Cataluña (y Barcelona) hacia el 2030

Ni siquiera deben de saber sus autoridades y políticos de todo tipo que no hay otra mayor oportunidad de futuro que orientar la actividad pública hacia una capitalidad efectiva, o sea en buena parte compartida, del eje ‘Med-Ron’

Imagen de la torre Agbar, uno de los edificios más icónicos de Barcelona

Basten tres historiadores con sus revelaciones, un futurólogo y un amigo con sus acciones para enmarcar unos posibles escenarios de futuro. Jaume Vicens Vives, que fue el primero en remarcar que el gran milagro de los catalanes, su auténtica obra titánica, lo que ha proyectado este país a nivel universal, se llama Barcelona.

Un territorio tan pequeño con una ciudad tan espléndida. Con una Barcelona menos poblada y potente, Cataluña sestearía más o menos como la Provenza. Primer atisbo pues de futuro a la luz del descubrimiento del secreto puesto en evidencia por Vicens: La clave, lo crucial, es la conurbación barcelonesa, el lugar que alcance a ocupar entre las megápolis europeas y del mundo, ya real, de las grandes ciudades en red.

El discípulo de Vicens John Elliott, con quien mantuve largas y fructíferas conversaciones, sostenía que la supresión de la Generalitat tras la caída de Barcelona en 1714 había propiciado nada más y nada menos que el inicio del empuje catalán. Aplastada una institución que se había convertido en carcasa y lastre, a la intemperie, sin esperar nada de los poderes públicos, los catalanes no tuvieron otro remedio que espabilar por su cuenta. Lo consiguieron hasta tal punto que ahí estamos todavía.

El empuje de la sociedad catalana

Y para muestra un botón. El profesor Jordi Nadal me contó, no sé si lo llegó a escribir, que una de sus pequeñas aficiones consistía en leer olvidados relatos de viajeros franceses. Pues bueno, los que anduvieron por España a lo largo del siglo XVIII, no en sus comienzos, coinciden en señalar su extrañeza al encontrar compatriotas por todas partes menos en Cataluña.

Su explicación es tan sencilla como aleccionadora. Fuera de su país, los franceses no eran precisamente jornaleros sino personajes situados en puestos de relieve, de manera especial en el comercio. Pues resulta que, tras el Decreto de Nueva Planta, como Elliott interpretaba, los puestos relevantes a cargo antes de extranjeros pasaron a ser ocupados por los catalanes que, obligados a dejarse de líos, se ocupaban en prosperar a toda costa y lo lograron a contracorriente.

No es preciso recurrir a otros historiadores como Pierre Vilar para aseverar que la Cataluña del futuro también será obra de los catalanes, no de sus instituciones.

Desconfianza en las instituciones

Si la de hoy es el resultado de los mayores éxitos tras espantosos naufragios, y a la vista del persistente y creciente desastre independentista tras la derrota del 2017, cualquiera se fía de las estrategias neocentralistas pergeñadas en Madrid y ejecutadas desde Madrid, del supuesto empuje de la Generalitat y no digamos de la en otros tiempos gran locomotora que fue Ayuntamiento barcelonés.

No queda pues otro remedio que depositar las reservas de grandes esperanzas, de haberlas, claro, así como los mayores empeños, en el mapa de la luz nocturna emitida por el planeta y en las líneas trazadas sobre él por Richard Florida, el gran teórico de las ciudades creativas y sus agregaciones en los ejes o haces de luz.

En este sentido, Cataluña no está nada mal situada. Al contrario, Barcelona se encuentra en el centro del eje Med-Ron (Ródano-Mediterráneo), que es uno de los más dinámicos generadores de riqueza de Europa y está muy arriba en el ranking mundial. No son quimeras. La línea casi ininterrumpida de luz nocturna que va de Lyon al sur de Alicante con un brazo extendido hacia la Italia del norte es una evidencia. La intensidad lumínica de las manchas que representa el rosario de ciudades que le dan continuidad señalan un camino y dibujan tanto un hecho como una expectativa.

Barcelona en el eje de riqueza de Europa

La imagen-metáfora de la luz coincide con la perspectiva histórica. ¿Quién diseñó este eje? ¿A qué designio, institución u organización responde? ¿Cuáles han sido sus ideólogos o sus aliados? No existen, por lo menos desde la batalla de Muret (primera gran derrota catalana producida curiosamente en un 12 de septiembre, claro de 1213). Es la combinación entre la geografía, que se limita a proponer, y el tesón humano, encargado de disponer.

Es la conexión entre dos hechos naturales, el fértil valle del Ródano y la fachada mediterránea peninsular que facilitan hasta cierto punto un desarrollo que no existiría sin una ingente suma de esfuerzo individuales y colectivos.

Barcelona está en el centro de esta gran agregación pero no es el centro. Ni siquiera deben de saber sus autoridades y políticos de todo tipo que no hay otra mayor oportunidad de futuro que orientar la actividad pública hacia una capitalidad efectiva, o sea en buena parte compartida, del eje Med-Ron. O sea, que el gran reto no es político sino social. Que el gran rival no es Madrid sino este mundo globalizado y cruel donde nadie regala nada y todos juegan sus bazas en favor propio. Y hay que jugarlas bien, como en los últimos decenios.

Aprovechar la oportunidad

Última lección. A principios de los noventa acompañé en calidad de asesor, y por supuesto que amigo del alma, a Baltasar Porcel en uno de tantos viajes por Europa. En nombre del Institut Català de la Mediterrània, que le había ayudado a crear, nos entrevistamos con los directivos de un instituto llamado Futuribles, que todavía se dedica a la prospectiva estratégica, para encargarles un estudio sobre la Cataluña a veinte años vista. Propusieron cuatro escenarios, de menor a mayor éxito, con la variante poblacional como dato más relevante.

Tras haber ganado millón y medio de habitantes en un cortísimo período, Cataluña alcanzó con creces el tercero. Esto es casi de ayer mismo. Y si la sociedad, de nuevo a la intemperie o casi, se lo propone de nuevo, será el prólogo de un mejor futuro. Y si no, al traste.

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