¿Catalunya ha de helarnos el corazón?

Leída la entrevista con el president de la Generalitat, Artur Mas, publicada el día de la Hispanidad, uno tiene la sensación de que ya se ha consumado de facto el nacimiento de dos Catalunyas: la representada por la corriente independentista y la que podríamos llamar constitucionalista. A esta segunda algunos la tildan de unionista, supongo que por voluntad de asimilar esta situación a otras internacionales con las que interesa emparentar conceptualmente.

De magnitudes todavía difíciles de medir, ambas visiones de un mismo territorio, de una misma realidad, se van a disputar un espacio político crucial el 25 de noviembre. De hacia dónde se incline el fiel de la balanza electoral dependerá algo más que la composición del arco parlamentario catalán.

El asunto trasciende el divertimento intelectual o la demoscopia dominical. Los independentistas han situado su debate en el epicentro de la sociedad. Es un tema de sobremesa, de café; en la oficina, en la fábrica, en la peluquería se discute los pros y los contras de una eventual secesión. Dicho sea de paso, como estrategas no son unos grandes gurús: la derecha catalana les ha comprado su materia prima política descabalgándolos de la exclusividad y quizá fagocitándolos electoralmente. Salvando eso, y con un todo por la patria de por medio, los partidos independentistas han arrastrado el agua a su molino pese a vivir instalados en la marginalidad parlamentaria durante muchos años.

El sueño de una Catalunya moderna, vanguardista, económicamente avanzada, motor de España y líder del sur de Europa quedará temporalmente aplazado en cualquier caso. Las dos Catalunyas a las que la ciudadanía nos enfrentamos son ya un handicap para una generación. Quienes hemos crecido en una catalanidad integradora, ahora nos vemos obligados a escoger.

De un plumazo se borra todo un legado inmaterial que ha impulsado la convivencia, ha permitido la cohesión social y ha generado herramientas para avanzar en el autogobierno durante más de 30 años. Una herencia malgastada que se forjó en las ubres del PSUC, en el municipalismo social del PSC y en aquella CiU de Pujol, que prefería sumar a restar.

El mesianismo de nuestros líderes políticos de Barcelona (no se pierdan este artículo de Francesc de Carreras publicado este sábado en La Vanguardia) y Madrid, su manifiesta incompetencia para la política con mayúsculas y una profunda crisis económica como no se había conocido en la Europa contemporánea son los responsables de que ahora los ciudadanos nos veamos en esta triste y lamentable tesitura de decidir sobre dos Catalunyas tan necesarias y conciliables como complementarias.

Esa mediocridad política manifiesta nos lleva, parafraseando al poeta español, a que una de esas dos Catalunyas que estaban hibernadas, que habían sido felizmente conjuradas en estos años de democracia y progreso incuestionable, acaben desgraciadamente helándonos el corazón.

TRATAMIENTO DE CHOQUE SEMANAL

Supositorio matinal > Desde que hubo cambio de Gobierno, RTVE española ha cambiado a los principales dirigentes profesionales del ente. Los responsables regionales han sido relevados por nuevos profesionales. Eso ha sucedido en todos sus centros salvo en el de Catalunya, a cuyo frente continúa Anna Maria Bordas. Aunque la rumorología apunta la posibilidad de que Josep Juan Ruíz, profesional de Sant Cugat, asumiera el cargo, fuentes de La Moncloa señalan que la decisión sobre el relevo o la continuidad de Bordas sigue pendiente de que las negociaciones entre Alicia Sánchez Camacho (PPC) y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría concluyan.

Supositorio nocturno > Francesc Xavier Mena, el consejero ausente. ¿Qué les voy a explicar que ustedes no sepan ya de su obra política? Pues eso, ausencia. No ha estado en ningún debate político de altura en estos dos años. ¿Económico? Tampoco. El empleo, la industria, la actividad empresarial están en Catalunya mucho peor que cuando llegó. Ha invertido su tiempo apagar algunos incendios industriales y poco más. El SOC, Acció, las patronales, Spanair… Todo un largo cúmulo de ineficacias y gestiones inútiles junto a un equipo que presumía de lo que no ha demostrado. Lo último es el absentismo de la conselleria desde que tuvo constancia del adelanto electoral. Él no repetirá. Varios líderes de CiU no tienen ningún reparo en admitir en privado que su salida será uno de los efectos benéficos colaterales del nuevo panorama político.