Chalecos amarillos

El movimiento cuestiona el convencimiento de Macron de que Francia es el mejor país del mundo, faro y ejemplo de toda modernidad

Ante todo y para tranquilidad de los alarmistas, una consideración. Si el movimiento de los chalecos amarillos se extendiera hasta colapsar Alemania, podríamos empezar a temblar. Mientras esto no suceda, habrá que relativizar sus efectos a escala europea, por lo menos los inmediatos. En Francia, ya se sabe.

La principal característica del movimiento es la desconfianza hacia los partidos. Para todos sus activistas, un político es un vividor cuyo oficio consiste en tomar el pelo a los de abajo, sea del color que sea o del partido que sea.

El origen del movimiento de los chalecos amarillos es el implacable crecimiento de la desigualdad

El origen del movimiento es el implacable crecimiento de la desigualdad. Existe una brecha entre la Francia competitiva, exportadora y global y la Francia que en vez de participar de los beneficios ve mermado su poder adquisitivo.

La Francia de segunda, la que confía más en el estado redentor, no simplemente asistencial, que en sus propias capacidades, lo ha intentado todo. Pasaron por Sarkozy, de derechas, por Hollande, de izquierdas, por la crisis que se resignaron a pagar, por la vuelta al crecimiento que siguen pagando en vez de resultar compensados.

Pasaron de votar comunista a dividirse entre la extrema derecha de Le Pen y la Francia Insumisa de Melenchon. Nada. Discursos, manipulación, menor poder adquisitivo.

El movimiento de los chalecos amarillos es consciente que si se convierte en partido político está perdido

Están hartos. Quieren más. Más pensiones, más salarios. Y lo quieren desde fuera porque ven el sistema de partidos como una telaraña. Peligro mortal. De ahí su virulencia y persistencia. ¿Canales, promesas, mesas de diálogo, interlocutores? ¿Líderes propios, portavoces? ¿Para que se aprovechen de las bases como todos los demás? No gracias.

Si de algo están convencidos es de que si se convierten en partido, están perdidos. Su método, paralizar el país con una lista propia de reivindicaciones, ha demostrado que funciona.

Acaban de descubrir que basta con lanzarse a la yugular del Macron para ser atendidos, aunque sea un poco. Sólo si siguen asustando al presidente y a su gobierno obtendrán algo más.

Curiosamente, uno de los puntos de su lista consiste en volver a la presidencia de siete años. Ellos y el presidente, sin partidos, sin diputados, sin más intermediarios que la calle y las barricadas. Por eso quieren reforzar su figura.

La ideología del movimiento de los chalecos amarillos no es populismo, es pragmatismo

Los chalecos amarillos no cuestionan el sistema. No quieren cambios en la política ni una nueva república. Su objetivo es cobrar más. Mejores pensiones y mejores salarios para los menos favorecidos. El impuesto retirado fue la espoleta, no el objetivo.

Como que todos los franceses han estudiado y leído, saben perfectamente que no pueden cobrar más y vivir mejor si el estado no exprime un poco más el bolsillo de los ricos.

Por eso piden también el aumento del impuesto a las grandes fortunas, que se ha volatilizado. Lo de los chalecos no es populismo, es pragmatismo. No es ideológico o abstracto, es tan concreto como un ingreso en cuenta corriente.

Francia declara la guerra a Google. En la imagen, el presidente francés, Emmanuel Macron, durante un discurso el 21 de noviembre. Foto: EFE/TC

Tocado pero no hundido

Aunque su contrato con los lectores sigue vigente, la arrogancia de Emmanuel Macron ha dolido a la sociedad francesa

La Francia que reivindica va a remolque de la Francia que crece, produce y funciona, cierto. Esta es la Francia de Macron. El programa de Macron consistía en estimular la Francia competitiva y disminuir el lastre de la Francia y reivindicativa que saca más de lo que obtiene de las arcas del estado. Ganó.

Por mucho que baje la popularidad de Macron, el contrato con sus electores, no con Francia, sigue vigente. Su arrogancia duele. La división que se ha producido incomoda a los franceses, empezando por los ricos, porque les devuelve en el espejo una imagen muy deslucida de la cresta del orgulloso gallo francés.

El movimiento cuestiona su convencimiento de que Francia es el mejor país del mundo, faro y ejemplo de toda modernidad. Se lo recriminan a Macron pero al mismo tiempo esperan que las concesiones sean las mínimas. Si tienen recambio, será otro Macron.

El de los chalecos amarillos es el primer fenómeno político que surge de las redes sociales. Las redes propician la horizontalidad y el asamblearismo permanente. Las redes posibilitan decidir sin líderes y negociar sin interlocutores. Socialmente interesante. Potencialmente peligroso para la estabilidad.

Un movimiento inédito

El movimiento es un banco de pruebas. De algún modo, los franceses pueden haber descubierto un camino que puede aplicarse en muchos de los países más desarrollados, el del dar miedo de los de arriba, para revertir, aunque sea un poco, el crecimiento de la desigualdad.

Contra quienes creen en la represión como arma para mantener la exclusión de los demandantes reivindicativos, Francia ha respondido con concesiones. Escasas, insuficientes a ojos de los chalecos amarillos, pero concesiones reales.

Lección para españoles: con las brechas sociales se pueden hacer dos cosas. Cerrarlas con inclusividad y flexibilidad o agrandarlas a palos.