Cayó el dique

Cuando Antoni Rovira i Virgili, presidente del Parlamento de Cataluña, cruzó la frontera hacia el exilio en 1939, escribió un texto llamado Juramento del exilio. En él se decía, entre otras muchas cosas, que «de la máxima desdicha saldrá el definitivo enderezamiento de la historia, si los catalanes sabemos aprovechar las durísimas lecciones que hemos recibido». Este 27 de setiembre los soberanistas han sabido aprovechar la ocasión y han hecho historia.

El soberanismo acaba de dar un salto cualitativo de gran importancia, independientemente del crecimiento de C’s, que ha capitalizado el voto del «no». Con una participación del 79,5% de los 5.314.736 de ciudadanos convocados, los soberanistas reúnen un 47’81%, casi 2 millones de apoyo popular, y, de momento, 72 diputados. Es una victoria inapelable, digan lo que digan los agoreros del statu quo. Incluso los 100.000 votos cosechados por UDC y los 358.000 votos de Catalunya Sí que es Pot, dos partidos partidarios del derecho a decidir, aunque han fracasado ruidosamente, no se pueden contabilizar entre los partidarios del «no», por lo menos de manera directa. Así pues, el envite al Estado planteado desde el 2012 no ha disminuido. Al contrario, está aquí y va en aumento.

Con estas elecciones han caído muchos mitos. Por ejemplo, el mito de que el Baix Llobregat es una reserva «étnica» españolista, por decirlo a la manera de Pablo Iglesias. El Baix Llobregat es hoy independentista. Junts pel Sí ha sido la candidatura más votada en esta comarca, con un 25,99% de los votos. Además, la CUP ha obtenido un 6,44% de los votos, por lo que el soberanismo ha llevado el 32,43% de los votos, con el 95,36% del escrutinio, y un aumento de la participación del 9%. Es verdad que C’s se ha convertido en la segunda fuerza, desbancando al PSC, con un 23,48% de los votos emitidos. El gran perjudicado del avance de C’s ha sido, sin embargo, el PP, un partido cada día más marginal en Cataluña.

Tiempo habrá para analizar mejor lo que pasará a partir de mañana, porque las matemáticas parlamentarias aún no cuadran, pero lo cierto es que la victoria independentista derrumba el dique que el Estado, utilizando la estrategia del miedo e incluso las malas artes electorales (impidiendo el voto por correo, por ejemplo), construyó para contener a los secesionistas. Ahora les queda el recurso de utilizar la inhabilitación del presidente Artur Mas —quien, por otra parte, estoy seguro de que repetirá con la abstención responsable de la CUP o incluso prestando un diputado si hiciera falta— para impedir que el proceso avance.

Reconozcámoslo, estamos donde estamos porque el presidente Artur Mas ha tenido el temple necesario para avanzar paso a paso, a pesar de las crisis de confianza entre soberanistas y los ataques despiadados del Estado. Él, junto a Junqueras y los disputados de Junts pel Sí, están llamados a conducir la segunda fase del proceso de soberanización de Cataluña. La que nos permitirá negociar la creación del nuevo Estado.