Sentimiento de inferioridad

El sentimiento de inferioridad de los catalanes les ha llevado a creerse superiores a los demás y los ha sacado de la realidad

El independentismo ha demostrado ser muy débil. Si en un primer momento sacó pecho y parecía que se iba a comer el mundo, con el paso de los días se vino abajo y se hundió. Y esta debilidad forma parte del carácter catalán. Y no es una novedad. Esto está escrito en el ADN catalán. Y no lo digo yo, sino Josep Pla. El defenestrado Pla para algunos y el gran Pla para todos aquellos que reconocemos el valor de sus escritos y su sabiduría. Un pensamiento que estaba muy por encima de la mediocridad de algunos que, hoy en día, se autoproclaman independentistas y defensores de “lo català”, como diría Joaquím Rubió y Ors, Lo Gaiter del Llobregat.

En el libro “Fer-se totes les il.lusions possibles i altres notes disperses”, escribe:

El bilingüismo plantea, a mi entender, el problema del subconsciente catalán -origen de todo drama cultural del país- porque un pueblo que no consiga mantener las manifestaciones de su subconsciente en un estado holgado, libérrimo y normal perderá su personalidad de modo fatal y segurísimo. El subconsciente catalán se encuentra, en el ambiente castellano y andaluz, desplazado y absolutamente forastero… El desplazamiento al que aludo crea en el catalán un sentimiento de inferioridad permanente. Como este sentimiento es doloroso, desagradable y angustioso, el catalán ha intentado colectivamente y, en muchos caso, personalmente un gran esfuerzo por superarlo, por desligarse de su personalidad auténtica, sin conseguirlo. Ello ha creado una psicología curiosa: la psicología de un hombre suspendido en el aire, que tiene miedo de ser él mismo y, a la vez, no puede dejar de ser él mismo… La persistencia durante docenas de años de este estado ha creado un ser de escasos sentimientos públicos positivos. Un hombre sin patria, incapaz de fusionarse ni adherirse, hipócrito, irónico, individualista, frenéticamente individualista, negativo; un hombre enfermizo, umbrío, desconfiado, aniquilante, escurridizo, nervioso, displicente, solitario, triste. La enfermedad catalana se halla en el subconsciente del país”.

Y esta es la realidad. Este sentimiento de inferioridad les ha llevado a creerse superiores a los demás. Los ha sacado de la realidad y les ha hecho pensar que estaban por encima del bien y del mal. Error. Nadie está por encima de nadie y menos si hablamos de temas que superan las voluntades de unos pocos. Dicho de otra manera. No puedes supeditar tu pensamiento al interés general de un Estado. Y cuando lo supeditas, tienes que atenerte a las consecuencias.

El Estado ha sido bondadoso con las salidas de tono de varios dirigentes independentistas. Empezando por Mas, acabando por Puigdemont, y entre medio a Junqueras, Rovira, Romeva, y podríamos seguir. El Estado ha aguantado porque sabía de la debilidad de sus argumentos. Aunque algunos pensaran que estaban echándole un pulso al estado, este no ha existido nunca. Ninguno ha tenido la fuerza suficiente para hacerlo. Es más, no tenía la más mínima posibilidad.

El 155 fue como el cachete que todos hemos recibido a lo largo de nuestra vida

El problema radica en todos aquellos que se han creído la matraca de estos iluminados. Se han creído que se “marcharían de España”, que “España los robaba”, “que serían más ricos fuera de España”, “que ganarían más dineros”, “que solos sería como vivir en un oasis”, que… Nada de todo esto es cierto y se ha demostrado con el tiempo.

La primera debilidad del independentismo se produjo el 27 de octubre cuando el Senado aprobó, por 214 votos a favor, 47 en contra y 1 abstención, la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Ese día pusieron el freno. Siempre creyeron los independentistas que el Estado no haría nada. En el momento que éste movió un dedo, se acojonaron. Se pusieron nerviosos y pensaron que todo se había acabado. El 155 supuso, si lo traspasamos a niveles familiares, como el cachete que todos hemos recibido a lo largo de nuestra vida.

Recordaran ustedes que el cachete dura lo que dura. Es decir, con los días pierde efecto. Y lo ha perdido o pareció que lo perdía como consecuencia de las elecciones del 21 de diciembre. Al creerse en derecho de pregonar una victoria inexistente, se vinieron arriba. Y, aquel sentimiento de inferioridad de Pla volvió a extrapolarse. “Aquí mandamos nosotros y nadie nos va a decir cómo lo tenemos que hacer”. “El president será Puigdemont pese a quien le pese”. Mientras tanto el Estado seguía observando. Y es condescendiente como cualquier padre con su hijo.

Y ha llegado el momento que el padre ha dicho: basta. Vamos a evolucionar. Y ha tocado el tema de la lengua. Que es como el 155. Inmediatamente el independentismo se ha rajado y han vuelto a recibir un cachete. El segundo en poco tiempo.

Ahora toca ver cuál será el próximo movimiento. Hay dos soluciones: o recular y empezar a gobernar Cataluña dentro del marco constitucional, o recibir un tercer cachete. Veremos lo que deciden hacer.