Causas y peligros de todos los populismos
Poco o nada parecen tener en común líderes políticos actuales como el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos Donald Trump, y el presidente de la República Bolivariana de Venezuela Nicolás Maduro, el caudillo del ultraderechista y xenófobo Amanecer Dorado griego Nikolas Michalolaikos y el presidente de la República de Turquía Recep TayyipErdogan, la candidata del Frente Nacional a la presidencia de la República francesa Marine Le Pen y el dirigente del italiano Movimiento Cívico Cinco Estrellas Beppe Grillo, el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el líder antieuropeísta británico Nigel Farage, el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo cubano Raúl Castro, o el antecesor y hermano de este último, el ya retirado Fidel Castro.
Aunque a buen seguro todos los citados se escandalizarían ante esta comparación, lo cierto es que en todos estos casos, así como en muchos otros que también se podrían traer a colación, existe el denominador común de unos no ya liderazgos sino verdaderos caudillajes unipersonales incontestados e incontestables, aquellos tipos de caudillajes de la «adhesión inquebrantable», así como la utilización sistemática de un discurso populista.
Un discurso basado mucho más en sentimientos y emociones que en razonamientos. Un discurso casi siempre plagado de tópicos, de contundentes frases hechas que se asemejan más a un eslogan publicitario que a una propuesta política. Un discurso basado en el uso y abuso de las técnicas de marketing comercial que en una exposición serena de una ideología.
Cuando, en febrero de 1848, Karl Marx y Friedrich Engels publicaron su célebre «Manifiesto del Partido Comunista», citado en ocasiones de forma errónea como «Manifiesto Comunista», iniciaban su proclama con una frase que ha pasado a la historia: «Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo».
Parafraseando aquella célebre frase ya histórica y tantas veces citada, y ya definitivamente superada la etapa del eurocentrismo, en la actualidad debemos decir que es otro el fantasma que recorre casi el mundo entero: el fantasma del populismo.
Las razones del creciente auge de los movimientos populistas parecen claras. Esta primera gran crisis económica y financiera global ha tenido y tiene todavía consecuencias sociales dramáticas por doquier.
Más allá del incremento hasta límites escandalosos e insoportables de las desigualdades económicas entre unos países y otros, y además en el interior mismo de muchos países, se está produciendo la extinción práctica de las llamadas clases medias, a la par que en muchos casos desaparecen muchos de los logros más importantes alcanzados, en especial en gran parte de Europa, en el desarrollo del Estado del Bienestar.
Si a ello le añadimos el también creciente e imparable fenómeno de las migraciones masivas, la extensión planetaria del fanatismo de raíz religiosa y la propagación de fabulosas teorías conspiranoicas, el populismo tiene un caldo de cultivo más que potente.
Frente a las emociones y los sentimientos, frente a la irracionalidad y la pasión, solo cabe una respuesta: el uso hasta la saciedad de la pura razón. Si no, como ya ocurrió en épocas no tan lejanas, podría suceder que, como con lucidez ha advertido el presidente de Estados Unidos Barack Obama a los euroescépticos británicos, acabáramos tirando el bebé con la placenta.