Ciberdemocracia y New Digital Deal

La Covid 19 ha impactado sobre la superficie de nuestra democracia como un meteorito inesperado. El golpe ha removido demasiadas cosas y ha dañado gravemente los cimientos de la convivencia

La Covid 19 ha impactado sobre la superficie de nuestra democracia como un meteorito inesperado. El golpe ha removido demasiadas cosas y ha dañado gravemente los cimientos de la convivencia. Estamos en shock como sociedad y la crisis económica que se cierne sobre nosotros adquiere el perfil de un tsunami que amenaza con llevarse por delante la institucionalidad que todavía queda en pie.

La política democrática en esta crisis ha demostrado su incapacidad para estar a la altura de las circunstancias. Dividida, irascible e instalada en un tactismo volcado en la instrumentalización de las emociones colectivas, se ha convertido en una parte más del problema

Paralizados por lo sucedido, carecemos de capacidad de respuesta, así como un relato que nos permita explicar lo sucedido. De ahí que no sea extraño que veamos como la resiliencia se aplaza, lo mismo que la experiencia colectiva de un duelo que sane unas heridas que tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Sobre todo si, como parece, corremos el riesgo de volver a la casilla de salida en cualquier momento y padecemos un nuevo impacto de la pandemia.

Instalados en una normalidad fragilizada que carece de soluciones a la crisis que nos aqueja, la incertidumbre amenaza con desbordarnos y condenarnos a una situación de miedo estructural que bloquee todo. En un contexto así, la política históricamente fue la palanca que abordaba los cambios y el vector de dinamización que los propiciaba. De hecho, en situaciones de crisis que ponían en cuestión la realidad, la democracia siempre fue la solución ya que se transformaba en una voluntad que adoptaba el perfil de una voluntad de poder para el cambio.

Sin embargo, la política democrática en esta crisis ha demostrado por enésima vez su incapacidad para estar a la altura de las circunstancias de una época que se muestra muy distinta a las anteriores. Dividida, irascible e instalada en un tactismo volcado en la instrumentalización de los emociones colectivas, se ha convertido en una parte más del problema. Lejos de ser una voluntad de poder, se ha convertido en la demostración palpable de que es una voluntad de impotencia.

Lo dramático de la situación es que trasciende las fronteras. No estamos ante hechos aislados. En realidad, nos enfrentamos a un escenario que evidencia que la democracia se ve desbordada en todas partes a la hora de gestionar con eficacia y esperanza el difícil momento que atravesamos.

Hasta el momento, las decisiones políticas se tomaban sobre la base de evidencias ofrecidas y gestionadas por expertos. La administración democrática tasaba los mecanismos, reglaba el método y evitaba por principio la arbitrariedad. Al mismo tiempo, la democracia funcionaba como una inteligencia distribuida y cooperativa que actuaba horizontalmente y de forma descentralizada con eficacia, reforzando así la legitimidad de sus decisiones ante el pueblo.  

Este modelo lograba que la democracia demostrara su superioridad frente a las dictaduras. Tanto en el terreno de los hechos como en el de los principios y la ética. Sin embargo, esta situación ha cambiado. Por primera vez en mucho tiempo, nos enfrentamos ante un momento que cuestiona los fundamentos epistemológicos de la democracia misma. Las lógicas deliberativas han flaqueado y la división interna ha establecido minorías casi de bloqueo que han dificultado las lógicas de consenso y acuerdo que funcionaban lealmente al servicio de los intereses generales cuando estos se veían comprometidos o amenazados.

Estas circunstancias han llevado a que crezca el número de quienes son escépticos o críticos con la democracia. La nostalgia del orden crece, lo mismo que el apetito de liderazgos sólidos y jerarquizados que despejen las incógnitas que acompañan una decisión que parece encerrada dentro de ecuaciones que parecen irresolubles. En un contexto así, ¿cómo salvar la viabilidad emocional de la democracia a la hora de que garantice certidumbres y ofrezca un marco de seguridad que permita a los ciudadanos encontrar en ella la solución a los problemas y no ser la diana que los resuma y explique?

El siglo XXI y la crisis estructural provocada por la pandemia, exige de la democracia un cambio de paradigma. El diseño que ofrecía la Modernidad política surgida con la Ilustración probablemente ha caducado. Vivimos un mundo posmoderno que se ha consumado definitivamente al demostrar que toda la supuesta solidez del siglo XX se ha volatilizado en contacto con un virus proveniente del interior de China.

La globalización es un hecho también y eso exige que los modelos de gobernanza se transformen y adquieran un angular más amplio y complejo. Si la democracia fue un modelo de inteligencia distribuida que permitía, mediante estructuras institucionalmente colaborativas, responder eficazmente las urgencias del interés general, hoy más que nunca debe volver a serlo.

Para lograrlo debe asumir que debe reforzar los vínculos colaborativos y solidarios. Frente a la excepción, colaboración como nueva normalidad. Una colaboración leal que aporte y no reste, que sume y que trabe alianzas con la sociedad civil y el conjunto de la política. Los acuerdos y los consensos son más necesarios que nunca. Lo mismo que la racionalidad. Esta no puede ser vertical y jerárquica, sino transversal y horizontal.

Hay que sanar la democracia haciendo que sea más democracia haciéndola digital. Eso pasa por impulsar aún más la transparencia y apelar a la responsabilidad individual y colectiva creando marcos de confianza y lealtad. En este sentido, la inteligencia artificial ha de ser su aliado, lo mismo que una constitucional digital que se funde en una arquitectura tecnológica que nos permite en tiempo real transformarnos en una democracia instantánea que aumente las capacidades cognitivas de quienes toman las decisiones y las capacidades interpretativas de quienes las asumen. Y todo ello dentro de un marco de garantías y derechos digitales.

Es hora de un New Deal Digital que nos brinde, por fin, la gobernanza de una ciberdemocracia para el siglo XXI y sus problemas. Una sobrenaturaleza digital puede fortalecerla y transformarla positivamente si conservamos la lucidez crítica que nos ayude a ver en la tecnología una nueva forma de emancipación frente a la adversidad.