Catalunya, no llores; ¡espabila!

En la última década, el territorio catalán ha sumado un crecimiento de su riqueza (PIB) por habitante sensiblemente inferior al conjunto de España. No sólo creció menos la producción, sino que además aumentó más la población. Pese a la innegable base industrial de la economía catalana, la industria ha contribuido al crecimiento económico poco en términos relativos antes de la crisis y durante la misma aún se ha contraído más.

El mercado de trabajo tampoco está para tirar cohetes. Aparte de las tasas de desocupación, otra singularidad recorre los empleos en Catalunya: “Hay demasiados trabajadores sobrecualificados ocupando puestos que requieren cualificaciones básicas como exceso igualmente de trabajadores infracualificados que ocupan puestos que requieren cualificaciones medio-altas (…)”. No son especulaciones propias, sino las conclusiones del estudio La economía de Cataluña: diagnóstico estratégico editado por el área de estudios y análisis económico de La Caixa en noviembre de 2012.

 
El nacionalismo político, incluso el moderado, ha inoculado la cultura de la lágrima y la resignación

Hay más incluso, el estudio que dirige el profesor José Antonio Herce admitía que los “severos problemas presupuestarios” que vive la Generalitat “tardarán años en resolverse”, lo que retrasará inevitablemente “la puesta en marcha de los planes de competitividad que necesita [Catalunya]”.

Con las fortalezas disponibles y los potenciales detectados, estamos ante el verdadero reto de la Catalunya del futuro: mejorar la competitividad de un territorio que tiempo atrás adquirió una morfología industrial, emprendedora, puntera en los servicios, conectada con Europa… Un territorio que llora demasiado sus carencias, especialmente sus líderes y dirigentes políticos, y que parece resignada a no hallar ideas e impulsar la creatividad de antaño.

Si algo ha inoculado el nacionalismo político, incluso en sus anteriores etapas moderadas, ha sido esa cultura de la lágrima y de la resignación. Ese atávico y secular romanticismo también capilariza a la población y acaba formando un hiriente callo en la clase política. Los resultados son un retroceso empresarial constante en los últimos años y una inadaptación a los nuevos tiempos en lo económico que impiden mantener el vigor y el liderazgo tradicional.
 

 
Catalunya es hoy una sociedad complaciente, despreocupada, dormida y sin ninguna capacidad autocrítica

Por más que cuatro empresas exporten (siempre que no quitemos las ventas al exterior de Seat y Nissan, que entonces las cifras son más relativas), como se encargan de recordar los talibanes de la economía nacionalista, Catalunya ha perdido peso claro no sólo en España y su mercado (que también), sino en Europa, en el mundo globalizado. Y de eso ni tiene la culpa Madrid, ni una supuesta e irreal España expoliadora, ni tan siquiera los pobres nacionalistas que lloran más que hablan. La culpa es de una sociedad complaciente, despreocupada, dormida, alentada apenas por algún sentimiento identitario, pero sin ninguna capacidad autocrítica ni planteamientos de futuro que no sean concentrar aún más el poder político.

El problema de fondo de Catalunya está sumergido en una responsabilidad compartida, colectiva, común. Desgraciadamente, desde el restablecimiento democrático hemos impulsado a dirigentes de uno y otro color, a sus clientelismos, al nepotismo utilizado, a la ausencia de ideas y principios por mera comodidad. Mediocridad directiva que hoy provoca muchas lágrimas, pero ninguna solución. Hete aquí que algunos hayan detectado el patético estado de cosas, la profunda decadencia, aunque hayan confundido el despertar con una solución política, cuando eso sólo provocará más lloros.