CDC, sin ambigüedades

¡Claro que hay algo más! Anteayer, Josep Antoni Duran i Lleida fue tajante sobre las elecciones de septiembre y el plan soberanista del presidente Artur Mas: «Si se quiere presentar la independencia como punto único habrá quien no pueda suscribir eso […] habrá gente de UDC que no apoyará las posiciones más próximas a CDC y otros que sí». Entre los contrarios es evidente que se sitúa el mismo. Duran anuncia una recomposición del sector moderado, con la ayuda de los de siempre, aunque estoy seguro de que no será como él quisiera que fuese.

Lo escribí la semana pasada y hoy reitero lo que dije: Duran i Lleida aún no ha asimilado el cambio experimentado en la sociedad catalana y, consiguientemente por CDC, e insiste en hacer política en Madrid como si no estuviese pasando nada en Catalunya. Qué contradicción, ¿verdad?, que él presida la comisión de exteriores del Congreso mientras el Gobierno español se dedica a hostigar a los responsables de exteriores de la Generalitat. Ya lo cantaba Antonio Machín: «Cómo se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco». Si el poliamor se basa en el engaño, llamémosle cuernos, porque en definitiva es lo que son.

La moderación y la buena educación institucional no pueden desfigurar lo que ahora es esencial: que los representantes políticos en Madrid de lo que en estos momentos representa el presidente Artur Mas deben actuar de acuerdo a las necesidades del Gobierno catalán y no según los intereses particulares. Después de los múltiples casos de corrupción, hemos podido constatar dónde puede llevar esa manera de hacer política del pasado, cuando los políticos se convirtieron en lobistas defendiendo intereses y no proyectos políticos.

En el último congreso de CDC, celebrado en Reus en marzo del 2012, el reclamo independentista fue aprobado por unanimidad. Además, en muchos pueblos y ciudades los militantes de CDC trabajan abnegadamente con la ANC, que es una asociación claramente secesionista. Muchos de los ayuntamientos gobernados por CiU están integrados en la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), que preside el aún alcalde de Vic, antiguo militante de UDC, Josep Maria Vila d’Abadal. En fin, que CDC ha optado por la secesión del mismo modo que el SNP de Alex Salmond se lanzó a ello en el referendo que perdieron los soberanistas escoceses.

Éste es el mismo camino emprendido por los soberanistas moderados en Catalunya, que a diferencia de ERC lo transitan sin prisa pero sin pausa, lo que les está costando un bronco enfrentamiento con los poderes fácticos y mediáticos unionistas, que preferirían que las cosas fuesen como antes, cuando la federación nacionalista vociferaba sin morder. Por eso la semana pasada se produjo una situación políticamente incomprensible. Después de la áspera comparecencia del presidente Mas en la comisión de investigación, resultó que al final de la semana el «mártir» era Duran, quien se había sentido desautorizado por CDC por la abstención de los diputados de este partido ante una ley que podía poner en graves apuros a los soberanistas. Nadie oyó de su boca ni media palabra de solidaridad con el presidente, lo importante era su caso y tuvo el consuelo de los que quieren ver muerto políticamente a Artur Mas. Cataluña no necesita políticos domesticados; lo que le falta son líderes.

Aunque las elecciones municipales tienen un perfil muy concreto, basado en la proximidad y en las dinámicas locales, está claro que en esta ocasión los resultados van a ser leídos en clave nacional catalana. Al fin y al cabo, tirios y troyanos plantean estas elecciones como una primera vuelta de las del 27S, que van a ser plebiscitarias aunque haya quien se empeñe en lo contrario. Las elecciones plebiscitarias no existen, es cierto; pero todo el mundo sabe que las elecciones municipales de abril de 1931 se convirtieron en un plebiscito sobre la monarquía y derivaron en una proclamación de la República por la vía de los hechos. Por lo tanto lo que pase el 24 de mayo va a ser trascendente para enfocar el 27S en un sentido u otro.

Imagínense ustedes que los jóvenes ediles de CDC —que es el único partido que ha renovado su base municipal— se dan un batacazo, pongamos por caso, en Igualada, Girona, Figueras, Sant Cugat, La Seu d’Urgell, Berga, Valls, Vilafranca del Penedès, Mataró, Amposta o Tortosa. O que Junqueras no consiga hilvanar el pacto que lo encumbró a la alcaldía de Sant Vicenç dels Horts o, lo más significativo, que Xavier Trias no repita como alcalde de Barcelona porque Alfred Bosch decide aliarse con Ada Colau, la candidata encubierta de ICV-EUiA, y el PSC de Collboni. La lectura funeraria del proceso soberanista sería inevitable, lo que ya anuncian con regocijo algunos articulistas. Pero si la suma de ERC, CiU i CUP domina en toda Catalunya y Trias repite como alcalde de la Ciudad Condal, entonces la interpretación contraria, la que destacaría el éxito del soberanismo, estaría perfectamente legitimada.

Para abordar un reto de esta envergadura, los partidos deben estar preparados ante cualquier eventualidad, incluyendo las inspecciones de Hacienda. Cuando a veces debato con los actuales dirigentes de CDC sobre cuál debería ser la orientación futura de su partido, casi siempre tengo la sensación de que les cuesta reconocer que para reactivar el maltrecho prestigio de un partido manchado por sonoros casos de corrupción, la solución pasa por cortar algunas cabezas y recomponer el proyecto. Mi impresión es que les cuesta poner en marcha la sierra mecánica para atajar de cuajo la gangrena.

Nadie puede ignorar que el caso de los Pujol ha tenido y tendrá un efecto pernicioso para ellos, superior al ya dañino caso del Palau de la Música, especialmente porque ha puesto al descubierto un tipo de comportamiento basado en esa política lobista que caracterizó al pujolismo y que hay quien sueña en recuperar. Cortar con la corrupción comporta cortar con el pasado, con ese oasis ensimismado, y despellejar sin contemplaciones a quien haya actuado bordeando la ley o la ética.

Estamos ante uno de los retos más importantes de los últimos 150 años y parece que no lo queramos reconocer. Plantarle cara al Estado, y en particular al Estado español, que se construyó con muchas dosis de nacionalismo españolista, no es algo que se plantee todos los días. En otros lares este tipo de conflictos se han resuelto con violencia. Por suerte para todos, aquí la «tentación armada» se acabó con el fin de ETA y la desaparición de los GAL instigados por los socialistas. Es impensable que el Estado recurra hoy a la violencia, pero puede dañar el proceso soberanista catalán aprovechando las flaquezas personales. No todo el mundo puede pasar una auditoría y a los afectados el miedo les sale por la boca.

Así pues, si se quiere resolver democráticamente este pleito —que no puede durar eternamente—, lo natural es que el presidente Artur Mas, pasada la prueba del algodón ético ante una comisión de investigación, se presente ante el electorado el 27S dejando las cosas claras. Nada de eufemismos. Nada de ambigüedades. La reivindicación de la independencia debe ir en el programa electoral sin ningún tipo de complejo. Si alguien, como asegura Duran i Lleida, tiene un problema con la idea de irse de España y no puede compartir ese proyecto, el problema será suyo y no de la mayoría que apoya al presidente en su partido y en las urnas de cartón que entre todos pusimos en los colegios electorales el 9N.