CatalunyaCaixa o la verdad sobre el gran agujero catalán

La primera vez que me acerqué a Caixa de Catalunya su director general era Francesc Costabella y su presidente un altivo y pedante Antoni Serra Ramoneda. Un periodista joven se sorprendía con la madera noble de sus despachos y de los pasillos de la sede barcelonesa situada en la plaza Antoni Maura.

Luego, la vida, la puñetera vida, hace que uno conozca la caída del entonces director por una pifia monumental (la de la aseguradora MNA) y la vida del presidente (tuve la paciencia de leerme sus memorias, en las que el rico barcelonés confiesa los años que sufrió para obtener la cátedra) y se da cuenta que de la sorpresa inicial sólo queda con el tiempo el análisis de su paso por la caja de ahorros en la que los catalanes tenían puestos sus ahorros y la Diputación de Barcelona sus tejemanejes.

Luego llegaron Josep Maria Loza (indemnizado como un maharajá), Adolf Todó (el motorista que estudió con Josep Oliu en Estados Unidos) y don Narcís Serra i Serra (pianista, para entendernos…). De tanto sabio ha quedado una caja de ahorros, convertida en banco, nacionalizada. Todos dicen tener razón sobre sus sobradas capacidades, se jactan de que la crisis los pilló con el paso cambiado y que ande yo caliente… Loza y Serra Ramoneda son los peores. Fueron los más persistentes y quienes, además de cobijarse a la sombra de la entidad para envejecer plácidamente, llevaron su futuro a una vía muerta, a un apartadero sin solución de continuidad.

 
Serra Ramoneda cobró. Como Serra i Serra. Como Todó. También cobró Loza, el que más

Llegó Todó y detectó el barrizal. Lo puso en conocimiento del Banco de España y con su especial arrogancia se dio por cubierto. Luego, en vez de poner manos a la obra, se dedicó a buscar compradores para el banquito. Cogió el dinero público, adelgazó el tamaño de la entidad, dio paso a un buen amigo como segundo y, al final, entorpeció el proceso de reconversión por creer que eso se pilotaba desde Barcelona aunque pagaba Madrid. Venía de Manresa y ese visión semi local dejó huella en su actuación, que en la capital española de las finanzas siguen considerando provinciana.

Serra Ramoneda cobró. Como Serra i Serra. Como Todó. También cobró Loza, el que más. Los clientes, preferentistas o meros impositores no se han beneficiado de nada de lo que hicieron, sino lo contrario. Ellos, divinos, socialistas algunos, con presunta sensibilidad humanística, llevaron a la caja de ahorros catalana a ese espacio del que hoy se ríe hasta el ministro de Economía. Lo peor es que no le falta razón: el Gobierno ha puesto 12.000 millones de euros en una entidad que es cuatro o cinco veces más pequeña que Bankia, donde puso 22.000. Pero, claro, Bankia es el PP rancio y la caja barcelonesa es un híbrido entre el socialismo divino y la ineficacia caciquil del poder local.

Aunque hay asuntos pendientes con la justicia, no se les augura mucha longevidad judicial. Ojalá el trato sea, por lo menos, igual que el que se dispensa o pedimos todos para Bankia. Si en la entidad con sede en Madrid hubo despilfarro, negligencia y otros muchos adjetivos para aplicar, en la barcelonesa hubo lo mismo y, además, tolerancia cómplice de la sociedad civil, tan aguerrida para algunas cosas, tan huraña y ensimismada para el resto.

 
Que Botín y Fainé peleen por CX, pero que pongan algo de dinero y una miaja de respeto por los clientes

Ahora, CatalunyaCaixa se vende. Es posible que se necesiten 3.000 millones de euros adicionales a los 12.000 colocados. Y, lo más probable, se venderá por trozos ya que difícilmente se encontrará a alguien que la quiera completa. Entre los interesados, Emilio Botín, del Santander, e Isidro Fainé, de La Caixa. El primero no tiene cuota de mercado relevante en Catalunya y esa sería su vía de entrada. El segundo, en cambio, protegería su virtual oligopolio en territorio catalán e impediría el acceso de su gran competidor en la banca española.

Que se peleen, pero que pongan algo de dinero y algo más: una miaja de respeto por los clientes y los ciudadanos catalanes que nada tienen que ver con el hundimiento de una institución financiera capital en la historia del país. La misma historia que otros quieren reescribir mirando a Madrid como epicentro del infierno y de sus propios males.