margen para se entiendan unas señoras mú salás de Sevilla y otras molt macas St. Vicenç dels Horts.
Los hechos, sin embargo, van por otro lado. Independentistas o no, y del signo que sean, los políticos lo primero que invocan son los intereses del puro pueblo. El poble de Cataluña, los otros catalanes (es curioso tener que volver a citar a Candel 45 años después de la primera edición de su libro), el pueblo español…
Se proclaman sus interpretes y defensores pero, por el camino, van quedando los consensos más vitales de la democracia: el cumplimiento de la ley (particularmente cuando hay procedimientos para cambiarla), el respeto al adversario y a las minorías, aplicar proporcional y prudente de la justicia, y tratar a los ciudadanos como seres inteligentes, no como autómatas a los que se programa para votar cuando conviene.
El conflicto político es como la física: a una fuerza tiende a oponérsele otra contraria
El populismo, teñido de nacionalismo agudo de uno y otro signo, ha sustituido casi por completo a la política. Con la investidura de su president vicario, Carles Puigdemont ha conseguido la trifecta: anular a ERC y los restos del PDeCAT y subsumirlos de facto en su incipiente Partido Nacional de Cataluña (que es lo que pretende con su Movimiento 1 de Octubre); asumir el mando absoluto del independentismo, y fijar la confrontación como única táctica.
El conflicto político es como la física: a una fuerza tiende a oponérsele otra contraria. Años de oportunismo, indolencia e inepcia de Mariano Rajoy facilitaron el crecimiento exponencial del independentismo. Los sucesos de septiembre y octubre del año pasado, fomentaron su reacción: el resultado obtenido el 21-D por Inés Arrimadas y Ciudadanos.
La conmoción catalana sacó a España del tradicional ateísmo cívico de los años posteriores a la Transición.
La irritación y el hartazgo generados por el procés, unidos a la descomposición por parálisis y por corrupción del PP (de la que la detención de Eduardo Zaplana y la demoledora sentencia del caso Gürtel son los últimos ejemplos) han dado a Ciudadanos los cimientos sobre los que levantar, entre un mar de banderas, su España Ciudadana.
Albert Rivera se siente fuerte. Su plan –al menos hasta el jueves— consiste en jugar dos partidas a la vez. En la de mus, le echa un órdago al PP cara las elecciones del 2019 y al premio grande, La Moncloa. Y en la de póker, anuncia que está dispuesto subir la apuesta al independentismo hasta donde haga falta. Contra el pollo de Puigdemont, mano dura y un 155 inyectado de esteroides.
Un producto
La plataforma que Ciudadanos lanzó en Madrid el domingo pasado no es solo una nueva expresión de su exitosa estrategia contranacionalista. Es un atajo populista destinado a articular el nuevo nacionalismo español. En el pasado, el conservadurismo se organizaba en cenáculos, en cuarteles y en la casona de algún potentado.
La España Ciudadana es un producto: lo ha diseñado un think tank, se ha ensamblado con componentes domésticos e importados y se dotará con fichajes que pasarán, literalmente, por un de proceso de selección análogo al de una empresa.
La España Ciudadana es como la ANC al revés. Ambas buscan ampliar la base del ‘patriotismo movilizado’ y llevarlo a la calle
Por mucho que ponga a Manuel Valls en la pantalla gigante, el movimiento lanzado por Rivera es menos En Marche (inspirado en la grassroots campaign de Obama en 2008) y más una campaña de marketing.
Una copia de una copia en la que faltan dos de los componentes principales que llevaron a Emmanuel Macron al Elíseo: un líder de calibre y visión, y una idea positiva, inclusiva y motivante.
¿Qué hacer tras la sentencia de la Gürtel?
Irónicamente, la España Ciudadana se parece a lo que afirma oponerse. A falta de ver cómo desarrolla su actividad, muy bien podría convertirse en un remedo a la inversa de la ANC. A fin de cuentas, ambas organizaciones tienen por objeto ampliar la base del ‘patriotismo movilizado’ y llevarlo a la calle. Uno, con lazo amarillo. Otro con la letra del himno de Marta Sánchez.
Decía Lord Wellington que ningún plan soporta el primer contacto con la realidad. La sentencia del caso Gürtel, puede trastocar los planes de Rivera, que previsiblemente tendrá en su mano decidir sobre el futuro de Mariano Rajoy si prospera una moción de censura. De momento se ha dado hasta el 11 de junio de plazo.
Se comprobará entonces de qué está hecho el patriotismo de Ciudadanos. A nadie se le escapa que entre sus padrinos destaca José María Aznar que, según acredita la sentencia, presidió el PP durante el periodo más depredatorio de la Gürtel.
El patriotismo unido al sentido de estado contribuye a infundir calma a la ciudadanía. Pero si se combina con una alta dosis de populismo, se convierte en nacionalismo agudo.
Y dado que la política es como la física, el nacionalismo agudo fomenta otro de signo contrario.