Cataluña: sobre nuestros pecados supremacistas
La elección de Quim Torra como presidente de la Generalitat saca a relucir los pecados supremacistas de una parte del independentismo
Probablemente la elección de Joaquim Torra para presidir la Generalitat ha sido una decisión intencionada de Puigdemont para mantener vivo el conflicto catalán, pero está por ver si a medio plazo se convertirá en un boomerang que genera escepticismo en las propias filas del independentismo.
Hay tres tipos de militantes del independentismo. Los de piedra picada, que lo fueron siempre y han visto en la suma de coyunturas recientes una oportunidad de oro para que su proyecto tenga viabilidad.
Los que consideran inaceptable el trato económico, cultural y político que recibe Cataluña del Estado y creen que no cabe otra solución que la separación.
Y en tercer lugar los que piensan que solo desde la independencia es posible regenerar nuestro modelo democrático para avanzar en las reformas sociales necesarias.
Sólo una parte del independentismo puede sentirse tranquilo con Torra
Solo el primero de estos grupos puede sentirse tranquilo con el perfil de un President como Torra, con todo lo que comporta su trayectoria intelectual y sus declaraciones públicas.
Los otros dos quizá lo consideren una pieza útil para una determinada estrategia pero, a medio plazo, difícilmente se sentirán cómodos con su pensamiento.
El ombligo catalán
Siempre ha habido en Cataluña un bloque supremacista aunque se expresaba con la boca pequeña y solo se relajaba en pequeños círculos de confianza.
Pero incluso una parte importante de los que no somos independentistas tenemos un trasfondo catalanista que proviene de una determinada tradición cultural y obviamente con una realidad lingüística diferencial.
Por eso desde la transición, el catalanismo social –que no necesariamente político– ha contribuido a tejer los pactos imprescindibles para asegurar una convivencia ejemplar y para huir de los conflictos que han condicionado la historia reciente de otras comunidades.
Muchos catalanes fuimos cómplices de reflejar una españolidad rancia y anclada en el recuerdo de un pasado imperial
Nuestros Sabinos Arana mezclaban carlismo con una cierta modernidad intelectual, consecuencia de una cultura viajera que explicaba las virtudes del catalanismo como parte del europeísmo democrático frente a una españolidad rancia, extractiva y anclada en el recuerdo de un pasado imperial.
Conscientes o no, fuimos cómplices de ello bien sea por convicciones culturales o simplemente porqué pertenecemos a una generación influenciada por una literatura, un cine y un teatro costumbrista que supo retratar con fidelidad la España franquista como el parque temático del tercermundismo europeo.
Muchos catalanes pensamos que aquel retrato descarnado del retraso y el franquismo no iba con nosotros, que aquellas imágenes eran la crónica del vecino del lado, que Cataluña era, desde siempre, territorio de modernidad y progreso.
Como Sazatornil si acaso, el catalán “botiflero” pero catalán al fin y al cabo; aprovechado, negociante y cómplice, pero en última instancia una víctima.
Catalanes buenos y malos los hay, es evidente, pero son nuestros, lo que los convierte en parte de un pesebre, siempre reciclable.
Miremos si no lo que se hubiera dicho de cualquier alto cargo del PP hablando de las “tetas” de Cifuentes con similar naturalidad con las que se expresaba Lluis Salvadó respecto de un cargo por otorgar.
El pecado de los catalanes
El análisis critico sobre los textos escritos por Torra es ineludible, porqué como dice Francesc Pujol, no son la expresión de un calentón sino la voluntad de ejercer un rol de intelectual en el debate nacional.
Por eso se le coloca al frente del Born- Centre de Cultura i Memoria– y por eso se le permite que contribuya de manera relevante a elaborar un proceso de revisión histórica sobre la Guerra de Sucesión y la toma de Barcelona de 1714.
Un opinador puede desdecirse de sus palabras, incluso decir que formaban parte del espectáculo, pero un intelectual debe cambiarlas por otras –a eso le llamamos evolución del pensamiento– si quiere mantener su credibilidad.
Hay un pecado de soberbia que a los catalanes nos cuesta redimir y es difícil saber hasta que punto es profundo y secular o el producto sutil de la propaganda y la comunicación.
Las opiniones de Torra de sitúan en una delicada frontera de supremacía, xenofobia y magnificación de la diferencia
Yo no me siento libre de ello y confieso mi parte de culpa. En los próximos meses asistiremos a un juicio permanente del President y probablemente voces –interesadas e inteligentes– lo asimilaran a una variante catalanizada del lepenismo.
No creo que sea del todo justo porque los juicios de valor de Torra son extremadamente precisos y enfocan directamente a lo español.
Pero sus opiniones se sitúan en aquella frontera delicada donde la supremacía, la xenofobia o la siempre inaceptable magnificación de la diferencia pueden decantarlas hacia el lado perverso de las palabras.
El diablo carga los tuits y desde ignotos paraísos informáticos hay quien los convierte en armas demoledoras contra la convivencia y el dialogo.