Cataluña no es Italia
Se decía que Italia aprendió que la política y la economía eran mundos aparte, pero los catalanes no somos como los italianos de antaño
Hubo un tiempo en que se dijo que Italia había aprendido que la política era una cosa y la economía otra, y basaban está afirmación en que el país transalpino había experimentado un importante crecimiento económico a pesar de haber tenido 70 gobiernos desde la II Guerra Mundial hasta nuestros días; o sea, casi un gobierno por año.
Sería estupendo que los catalanes fuéramos como antaño los Italianos y el devenir de la Res Pública tampoco afectara, pero no es el caso. El 34% de las empresas familiares catalanas está preocupada por la incertidumbre política, según un estudio de KPMG y el Instituto de Empresa Familiar (IEF), y no les faltan motivos.
Otro estudio de FUNCAS sitúa a Cataluña a la cola del crecimiento en España este año con una previsión de incremento del 2,4% del PIB, nueve décimas menos que en 2017 y dos décimas por debajo de la media nacional, y del 2% para 2019 cuando en el conjunto de España el dato será del 2,2%.
Las razones a las que apunta FUNCAS —institución nada sospechosa de anticatalana dado que la preside Isidre Fainé— para justificar esta sombría previsión son la pérdida de impulso del sector industrial, la pérdida de vigor de la obra residencial y el brusco descenso de la llegada de turistas.
La inestabilidad política lleva a los gobiernos a la falta de toma de decisiones y a no realizar reformas, y en consecuencia, como intuyen los propietarios de las empresas familiares, es una de las bases de la atonía de la economía. Bien lo saben los británicos que, esta semana, en plena batalla de negociación por el brexit entre Londres y Bruselas, ha visto reducida su previsión de crecimiento para 2019 al 1,7%.
En ocasiones puede parecer, como en la Italia de Fanfani, Andreoti, el malogrado Moro y el resto de líderes democristianos, que nada de lo que políticamente se hace o no se hace tenga impacto en la economía, pero es falso.
Las pequeñas acciones, puestas en fila, revelan una sociedad carcomida por el resentimiento y la falta de estímulo
El conjunto de pequeñas acciones puestas de forma concatenada crean una visión de conjunto que puede ser letal para la economía. Esa es la razón por la que Cataluña ha pasado de motor a furgón de cola de la economía nacional.
Si una política friky de la CUP llama al corralito en octubre de 2017 no es importante, si un exvicepresidente llama a la huelga general indefinida no es relevante, si el presidente de la Generalitat con rango de subsecretario de Estado dice que su propio Estado es una dictadura es intrascendente…
Si las juventudes de un partido político clave en la elección de los dos últimos presidentes de la Generalitat proceden a cometer actos de kaleborroca en el domicilio privado de un Magistrado del Tribunal de Supremo podemos tacharlo de hecho asilado…
Pero si todas y cada una de estas acciones y una infinidad más de ellas, a cual más infame, las ponemos en fila entonces el resultado es la visión de una sociedad carcomida por el resentimiento, falta de estimulo y con un liderazgo que es el reflejo de una patología social preocupante y que desincentiva todo tipo de inversión por parte de cualquier analista o empresa con un mínimo de sensatez.
El atentado en el domicilio del juez Pablo Llarena no es el primero; ya había sufrido otro en otro inmueble de su propiedad y un escrache durante el verano. La persecución fascistoide a Llarena es especialmente significativa y muy preocupante para el devenir de la economía.
Las empresas buscan entornos estables, certidumbre y sobre todo seguridad jurídica. Lo hemos visto las últimas semanas con el tema de la paralización del mercado hipotecario y la caída bursátil de los bancos como consecuencia del lio del supremo.
Hacer todo esto perjudica a los catalanes a los que los separatistas dicen defender en exclusiva
Perseguir a un juez, cuestionar su autoridad, afirmar que está al dictado de los políticos, acosarlo en su casa y amenazarlo busca desacreditarlo y condicionar su criterio.
Hacer todo eso amparado por un Gobierno autonómico y jaleado por medios de comunicación públicos es un acto de totalitarismo pero sobre todo afecta, y mucho, a la marcha de la economía y, en consecuencia, perjudica a los catalanes a los que los separatistas dicen amar y defender en exclusiva.