Centroderecha: cultura y política
¿Cuál es el futuro del centroderecha en España? Aquí se encierran dos cuestiones distintas, aunque relacionadas. La primera: ¿cuál es la influencia de las ideas del centroderecha en la configuración de la cultura social y política española y europea, y de qué modo puede aumentarse? La segunda: ¿cómo debe (re)configurarse el espacio político a la derecha de la izquierda para ser capaz de ganar elecciones?
Aunque solo sea por evitar la apariencia de maquiavelismo, abordaré aquí la cuestión de la cultura, y solo brevemente la de la política en sentido estricto.
Por cultura me refiero al sustrato prepolítico del constitucionalismo democrático. Dentro de ese gran consenso es posible el pluralismo ideológico a lo ancho de un amplio espectro, de la izquierda a la derecha, aunque podrían señalarse otros ejes. En España nos apresuramos a añadir el calificativo de “centro” para señalar los partidos que aceptan el marco común, sus reglas y lenguaje.
Pero la relación de izquierda y derecha con el consenso de la centralidad dista de ser simétrica. Esto tiene razones históricas profundas. Y no me refiero a Franco.
Debemos entender en primer lugar que el orden liberal no se afirma en el vacío, sino contra el antiguo régimen político y para cambiar el orden tradicional de la sociedad. El centroderecha está definido fundamentalmente por la actitud conservadora ante ambos proyectos.
El conservadurismo liberal se apoya en dos asunciones: 1) que a la sociedad tradicional le conviene el correctivo de un orden político liberal –de libertades individuales, limitación de poder y autogobierno– para evitar la tiranía y la asfixia de los ambientes cerrados; y 2) que el orden político liberal solo sobrevive nutriéndose de un orden moral que la sociedad tradicional sabiamente fomenta, pero que no puede construirse diseñando una sociedad sobre los principios abstractos del individualismo liberal.
El liberalismo progresista, en cambio, aspira a redefinir todas las relaciones sociales de acuerdo con esos principios. Y esto ha sucedido en un proceso de siglos (del que se extrapola “el sentido de la historia”) que empieza siendo transgresor, y acaba en nueva ortodoxia normalizada socialmente, en último término impuesta mediante la legislación del Estado.
Este proceso histórico –lleno de contingencias, vaivenes y variaciones según países– se alimenta de la experiencia de la represión y la hipocresía, y avanza hacia la actual redefinición del consenso liberal de acuerdo con principios progresistas. Hasta negar la respetabilidad a todo aquel que pretenda una visión de la sociedad alternativa a la progresista.
Todo centroderecha se considera extrema derecha: inmoral, malintencionada, antidemocrática, fascista, enfermiza. A lo más se tolera un conservadurismo que ralentice el progreso, para poner las cuentas en orden, pero ideológicamente sumiso: el “preservadurismo”.
Evidentemente esto dificulta la articulación de un espacio político de centroderecha, es decir, una alianza que represente políticamente una visión conservadora pero que a la vez se encuentre cómoda dentro del marco del constitucionalismo tal como es interpretado hoy en día (desde la superioridad moral de la izquierda).
Me gustaría señalar cuatro obstáculos, que habría que discutir más despacio: 1) el conservadurismo dentro del sistema pierde todas las batallas culturales en todos los países, también donde gobierna con mayoría absoluta; 2) las tensiones internas de las grandes alianzas de ideas e intereses que configuraron el centroderecha (liberalismo y conservadurismo) son hoy más evidentes, debido a la radicalización de la agenda progresista y la reconfiguración del consenso sobre lo políticamente correcto; 3) los grupos sociales y los problemas que aquellas alianzas vinieron a resolver han cambiado de preocupaciones y necesidades; en concreto el liberalismo económico es hoy más cercano a las élites globales de mentalidad progresista; y 4) hay ejemplos de éxito (al menos electoral) de estrategias, estilos y alianzas de intereses alternativos, que han abandonado el moderantismo y la centralidad, y que rompen el eje izquierda-derecha.
La reconfiguración del espacio político del centroderecha no puede repetir fórmulas del pasado (reaganianas o aznarianas). Pero la sugerencia de que hay fórmulas alternativas me suscita tres dudas.
Primera duda de ámbito europeo: no sé si es posible una estrategia de derecha no conformista que –aunque no pretenda ganarse la simpatía de la izquierda cultural y política– respete sin embargo los principios morales e institucionales que el conservadurismo contribuyó a aportar a la gran tradición del constitucionalismo europeo.
Segunda duda, española: no sé si con nuestra historia y sociología no posindustrial es posible crear alianzas que incluyan a las clases populares (el “giro poligonero”, que sí se ha dado en otros países). Otra cosa es que se intente una alianza no definida por su relación con orden social tradicional, sino por otros ejes, como el nacional o el económico.
Por último, una triple perplejidad de alcance universal: sospecho que los intelectuales sofisticados capaces de cuadrar el círculo de un “inconformismo sensato”, no son (somos) las personas adecuadas para una alianza de tipo populista. Sospecho que quienes efectivamente encabezan estas estrategias ven la cultura como medio para el éxito político, y no al revés. Más aún, me temo que la política como medio tampoco es muy eficaz, y puede ser contraproducente, en la renovación de la cultura prepolítica.
La cultura tiene tiempos de maduración y dinámicas de crecimiento que no responden a las prisas constructivistas. Pero el cultivo paciente del orden social también exige cayados, muros y espantapájaros.