Cataluña no es una dinastía
“El apellido Pujol pesa, pero a favor”, decía Oriol Pujol Ferrusola en una entrevista que le hizo Isabel Garcia Pagan hace algunos años. La declaración tuvo lugar cuando CiU estaba en la oposición y Artur Mas no había conseguido romper la alianza de las izquierdas en Cataluña pese a ganar las elecciones en dos ocasiones, en 2003 y 2006. El runrún de las conspiraciones contra Mas estaba a la orden del día y el patriarca de la familia, Jordi Pujol, entonces aún presidente de CDC, remaba a favor de su hijo indisimuladamente. Ocurría así de tal modo que la misma entrevista incluía un recuadro para desmentir los rumores: “No se discute a Mas”, se ponía en boca de Jordi Pujol.
La verdad es que el liderazgo de Artur Mas pendió siempre de un hilo. Además, cuando se está en la oposición las críticas suelen ser más despiadadas: “Tenemos líder pero no tenemos el Govern”, soltaban a modo de evidente constatación los mismos que aseguraban que no existía ningún debate interno sobre el liderazgo de Artur Mas. Los Pujol andaban muy activos en esos días y de ahí la entrevista a Oriol Pujol y las declaraciones del padre en un programa de TV3 destacando los méritos de su vástago para ser presidente de la Generalitat, cuando entonces sólo era un simple diputado y secretario ejecutivo de CDC: “Es un chico que tiene muchas cualidades, es trabajador, tiene una gran pasión por Cataluña, que ha heredado de mí, y está dispuesto a dedicarle el tiempo y la vida. Es un patriota”. Un dechado de grandes virtudes, pues.
Jordi Pujol se equivocaba. Y no lo digo porque ahora se haya descubierto esa deleznable trama de corrupción familiar, sino porque en una sociedad democrática se deben tener otras virtudes que la pasión patriótica heredada y ganas de mandar. Lo subrayó Francesc-Marc Álvaro en un artículo, Leyenda OPF, publicado el 17 de julio de 2007, que le costó bastante caro años después. Oriol Pujol no le perdonó nunca lo que Álvaro alegaba para combatir sus ansias sucesorias. “OPF [para abreviar] se equivoca –sostenía Álvaro–, porque confunde apellido con personaje. Sin duda Pujol, en tanto que president de Cataluña durante 23 años, carismático líder nacionalista y político influyente en España y Europa, pesa a favor, y mucho más ahora, que la Generalitat es conducida desde un perfil tan bajo que pronto será hondo. Pero el apellido Pujol es otra cosa, dado que nadie cree –salvo acaso un reducido grupo de fans– que los méritos especiales para el arte de gobernar se transmitan por vía genética. Lo diré más claro: la opción de un supuesto pujolismo dinástico sería, si tal hipótesis se concretara, el fin de CDC y de CiU. Ni la mayoría de militantes de CDC y de Unió lo aceptarían ni, por descontado, sería nada atractivo para un electorado necesitado de ilusión y aire fresco”. Más claro, agua.
Si a mediados de 2007 era evidente que Cataluña no podía ser gobernada como si fuese una vulgar república bananera, ahora es urgente que CDC pase página de un episodio que ni ellos ni este país merecía haber vivido. Cataluña no es una dinastía ni tampoco ese país-mafia que ahora difunde el facherío mediático español. Cataluña no ha sido el cortijo de los Pujol, aunque algunos miembros de esa familia se hayan aprovechado de su posición, ni el país enfermo que dicen algunos que es porque se les permitió progresar bajo el manto protector de la veneración al padre. El problema es de CiU y más concretamente de CDC.
Si CDC no se da cuenta de que necesita algo más que un simple restyling, se equivocará. Las torpezas de ahora no se perdonarán. Álvaro acabó su artículo contra las pretensiones sucesorias de Oriol Pujol con una recomendación que recupero para los dirigentes actuales. Unas palabras que deberían tatuarse en el brazo todos los políticos. Era una frase de Milan Kundera que hoy puede servir para conjurar desastres pasados y venideros: “La política desenmascara la metafísica de la vida privada, la vida privada desenmascara la metafísica de la política”. A la luz de esta aguda reflexión, lo primero que debería hacer CDC es mandar a casa a los presuntos corruptos. No hay tiempo para filigranas. Si se atreven a hacerlo incluso con los viejos y engreídos dinosaurios, recuperaran un mínimo de credibilidad. Si no, sucumbirán, aunque proclamen que son socialdemócratas o lo que les dé la gana.