Charles Chaplin y Carles Puigdemont

Si Chaplin pudiera ver un metraje sobre el "proceso" se le escaparía una carcajada y haría un proyecto cinematográfico a lo "El gran dictador" titulado "El temible burlón"

Lo cuenta Andrés Barba –fuente: un testimonio de René Clair- en su excelente ensayo La risa caníbal (2021): en 1935, en el MoMA de Nueva York, mientras se proyectaba el documental El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, alguien comenzó a reír a carcajadas. Los espectadores se giraron para reprochar semejante gesto de mal gusto. La sorpresa fue mayúscula: quien se reía a mandíbula batiente del documental propagandístico que ensalzaba el nacionalsocialismo y la figura de Adolf Hitler era Charles Chaplin. De ahí –de El triunfo de la voluntad-, surgió El gran dictador del genial director británico.

Un ejercicio de cine ficción

¿Qué ocurriría si Charles Chaplin pudiera visionar la abundante información gráfica con la que TV3 abastece a su público sobre el “proceso” y la figura de Carles Puigdemont? Hipótesis: a Charles Chaplin se le escaparía de nuevo una carcajada seguida de un proyecto cinematográfico que podría titularse El temible burlón. Esto es, el que engaña.

(Entre paréntesis. El título de la película está inspirado en el trabajo de Robert Siodmak The Crimson Pirate protagonizada por Burt Lancaster en 1952. El film, cuya traducción literal es El pirata carmesí, fue doblado como El temible burlón para dar cuenta del argumento: las peripecias de unos piratas que secuestran un barco que transporta mercancías valiosas. Charles Chaplin, para su proyecto –en ningún momento tendría la intención de comparar a Carles Puigdemont con Adolf Hitler-, que ocurre en la Cataluña independentista, elegiría dicho título. Vale decir que el trabajo de Robert Siodmak suele clasificarse como cine de humor).

Protagonistas y secundarios del film de Charles Chaplin

1. La imagen del protagonista: un individuo con pelo a lo Beatles (o a lo “mocho”) vestido a lo Kim Jong-un (representación del totalitarismo e integrismo nacionalista).

2. Los secundarios con aspiraciones de protagonista: un beato santurrón, un agitador profesional, una vedette sobrevenida de la política, y un profeta iluminado con barba y mullet. Las piezas de un tablero de partidos nacionalista que juegan todos contra todos.

3. Más secundarios: los que inventan la nación, diseñan la identidad a la carta, modelan la historia y redactan memoriales de agravio; los que transmiten la verdad revelada, comercian con la idea y movilizan a la infantería nacionalista; los mercaderes que venden la ficción de la independencia; los articulistas, publicistas públicos y privados y artistas que interpretan las Variaciones sobre el infortunio de Cataluña, El sueño de una tarde de septiembre, La consagración de la nación y Sinfonía del nuevo Estado número 1 en mi bemol mayor op 1714, conocida popularmente como la “Heroica”. Y, cómo no, los palmeros.

La infantería

Tenemos un circo de tres pistas: domadores, equilibristas, trapecistas, payasos, bufones, malabaristas y banda de música. Con frecuencia, los domadores no amansan a las fieras, los equilibristas resbalan, los trapecistas caen del columpio o la barra, los payasos se ponen zancadillas entre sí y hasta el payaso listo –el de la cara blanca- hace el ridículo, los bufones no tienen gracia, los malabaristas pierden bolas, pelotas, mazas, aros, anillos y machetes, y la banda de música desafina.

En manos de Charles Chaplin, la comedia está asegurada. Y las risas. Cuenta con un buen material: las performances populista del 11-S, las manifestaciones con antorchas y lucecitas modelo Serbia, una neolengua que diseña una realidad paranormal, la tergiversación del derecho internacional, las peleas y pataletas de patio de colegio -¿Tú también, Bruto?- del independentismo, la voladura de la Constitución y el Estatut en una tarde, la fuga de Carles Puigdemont en el maletero de un coche para eludir la Justicia o la constitución de un mussoliniano Consejo para la República con “entrega total” al líder y otros actos irrisorios. Grotesco. Ridículo.

Los deseos fallidos

Un proceso constituyente no subordinado –lean ustedes deslealtad institucional y transgresión sistemática y reiterada del Estado de derecho y la legalidad democrática y constitucional– que tomaría cuerpo 1) gracias al agit prop de una pseudodemocracia aclamativa que cuenta con un ejército de conmilitones, 2) que inicia un proceso destituyente desdemocratizador, 3) que culmina con un golpe postmoderno que fracasa. Para ponerse a llorar. O reír.

The End

Carles Puigdemont juega y baila con un globo terráqueo donde Cataluña parece brillar. Pero, el globo explosiona y el protagonista se desmorona sobre una mesa cubierta de proyectos incumplidos, plagados –sacando a colación a Peter Sloterdijk- de la “cursilería trascendental” propia del pensamiento nacionalista. Adiós a la ficción.

Ríen, luego es cierto

El ya citado Andrés Barba señala que la risa –la parodia, en este caso- se caracteriza por su poder “reformador”, es decir, “por la experiencia que pone sobre la mesa y por el método que inaugura”. Una risa –recuerden el título de nuestro autor- “caníbal”. Una risa feroz. Una risa que delata. Una risa que degrada. Una risa que ridiculiza. Una risa -aires de Diógenes- que “es el triunfo de lo evidente sobre lo obtuso”.

El parodiado –señala Andrés Barba- teme la carcajada como quien teme una revelación”. “Ríen, luego es cierto”. Ya dijo Octavio Paz que la risa era la única filosofía crítica que nos queda. Riámonos, pues.

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