CDC en la encrucijada

Cuando en 2000 Artur Mas fue elegido secretario general de CDC para relevar a Pere Esteve, que luego se pasó a ERC, el pujolismo ya había comenzado su decadencia. Era una muerte anunciada que Pujol no quiso o no supo ver, a pesar de que el desgaste gubernamental era evidente y que su opción de pegarse al PP de Aznar resultó ser letal, a pesar de los beneficios que obtuvo para Cataluña. Quien había sabido dirigir el país durante más de dos décadas, en 1999 ya andaba falto de reflejos. Ahora su muerte civil es irreparable.

En el artículo Ara toca, president, firmado conjuntamente por Francesc-Marc Álvaro, Joaquim Colominas, Oriol Izquierdo, Albert Sáez, Ferran Sáez, Marçal Sintes y yo mismo, les advertíamos de lo que se avecinaba: “Aunque las encuestas otorguen un alto grado de aceptación de la política llevada a cabo –Pujol no se cansó de mostrarlas durante la campaña–, hay un enmohecimiento perceptible del estilo de gobernar, que se ha traducido en una merma de la capacidad de ilusionar al electorado. Ahora toca que el presidente de la Generalitat haga un gobierno con políticos preparados y atentos a las transformaciones, capaces de imaginar, no sólo de gestionar a la baja, y lo suficientemente valientes para poder equivocarse incluso cuando este riesgo se puede pagar muy caro. El nacionalismo mayoritario no se puede permitir más gerentes de circunstancias que, como las termitas a la madera, agujerean la credibilidad de cualquier proyecto”. Con ese artículo reclamábamos una regeneración total, «sin paternalismos desfasados, sin clientelismos improductivos, sin patrimonialismos exclusivistas. Con complicidad, con transparencia, con ofertas de diálogo y de cooperación que respeten el lugar de cada uno pero no renuncien a espacios de intersección y de apoyo. Esta interlocución debe liberarse del mito noucentista de la sociedad civil perfecta, del peaje de las subvenciones paralizantes, de las gestiones ineficaces y corruptas hechas también por algunos que se aprovechan del nacionalismo”. Visto con la perspectiva de los años, creo que no nos equivocábamos mucho cuando diagnosticábamos dónde estaba el mal del pujolismo.

Pujol y los capitanes del pujolismo no nos hicieron ningún caso. Y a pesar de que CDC había empezado el relevo de Pujol, el enmohecimiento, la oxidación del proyecto pujolista era tan evidente que ya no tenía remedio. El desgaste que describíamos en el articulo del 7 de noviembre de 1999, firmado por personas que después estuvimos enfrentadas sobre el tripartito y su gestión, no podía prever la bomba Pujol de estos días. Lo de ahora, cómo dejé claro en un artículo publicado recientemente, produce pavor no tanto porque se haya descubierto un fraude fiscal que nunca debería haberse producido, sino por lo que tiene de fraude moral. La indecencia es haber mentido reiteradamente cuando se le acusaba de estos hechos. El pujolismo no fue ninguna mentira, el mentiroso fue Pujol. Y los errores del final también fueron de él. Mas había sido nombrado consejero en 2001 pero todavía no dirigía, ni diseñaba, la política de CDC. Simplemente gestionaba el final de la era Pujol, marcada por un montón de debilidades y también de escándalos financieros sonados, como el caso De la Rosa.

El relevo de Pujol como candidato a la presidencia de la Generalitat se produjo en las elecciones siguientes, las de 2003. Artur Mas se convirtió en candidato arropado por lo que se conoce como el pinyol (hueso, en castellano), que estaba integrado por Quico Homs, Germà Gordó, Oriol Pujol, David Madí, Quim Forn, Lluís Corominas, que se aliaron con Felip Puig, el todopoderoso secretario de organización con Pere Esteve. Ahí la tropa de Lluis Recoder y los roquistas sólo contaban con la protección de Puig. El cambio de candidato y de grupo dirigente no fue suficiente parar el trasvase de votos de CiU hacia ERC ni el entendimiento de los republicanos con el PSC e ICV-EUiA para formar el primer tripartito a pesar de que, contra todo pronóstico, CDC ganó aquellas elecciones. No le sirvió de nada. Como anécdota les diré que el mismo grupo de articulistas que firmamos el del año 1999, el 3 de diciembre de 2003 publicamos otro, con la incorporación de Xavier Roig i Pere Martí, titulado I ara, per què no toca, senyor Carod, en el que defendíamos la necesidad del pacto entre CiU y ERC. Fue inútil y destruyó al grupo, fiel reflejo de hasta qué punto podía ser transversal el catalanismo soberanista que se avecinaba mayoritario.

La CDC de Artur Mas se fue construyendo en la oposición. Como al final este es un partido moderado, sea cual sea la filiación de cada uno (liberal, socialdemócrata o socialcristiana), costó diseñar una nueva estrategia. No fue hasta noviembre de 2007, con Maragall hundido y Montilla encumbrado como presidente, que Artur Mas lanzó la idea de lo que después sería la Casa Gran del Catalanisme, un nombre poco adecuado y demasiado pujolista, para mi gusto, pero que se convirtió en un potente anzuelo para regenerar el discurso político, cohesionar las filas nacionalista y dar alternativa al tripartito. Diga lo que diga ahora Duran i Lleida, UDC se puso de los nervios con esa propuesta, porque creyó que estaba pensada para fagocitarles. Nunca fue esa la intención, porque el proyecto tenía una intencionalidad mucho más amplia, empezando por arrastrar hacia el soberanismo a los moderados que votaban CiU y a los catalanistas de izquierda que estaban hartos del PSOE. A pesar de las burlas y de los desengaños, los siete años que CDC estuvo en la oposición le sentaron bien. O eso es lo que parecía. El liderazgo de Artur Mas no se discutía, pero las diversas familias lo aceptaban esperando que tropezara y llegase su turno.

Pero las elecciones de noviembre de 2010 dieron el triunfo a CiU tras el fracaso de ERC y el PSC. En política, la crisis del adversario empaña las propias debilidades. Cuando CDC volvió a la Generalitat, Artur Mas pensó el gobierno en términos de Casa Gran, aunque se le puso otro nombre horrible, el Govern dels millors, tan petulante como lo había sido el primero. Sea como fuere, la realidad es que ese gobierno quería ser integrador, eficiente, transversal y altamente profesional. Ahí estaban Andreu Mas-Colell, Ferran Mascarell, Boi Ruiz, Francesc Xavier Mena o Pilar Fernández Bozal, junto a los Puig, Recoder, Rigau o Josep Lluís Cleries. Puig entró en el gobierno a última hora, por presiones del núcleo duro pujolista, lo que desplazó a Quico Homs a la secretaría general de presidencia. Asumió este sacrificio con disciplina pero con dolor. El reparto de funciones incluyó que el partido pasaba a manos de Oriol Pujol, que al principio quería ostentar la secretaría general y una consejería. El president no se lo permitió a cambio de ofrecerle la secretaría general y la presidencia del grupo parlamentario. Y así fue. En el XVI congreso de CDC, celebrado en Reus el 24 de marzo de 2012, Oriol Pujol fue nombrado nuevo secretario general del partido. En ese mismo congreso, CDC se declaró abiertamente partidaria de la consecución del estado propio, lo que quería decir que se abría la puerta a reclamar la independencia de Cataluña.

El partido en manos de Oriol Pujol nunca funcionó. Y la filosofía de la Casa Gran fue languideciendo al mismo ritmo que la acción de gobierno avanzaba. Los antiguos roquistas consiguieron que Josep Rull asumiera la secretaría de organización y, por lo tanto, poner un pie en una dirección que hasta aquel momento había sido dominada por el pinyol evolucionado, puesto que Madí ya no estaba al pasar a la empresa privada i Germà Gordó había perdido fuelle después de perder peso ante Homs. Entre el 24 de marzo de 2012 y el 19 de marzo de 2013, fecha en que fue imputado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por un delito de tráfico de influencias, Oriol Pujol dominó la dirección de CDC junto a Quico Homs, Josep Rull, Lluís Corominas, Jordi Turull i Francesc X. Sánchez, el sacrificado abogado del partido que acabó dirigiendo la Fundación CatDem. El ensimismamiento de este núcleo con ERC fue palmario.

Lo que ocurrió después del 11 de setiembre de 2012 ya lo saben ustedes. El 25 de noviembre de 2012 se celebraron nuevas elecciones, anticipadas más de dos años, y CDC comprobó que afrontar una carrera electoral habiendo recortado hasta límites dramáticos el Estado del bienestar y tras haber abandonado la estrategia de la Casa Gran del Catalanisme, había sido un error. Los pronósticos que se fabularon en los confortables despachos de dirección de algún periódico no se cumplieron. Y ahí empezó otro drama. ERC, con Oriol Junqueras al frente, se hizo con el control del ritmo de la situación, con especial entreguismo de la dirección de CDC. Toda crítica a los aliados era castigada, criticada, sin darse cuenta de que cuanto más débil era CDC más se ponía en riesgo la solidez del liderazgo de Mas. Los errores de esta dirección han sido mayúsculos. Lo digo de otro modo: no ha habido dirección en un momento en que el partido que no la tuviese corría el riesgo de naufragar. Al PSC le ha pasado exactamente esto.

Cuando Oriol Pujol dejó la secretaría general, la fórmula del triunvirato (Rull-Corominas-Turull) estaba claro que no funcionaría. Ahí está. Lo hemos podido comprobar. Un partido sin ritmo, deprimido, sin ideas, cerrado, dónde incluso las amigos eran considerados sospechosos. Esta situación ha durado casi un año y medio, hasta que Oriol Pujol se fue definitivamente, el 14 de julio de este año, coincidiendo con el 225 aniversario de la Revolución Francesa. Si a la dimisión del hijo añadimos la bomba que lanzó el padre al cabo de once días, lo que va a pasar a partir de ahora es una incógnita. La solución adoptada, crear una coordinación de 10 miembros, con Josep Rull como coordinador general no es ni buena ni mala. Es una solución de compromiso entre las familias tradicionales de CDC hasta que no se reconstruya un espacio político que, huérfano del padre fundador, puede sentir la tentación de reconstruirse a la vieja usanza. El reparto ha quedado más o menos de esta manera: Josep Rull, Mercè Conesa i Meritxell Borràs son lo que antes representaba Lluís Recoder, mientras que Quico Homs, Francesc Sánchez y Jordi Turull son los hombres del president. Lluís Corominas, Xavier Trias, Irene Rigau y Pere Macías son, digamos, los comodines de este grupo de dirección, con agenda propia y alianzas múltiples dentro del partido, especialmente el alcalde Trias, hoy cerca de Germà Gordó y Felip Puig por lo menos en cuanto al análisis del proceso soberanista.

Cómo han cambiado las cosas desde el 2000, ¿verdad? La reconstrucción de CDC pasa por olvidarse de los paradigmas de siempre y darse cuenta de que el embrollo en el que está metido el país sólo tiene un activo, que es precisamente el president Artur Mas. Toda la acción de CDC debería pasar por entender que lo importante es abrir puertas y ventadas por donde salgan los corruptos; reconstruir el espacio político ante una ERC cada día más fuerte y, finalmente, generar una estrategia que responda a un pensamiento nuevo, abierto, social y extremadamente democrático.