¿Nos hemos equivocado?
Involucrar a entidades no políticas, como ANC o Òmnium Cultural, supone entender que a éstas les importa muy poco las próximas elecciones
Uno de los problemas que tiene España es que no tiene estadistas. Sí políticos, más o menos buenos, pero no que, como dijo Churchill, no piensen en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones. Y ésto no se da, por desgracia, en este país.
Lo hemos visto en lo ocurrido desde el pasado 6 de septiembre de 2017. Y es que el procés ha sido más un juego para unas próximas elecciones que una visión de futuro. Si se hubiera pensado en ésto, quizás nunca hubiera pasado nada de todo lo vivido.
Subvencionar a Òmnium Cultural y a la ANC no ha sido positivo
Por una parte un sector, que ahora se arrepiente y dice que el órdago lanzado no «iba tan en serio», debería haber tenido en cuenta las repercusiones a corto y a largo plazo. Es decir, saber lo que se buscaba y que, de no conseguirse, una retirada a tiempo es una victoria.
El problema reside en abrir el tema y provocar a las entidades vinculadas con cierto pensamiento. Dicho de otra manera, subvencionar a Ómnium Cultural y a la ANC no ha sido positivo.
¿Por qué? Cuando uno hace política hace esto, política. Involucrar a entidades no políticas supone que a éstas les importa muy poco las próximas elecciones. Ahí hay el conflicto de intereses. A los que no les importa la política y a los que viven de la política.
La sociedad civil catalana se ha frustado: les prometieron el maná y se van a quedar sin nada
Ahí se produce un conflicto social. Unos movilizan a las masas y los otros están contentos porque ven sus propuestas asumidas por la calle. Y esta movilización social es buena siempre y cuando se cumplan los objetivos.
De no hacerse se vuelven en contra de uno. Es un efecto bumerán. Y esto es lo que ha ocurrido. Aquellos que viven de la política y gesticulan para volver al punto de partida y seguir en el mismo negocio sin desgastarse mucho se dieron cuenta que siguiendo por ese camino se les acababa el chollo y recularon.
Pero la sociedad civil no porque le habían prometido el maná y se van a quedar sin nada. Y eso frustra. Y la frustración es muy mala.
Por la otra parte, en el momento de verse atacado por una comunidad autónoma, o por un gobierno, el estado central se defiende. Tal vez lo hace por desconocimiento del hecho o las circunstancias por las cuales se han producido.
La distancia puede ser un problema y también lo es las circunstancias que proporcionan una estabilidad en las elecciones. ¿Qué quiero decir? Como en el caso anterior, el político del gobierno central también piensa en las próximas elecciones.
Es más, los primeros solo piensan en su circunscripción, los otros en las 17 que forman el global de España. Dicho de otra manera, si se da más en un sitio que en otro, quizás se pierdan votos aquí y se ganen ahí y se desestabilicen aquí.
Por no dar un paso en falso muchas veces se complican las situaciones. Esto no ocurre con un estadista. Éste piensa en el bien común ahora y dentro de 50 años. Por lo cual, le importa poco perder pasado mañana, si a posteriori todos salen ganando.
Pero cuando se piensa en votos y en encuestas, la cosa se complica. Y ninguno es mejor ni peor que los otros. Al contrario, todos son culpables por su falta visión política o de estado.
La necesidad de rectificar
El nerviosismo provoca tomar decisiones de las cuales la otra parte también le gustaría dar marcha atrás. No es un tema de un solo bando, sino de ambos. Cuando todo ha pasado, con el tiempo, la gente se arrepiente de lo hecho o piensa que se hubiera podido hacer de otra manera o diferente. Ni mejor ni peor.
Quizás esos cambios a posteriori hubieran significado, en su momento, una actitud diferente y unos movimientos sustanciales. Algo o todo sería diferente tal vez gracias a una frase o a un gesto.
Y llegados a este punto quizás nos tenemos que preguntar, respecto al tema vivido en Cataluña, una cosa: ¿todos nos equivocamos?