Cataluña: que el 14-F no sea otro 8-M

Si algo nos ha enseñado el coronavirus es a renunciar a planes, cálculos y deseos

El ministro de Sanidad y candidato del PSC a las elecciones catalanas, Salvador Illa, durante una rueda de prensa del Gobierno el 12 de enero de 2021 | EFE/Ballesteros
El ministro de Sanidad y candidato del PSC a las elecciones catalanas, Salvador Illa, durante una rueda de prensa del Gobierno el 12 de enero de 2021 | EFE/Ballesteros

La posible celebración de las elecciones catalanas, previstas para el próximo 14 de febrero, es el último de los muchos disparates a los que nos tienen acostumbrados los políticos de este país.

El sector turístico, el hostelero, los trabajadores autónomos, los estudiantes, cientos de miles de españoles, en definitiva, se han quedado sin empleo, sin actividad, por culpa de la pandemia. Pero por lo visto ellos sí deben entenderlo, porque así lo dice el refrán: al perro flaco todo son pulgas. En este caso, todo es Covid-19.

Luego están, entiéndanlo también, los perros más lustrosos. A los que las pulgas víricas no les afectan. O menos. Eso creen ellos.

Le acaban de preguntar al ministro Salvador Illa si habrá o no elecciones el 14-F en Cataluña. Ni sí, ni no, ni lo contrario. El titular de Sanidad ha contestado según los cánones de la buena educación de los políticos que son recordados por no haber tenido ni un mal gesto ni una buena acción.

Lo técnicos sanitarios de la Consejería de Salud de la Generalitat ya han dicho que, de convocarse las elecciones, el inicio de la campaña coincidirá con el pico de la tercera ola de la epidemia. Y la cita con las urnas puede que a muchos mayores les pille, con suerte, en una cama de alguna UCI, porque será el momento de máxima presión hospitalaria.

Y a pesar de todo desde el Palau de la Generalitat dicen que las posibilidades de que se convoquen las elecciones están al 50%. Y no. Es aún peor. Porque en realidad están a un 49%, en base a lo que dicen los médicos, frente al 51% de los políticos.

Me explico. Los técnicos sanitarios, ciñéndose a los preocupantes datos de la evolución de la pandemia, son partidarios de aplazar los comicios. Pero los políticos, que tienen la última palabra, prefieren mantener la cita con las urnas contra viento y marea.

Y su decisión inclinará la balanza. Y lo harán, si la sensatez no se impone, en nombre de un valor superior que está por encima de contagios y colapsos sanitarios: el poder de los votos, de los escaños y de la gobernanza. «¡Todo por nuestro bien! ¡Porque mata más la falta de liderazgo político que el virus!», pensará alguno, aunque ahora no lo diga.

La realidad muchas veces no entiende de estrategias y se revela tozuda y trágica

El Govern de la Generalitat y los partidos deben evaluar si se mantiene o no la convocatoria de elecciones. Pero desde el Ministerio de Sanidad, del que es titular Illa, ya se ha dejado claro que solo se aplazarán las elecciones si hay un confinamiento de la población. Y el Gobierno, que es quien decide al respecto mientras estemos en estado de alarma, ya ha dicho que de eso nada. Que como dice la canción, resistirá.

Todo el mundo sabe que la cuestión catalana puede marcar el futuro inmediato del Gobierno de Pedro Sánchez. Y en Moncloa mejor que nadie. Por eso se ha diseñado a un candidato como Illa al frente del PSC. Para que pase directamente de ministro a president. O en su defecto, para que pacte con ERC y En Comú Podem un gobierno de coalición a imagen y semejanza del que gobierna en Madrid.

Y esa es la urgencia que tiene Sánchez. Poner en marcha la manida mesa de diálogo que cambie la dinámica de enfrentamiento con Cataluña y generar así un clima que apuntale su Gobierno con los mismos socios que dieron luz verde a los presupuestos.

Pero la realidad muchas veces no entiende de estrategias y se revela tozuda y trágica. Si algo nos ha enseñado este virus es a renunciar a planes, cálculos y deseos. Sin olvidar que ha sometido a miles de personas a un infierno hospitalario y a la dolorosa pérdida de familiares.

Por eso la convocatoria de elecciones no se puede mantener por encima de cualquier otra consideración. Si los contagios siguen aumentando alarmantemente en Cataluña el Gobierno deberá renunciar también a sus planes y no convertir el 14-F en otro 8-M.

La sociedad española en general, y la catalana en particular, no entenderían que, una vez más, los intereses políticos pudieran primar y se permitiera la celebración de una campaña y unas elecciones con el maldito bicho entre las papeletas con más opciones.