C’est qu’ils sont fous, ces gaulois!
La aparición de nuevas figuras populares entre la extrema derecha francesa hará que inevitablemente Macron evite posicionarse en aquellos aspectos que podrían dañar su popularidad
Baltasar Gracián advertía que nunca debemos dejar la puerta entreabierta a un mal menor, porque inevitablemente, males mayores entrarán a hurtadillas. Desoyendo el consejo del jesuita español, François Mitterrand promovió cambios en la ley electoral francesa para que un sistema de representación proporcional dividiese el voto a la derecha, para asegurar la hegemonía de la izquierda. La estratagema le salió bien, pero al precio de dar entrada al partido de Jean-Marie Le Pen en el sistema político francés, emponzoñando de esta manera las dinámicas electorales en el país galo.
35 años después, y al rebufo del éxito de la fórmula iconoclasta patentada Donald Trump, el inclasificable intelectual de origen judío Éric Zemmour aparece empatado con Marine Le Pen en la carrera al Elíseo.
Sin embargo, cualquier comparación entre un gañán como Trump y un prolífico escritor como Zemmour, carece de fuste. Más atinado sería verle como un Jordan Peterson à la française, aderezado con una gotitas de Thilo Sarrazin y un toque de Petain. Desde este punto de vista, los argumentos de Zemmour tienen poco de inédito. Pero quizás precisamente porque se postula a hombros de autores célebres como los mencionados Peterson y Sarrazin y lo que dice resuena en los argumentos de otros nouveaux réactionnaires como Alain Finkielkraut, Michel Houellebecq o Michel Onfray, las ideas de Éric Zemmour no solo no escandalizan, sino que le dan margen de maniobra para adelantar por la derecha a Le Pen sin salirse del carril, tildándola del equivalente francés de ‘derechita cobarde’.
Lo que sí tiene en común con Trump es ser un oportunista cuyo programa político es él mismo, y viajar ligero de equipaje y sin apparátchik, lo que le permite lanzar órdagos a diestro y siniestro -exasperando por igual al ateo Jean-Luc Mélenchon que al también judío Bernard-Henri Lévy- sin preocuparse por la repercusiones negativas que sus para los cargos públicos de su partido, sencillamente porque tal partido no existe. Esta libertad de acción le da una ventaja sobre sus adversarios políticos, que reaccionan al chutzpah de Zemmour haciendo gala del anquilosamiento característico de las burocracias.
El desconcierto que Zemmour provoca entre las filas de los partidos tradicionales franceses, especialmente en los de izquierda, es más chocante si cabe porque demuestra que no solo no han sacado ninguna conclusión de la victoria del desencanto que protagonizó Donald Trump en 2016, sino que incurren en los mismos errores que cometió Hilary Clinton al denostar a los seguidores de Trump, como ha hecho ahora la socialista Anne Hidalgo, al declarar desde su burbuja parisina que la popularidad de Éric Zemmour le provoca náuseas. Otra muestra de torpeza del establishment parisino han sido los intentos de boicotear la publicación de su libro, y los esfuerzos por vetar sus apariciones en los medios, que han tenido el efecto contrario al perseguido.
Lo cierto es que, a menos de 200 días de la primera vuelta, la presencia en la lid de Zemmour, aún sin ser formalmente candidato a la presidencia de la república, está obligando a los demás aspirantes a reajustar sus discursos, lo que vendría a demostrar que la retórica de Zemmour, que coincide en el tiempo con la celebración del juicio-catarsis por los atentados terroristas del 13-N en París, está desplazando la intención de voto lo suficiente como para que sea plausible barruntar un cambio en el mapa electoral, que podría crear una situación insólita si Zemmour desbanca a Le Pen y Xavier Bertrand, llegando a la segunda vuelta.
Esto es lo que parece sospechar Jean-Marie, padre de Marie Le Pen y fundador del Frente Nacional, que ha anunciado su apoyo a Éric Zemmour aduciendo que al ser éste judío, no se le podrá acusar como a él de nazi, por defender la Francia de Vichy del Travail, Famille, Patrie.
En tales circunstancias, Emmanuel Macron no ha tardado en tomar nota, y ha elevado el tono de su oratoria en sintonía con Michel Barnier, quien no ha tenido empacho en introducir la inmigración y la inseguridad ciudadana como asuntos centrales en su visión para Francia, por lo que será inevitable que el tema de la soberanía nacional esté en el candelero.
Una de las derivadas de esto, es que será muy improbable que Macron se meta en un jardín sumándose incondicionalmente a los intentos del grupo que lidera el holandés Mark Rutte para actuar con mano dura contra Polonia, algo de lo que Merkel no es partidaria, por temor a que la UE se fragmente aún más.
El fondo de la cuestión sobre la supremacía del derecho comunitario sobre el nacional es lo suficientemente complejo, emotivo y lleno de matices, que cabe poca duda de que Le Pen, Melechon y Bertran lo usarán para hacer demagogia contra Macron a costa de la Comisión Europea si se les da la menor oportunidad. No obstante, Zemmour, cuyo intelecto está a cierta distancia del de sus adversarios, sabrá encontrar alguna manera de zaherir a Macron con este asunto, haga éste una cosa o la contraria.