Catalunya, capital Reus

 

La portada del Abc, el diario que un día no muy lejano designó al muy honorable Jordi Pujol Español del año, ha vuelto a agitar fantasmas de antaño. ¡Maldita conllevancia que diría Ortega y Gasset!

No existe un remedio para enterrar las pasiones sentimentales. Desde la perspectiva española, porque se administran los tiempos políticos con insuficiente pluralidad, mínima capacidad de análisis, un cierto anacronismo sistémico y, por supuesto, demasiada caspa propagandística. En clave catalana, incluso entre el empresariado y el mundo de los negocios más pragmático y posibilista, parecen definitivamente tomados algunos brotes diferenciadores, que rebasan lo cultural para circundar los campos de la pasión identitaria. Un mérito que debe atribuirse sin ningún tipo de reparo el discurso insistente y permeable de CiU.

Los discípulos de Pujol han conseguido sembrar una semilla política que podrán gestionar en el tiempo hasta donde alcance su capacidad de ambigüedad. ¿Se imaginan que mañana Catalunya se despierta independiente? ¿Qué sentido tendría entonces una formación política deliberadamente equidistante entre el soberanismo y el pactismo con Madrid? ¿Los partidos nacionalistas dejarían de serlo (o seguirían sin su principal materia prima ideológica)? ¿Catalunya se volvería a enfrentar a una pugna entre derechas e izquierdas, entre socialdemocracia y liberalismo, entre fachas y progres… como prefieran? ¿Y dónde estaría entonces CiU? ¿Existiría?

Leyendo alguna de las cosas escritas tras la rocambolesca primera página del diario del grupo Vocento, uno tiene la sensación de que la desafección, la conllevancia o como narices queramos bautizar a este pesadísimo debate, siempre seguirá. Cambiarán la modulación y los modos, si acaso. Es dudoso que la reivindicación identitaria, nacional, regional, local o de distrito se extinga jamás. Forma parte de un determinado acervo inextinguible.

Esta misma semana se presentaron en Barcelona unos premios a la notoriedad y a la excelencia que Reus y su poder económico llevan cinco años otorgando: los Gaudí-Gresol. Participaban conjuntamente el alcalde de Reus, Carles Pellicer, y el propietario del grupo alimentario Borges, Antoni Pont. Tras explicar la filosofía y los antecedentes de su convocatoria (resumiendo: atraer al poder político y empresarial barcelonés hasta aquellas tierras) intuí que el subyacente del discurso del primer edil no era otro que una cierta reivindicación identitaria de su ciudad.

Con la coartada de la promoción turística y económica, de un aeropuerto que quieren impulsar y de los múltiples atractivos de la ciudad, desgranaron argumentos históricos perfectamente asimilables a los que se emplean para agitar la relación Catalunya-España. Los reusenses recordaron que el siglo XIX fueron la segunda ciudad de Catalunya, que allí se fraguó una parte muy importante del tejido empresarial catalán… Pero hubo más, en clave sentimental: que Reus exporta talento neto a Catalunya, empezando por el arquitecto Gaudí, siguiendo con el pintor Marià Fortuny y así un largo etcétera de ilustres. Que, por supuesto, ni mirar a Tarragona, faltaría más. Y de colofón una derrota (les suena, verdad): de ser la segunda ciudad de Catalunya a convertirse en otra cosa muy distinta por la decadencia de la burguesía local de principios del siglo XX.

Con tantas concomitancias, no podía dejar de ver al alcalde y al empresario Pont, como una réplica mimética de muchas otras experiencias reivindicativas en las que Catalunya ejerce el papel de Reus y España el de Catalunya. Es más, la Fundació Gresol, que otorga los premios, se presenta como “Gresol empresarial de la Catalunya nova”, un concepto más al que le añades un idioma y un partido como CiU y tienes un nacionalismo más para competir.

A riesgo de simplificar mucho, peligro inherente al oficio de juntar letras, creo que los de Reus tienen razón. A medida que Catalunya levanta su voz y sus reclamaciones ante España, sus habitantes deben hacer lo propio: tienen el segundo mejor teatro de Catalunya y merecen una programación cultural a ese nivel. Es más, algunas instituciones catalanas deberían realizar un esfuerzo de descentralización e instalar allí sus sedes. Pero no una cosa para contentar a Pont y al alcalde, no. Algo en serio. Por ejemplo: la sede de la conselleria de Empresa i Ocupació, la de Mena. Para lo que sirve en Barcelona, la podrían ceder. Incluso, puestos a aprovechar el talento local, reclamen una sede fija de Esade. Los de Reus ya premiaron a Iñaki Urdangarín en 2009, así que ya saben de qué va el asunto. Lo que desconozco es si recibió el premio por notoriedad o por excelencia, pero tampoco debe ser un problema.

¿Cómo no van a reivindicar más poder y capacidad de decisión los de Reus? ¿Por qué no? Si su historia, convenientemente reescrita, su sentimiento y sus identidades lo permiten no entiendo qué razón existe para que no se atrevan a reclamar que se les conceda la capital de Catalunya. Total, tratándose de ejercicio de poder, si no reclaman el Barça, La Caixa y La Vanguardia, todo lo demás debiera ser negociable. Tan lógico como que Madrid no quiera soltar el Congreso, el Ministerio de Hacienda y el diario Abc. ¿No?

Escrituración nerviosa, digital e informativa:
Los premios Gaudí-Gresol se entregarán este año al cocinero Joan Roca; al escritor Javier Moro; a Manel Estiarte en el ámbito deportivo; a la ilustradora Pilarín Bayés; y al periodista José Antich, entre otros. La ceremonia de entrega tendrá lugar el 8 de junio en el teatro Marià Fortuny. En los últimos años asiste medio millar de personas, lo que le convierte en un acto social de referencia. El premio es un busto del arquitecto Gaudí elaborado por el escultor Joan Matamala. Anteriores galardonados han sido: Valentí Fuster, Luis del Olmo, Carles Sentís, Ferran Adrià, Juan Antonio Samaranch, Pilar de Borbón, Isidro Fainé, Antoni Brufau, Eduard Punset y Arturo Fernandez, entre otros.