Catalunya vs. España, la derecha contra la derecha
El día 12 de septiembre, justo unas horas después de la multitudinaria manifestación de la Diada, comenzaba el curso escolar en Catalunya. Si la calidad de un país se mide por el nivel de formación de sus ciudadanos, en este se ha debatido muy poco del retroceso claro que vive Catalunya en esa materia. Por ejemplo: este será posiblemente el curso escolar en el que se produzca un retroceso más claro en los estándares básicos de la enseñanza, en nuestra inversión de futuro. La manifestación lo tapó todo. Era histórica, por supuesto, pero tenía tanto de emblemática como de gran cortina de humo agitada desde sectores muy diferentes y con intereses no siempre coincidentes.
Ya sé que los fundamentalistas del independentismo dirán que sin lo que llaman expolio fiscal, la hacienda propia, sin la solidaridad con España y un largo etcétera de argumentos económicamente discutibles pero que se han convertido en verdades absolutas a fuerza de repetirlos, sin todo eso seríamos un país avanzado, vanguardista y que, como se decía de Guardiola, mea colonia.
En cualquier planteamiento que nace de la pasión y no de la razón es difícil estimular debates con matices enriquecedores. O uno se alinea o queda directamente expulsado de la discusión. Es lo que tienen los sentimientos y las banderas, cualesquiera que sean. Pero a riesgo de salir centrifugado, sostengo que Catalunya tiene demasiados problemas que se soslayan con la agitación identitaria.
Vamos a suponer que los recursos que administra su gobierno sean insuficientes. Incluso así, la clase política catalana es mediocre, de las peores de Europa, por no decir mala de solemnidad. Han creado durante muchos años una administración que reproduce los peores defectos del estado del cual pretende huir. ¿Quién es responsable? La derecha nacionalista de CiU tiene la mayor culpa, pero la izquierda municipalista del PSC no se queda corta. Comparten durante lustros clientelismo, actitudes nepóticas, tecnocracias que minimizan las costumbres democráticas, despilfarro, corrupción… En lo económico, los recursos existentes se administran con escasa eficacia y dudosa buena fe.
Seguimos manteniendo conciertos con la escuela privada porque a la derecha gobernante le gusta el modelo. Otro tanto con la sanidad, mientras se cierran camas de hospital y quirófanos en lo público. Ni los hijos de los líderes de los principales partidos ni sus familias usan la enseñanza pública ni la sanidad, que allí hay emigrantes, listas de espera… Clasismo evidente.
No sé si este país será independentista o no, pero que será de derechas, profundamente conservador, no me cabe duda alguna. Lo ha conseguido el nacionalismo, que tiene absolutamente desorientada a la izquierda y sus sucedáneos hasta el extremo de que el PSC permanece ingresado en la UCI monitorizando sus constantes vitales. Otro tanto podríamos decir de formaciones como ERC e ICV, que nunca se han aclarado sobre cuál es el sustantivo y cuál el adjetivo: nación o progreso, o al revés.
La identidad, ahora ya de forma definitiva, es el centro de cualquier debate político. CiU ha virado las expectativas generales, la atención de los medios (los que controla y los que subvenciona), incluso las emociones de una buena parte de la sociedad hacia ese espectro identitario que nubla cualquier otro espacio de progreso social. Pero ha sido uno más de sus errores de tacticismo político, como el notario, el DVD…
La derecha catalana y el PSC más nacionalista saben gestionar la dualidad política: son capaces de enterrar millones de euros en una aventura como Spanair mientras acusan a Madrid de robar; no tienen miramientos en subvencionar empresas como Ficosa, mientras algunos de sus miembros hacen sospechosos negocios con ella; tienen varios récords mundiales en corrupción de baja intensidad y siguen dando lecciones de moralidad. Un país, sin duda, de dualidad esquizofrénica.
Y en ese estado de cosas, el corolario final de esas estrategias de politiquería cortoplacista debía quedar bien simbolizado en la reunión de Mas y Rajoy de esta semana: un choque de trenes entre la derecha catalana y la española. Como son gente de orden, no pasa nada, que nadie se apure. Comparten los mismos códigos, y no me refiero expresamente a los principios democráticos. Mas vuelve a Barcelona y los suyos le homenajean en la plaza Sant Jaume en un acto que puede convertirse en cotidiano en los próximos tiempos. Mas no es independentista convencido.
El President creyó que subir el diapasón podría serle útil en una negociación puramente económica entre partidos conservadores. Erró. Tras su fracaso, o dimite o se pone al frente del independentismo. Ha llevado las cosas a un estadio en el que ya no sirven las medias tintas: o caixa o faixa. Y en el primer asalto la derecha española le ha tumbado. Mientras tanto, la izquierda, de Barcelona y de Madrid, sigue cazando moscas.
Todo un preocupante impasse en el que vivimos con la crisis económica y sus efectos golpeando los bolsillos y las conciencias. Permítanme un cita marxista (del mismísimo Groucho) como colofón: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Pues eso.
TRATAMIENTO DE CHOQUE SEMANAL:
> Supositorio matinal: Josep Maria Xercavins volvió a la última reunión del Puente Aéreo. Algunos de los miembros de este club de empresarios de Barcelona y Madrid anunciaron antes del verano que no le volverían a convocar después de considerarlo el responsable de la filtración del encuentro que mantuvieron con la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Pues nada, él sigue y quienes querían echarlo se muerden la lengua mientras ven su fotografía en La Vanguardia.
> Supositorio nocturno: ¿Quién cocinó la declaración conjunta de Pimec y Cambra de Comerç en las horas previas a la visita de Mas a Madrid? Pues la iniciativa partió de Salvador Alemany, presidente de Abertis del consejo asesor económico de Mas, el Carec. Foment se resistió cual doncella, mientras que Valls y González optaron por avalar el comunicado conjunto. Eso sí, limitado, muy limitado, a reclamar el pacto fiscal.