“Cateto” no es solo un término geométrico
El nacionalismo y otros fundamentalismos amenazan el patrimonio cultural de Barcelona
A través de los medios de comunicación, nos llega la noticia de una propuesta planteada recientemente en la Comisión de Derechos Sociales, Cultura y Deportes del Ayuntamiento de Barcelona. El fondo de dicha propuesta era qué hacer con el gran edificio del Banco de España situado en la Plaza de Cataluña, que ha entrado en desuso.
El edificio es de titularidad estatal; consecuentemente el nacionalismo, fiel a su política de socavar todo lo posible la presencia del Estado en Barcelona, insiste desde hace tiempo en que la propiedad revierta en el consistorio o, mejor, en la Generalidad. Planteamiento paralelo al que se hace a propósito del edificio de la Jefatura de Vía Layetana.
En sus pretensiones, tanto en uno como en otro caso, los nacionalistas cuentan con el valioso apoyo de la mesnada colauista, de teórica equidistancia, pero de práctica siempre sesgada. Hasta ahí, todo normal. El problema es que los grupos políticos constitucionalistas del consistorio parecen vivir en otro planeta, a juzgar por cómo suelen reaccionar en situaciones semejantes. Volveré sobre ello.
Pues bien, en la reunión de la citada Comisión del pasado día 20, el representante del PP tuvo la infausta idea de proponer que el citado edificio se convirtiera en una subsede del Museo del Prado. En última instancia supongo que sería repetir el experimento que el Louvre ha llevado a cabo en la ciudad de Lens, próxima a la frontera belga.
El nacionalismo tocó rápidamente a somatén, porque, cito textualmente, la propuesta encerraba “un tic de colonialismo moderno”. También se aludió a la competencia que el futurible centro podría significar para los museos barceloneses ya existentes. Considero que en muy poco deben valorar los municipio nacionalistas dichos entes expositivos, cuando intentan protegerlos de una competencia que deben considerar “desleal”. Por supuesto votaron en contra de la propuesta y el rechazo se vio reforzado por la abstención de los restantes grupos, excepto el PP, es decir, BComú, PSC, que comparten cartapacio, C’s y BCN pel Canvi.
Cualquier proyecto destinado a aumentar la oferta en pintura clásica, con independencia de rifirrafes políticos, debería ser bienvenido
Que el primer grupo citado se abstuviera, en lugar de votar en contra, ya es coherente con su trayectoria. La abstención de los otros, ya me resulta más difícil de explicar. Estaría de acuerdo en aceptar que la propuesta del representante del PP, Oscar Ramírez, estaba bastante verde y que destilaba un cierto oportunismo (ignoro si buscó complicidad previa), pero considero que cualquier proyecto destinado a aumentar la oferta en pintura clásica, con independencia de rifirrafes políticos, debería ser bienvenido.
No es ese precisamente el fuerte de la museística barcelonesa. Así que, en mi condición de ciudadano de a pie, rogaría a los restantes grupos constitucionalistas que, en situaciones como la reseñada, matizaran o explicaran las razones de su abstención, so pena de funcionar como hipotenusa de los catetos correspondientes.
Dicen que la gran opción en esta vida está entre ser cola de león o cabeza de ratón. Creo que las hay intermedias; como por ejemplo cuando siendo ratón, se puede gozar de la protección de un león. En el aspecto cultural el nacionalismo catalán siempre se ha inclinado por una opción radical, que cada vez más se podría calificar de cola de ratón, en la medida que favorece una supuesta cultura popular frente a la, digamos, global, de tal manera que el cosmopolitismo de Barcelona, cada vez más asediado, es objeto de toda sospecha. Es el síndrome Manelic en su aspecto cultural: la “terra baixa”, es decir, Barcelona, es la puerta de entrada de todo lo que puede contaminar la pureza primigenia de la cultura “popular”.
Alguien podría decir que exagero, que se trata de un caso aislado. Pues bien, pondré un ejemplo, el rechazo de una propuesta que no tenía nada de improvisada, ni oportunista. Allá por el 1986, siendo ministro de cultura Javier Solana, se ofreció la posibilidad de convertir el Liceo en el centro de referencia de la ópera en España, siguiendo el modelo de la Scala milanesa en Italia. El proyecto fue rechazado airadamente por Jordi Pujol, presidente de la Generalidad, en defensa de la “catalanidad” de nuestro teatro lírico. La “catalanidad” consistía en mantener el coliseo en un estado comatoso, privado de cualquier medio moderno de prever riesgos, por ejemplo.
Y todo ello aderezado por la actuación de uno de sus escuderos, Josep M. Cullell, que puso todos los palos posibles a las ruedas para bloquear, de forma totalmente demagógica, la más mínima reforma. Ya sabemos cómo acabó la historia: conversión del Real de Madrid en lo que podía haber sido el Liceo y posterior incendio de este. Nuestro teatro se reconstruyó, en gran parte gracias a la lucha de los aficionados barceloneses, que hicieron suya la consigna de los milaneses en 1945: “Come prima; dove prima”. Pero el Liceo no ha podido asumir el papel al que había sido llamado.
Justo es decir que el nacionalismo no es el único fundamentalismo que amenaza el patrimonio cultural de nuestra ciudad. Ya he hecho alusión, diversas veces, a otro, el animalismo, espada de Damocles sobre el que atañe a las ciencias naturales.
Con la pretensión de que la presente argumentación haya servido para algo, quisiera acabar rogando a los grupos constitucionalistas de nuestro ayuntamiento que, en el futuro, procuren no jugar al teorema de Pitágoras con los catetos al uso.