CiU-ERC, un pacto en la dirección equivocada

Dos semanas después de celebradas las últimas elecciones autonómicas, las dificultades de Mas para cerrar un Gobierno suficientemente estable, que pueda abordar los exigentes retos que le deparará esta legislatura más los que él mismo se ha autoimpuesto, son evidentes.

La opción que en estos momentos parece con más posibilidades, la del pacto CiU-ERC, aporta poco y divide mucho. Si se parte de la constatación de que Artur Mas fracasó en su objetivo de que los comicios le dieran una mayoría absoluta o suficiente para liderar su apuesta soberanista, construir un Gobierno sobre 71 diputados (CiU, 50; ERC, 21), cuando en la anterior legislatura esa misma alianza tenía 72 (CiU, 62; ERC, 10) no es precisamente una propuesta ilusionante.

Pero es que, más allá del objetivo de la consulta, las diferencias entre ambas fuerzas políticas son importantes en temas claves de Gobierno: desde el ajuste fiscal al modelo sanitario, por citar un par de ejemplos. Y, si me apuran, ni siquiera en la cuestión del referéndum hay un planteamiento similar, aunque aquí el acercamiento sería mucho más fácil, lógicamente.

La posible alianza entre los dos primeros partidos del actual arco parlamentario catalán aporta poco, sin embargo, en temas claves del próximo futuro; entre ellos, la necesidad de generar algún tipo de complicidad con alguna o las dos de las grandes fuerzas políticas del Estado español. Ni populares ni socialistas van a estar más cómodos ante este bipartito, de facto o en la sombra, que si quien está enfrente en la mesa de negociación es CiU con un apoyo más amplio.

Y, en cambio, divide mucho. Divide internamente. De hecho, ya lo ha empezado a hacer. Militantes soberanistas han empezado a abandonar Unió y es evidente que una parte de la militancia de CDC no se encuentra cómoda con la aceleración dada a la exigencia de más autogobierno, como el resultado de las últimas elecciones demuestra y hasta la propia Fundació CatDem viene a reconocer en su análisis de esos comicios.

Parecería más sensata una alianza con el PSC y con un apoyo casi clandestino del PP. Un pacto que podría contemplar la celebración de la famosa consulta, en forma y tiempo por definir, con el compromiso de los socialistas de que acabarían consiguiendo el respaldo de sus correligionarios españoles y por parte de los nacionalistas de que nada se haría sin un acuerdo con el Estado. El nihil obstat del PP sería importante. Se abriría así un espacio de cordura y tranquilidad en la política española y catalana, que buena falta hace, CiU consigue una salida al laberinto en que se ha metido y los socialistas ganan tiempo y credibilidad.

Seguramente, una solución de este tipo debería cobrarse la cabeza de Mas, pero los errores en política se pagan siempre y más si han sido de la gravedad del cometido por el actual líder nacionalista y que han desembocado en esta situación tan irrespirable y difícil de gobernar como la que vivimos. Aunque no convendría desdeñar la vigencia de la ley de Murphy.