Cataluña: lo peor está por venir

Era previsible. Tras la consulta de fogueo, como la definió Anxel Vence, todo va a ir a peor en Cataluña. No se ha evitado el choque de trenes, como arguyen algunos analistas. El “proceso participativo” deja múltiples lecturas, pero en ninguna de ellas va incluida la posibilidad de que, cual válvula de escape de la magefesa, haya aliviado la tensión y el empuje independentista. Muy al contrario, su propia celebración y todo lo que va a traer detrás no son otra cosa que un paso más en la escalada de tensión que está por venir.

Fracasó el intento de desactivar en secreto la carga nuclear de la convocatoria (con el extraño protagonismo del principal comucacional de Rajoy, Pedro Arriola). Ahora no se cierra ningún frente y se abren otros nuevos. De acuerdo o no con el posicionamiento de la Generalitat, resulta bastante claro que ha habido una desobediencia abierta al Tribunal Constitucional, que no es poca cosa. La legalidad constitucional ya venía siendo vulnerada y ahora más. O Mas, si se prefiere. Sobra tanta disquisición técnico-jurídica para percibir lo obvio.

Sea cual fuere la estación final de la querella de la fiscalía contra el presidente de la Generalitat y alguno de sus consejeros, el conflicto entra una dimensión sumamente grave que puede acabar con la inhabilitación de Artur Mas. Crecerá la tensión y, seguro, volverán a organizarse nuevas demostraciones de la muy amplia y motivada base independentista.

Los antagonismos radicales impiden cualquier tipo de aproximación Gobierno-Generalitat para bajar el diapasón. En un intento de lavar la cara ante las propias huestes (que acusan al Gobierno de blando) la vicepresidenta Santamaría, enseñó los dientes en el Senado y advirtió con dureza que el PP nunca aceptará un referéndum de autodeterminación. Unas horas después Rajoy compareció ante la prensa para rechazar de plano cualquier negociación sobre la soberanía nacional, como pretende la nueva hoja de ruta de Mas. Posiciones predecibles y coherentes.

Las más que probables elecciones autonómicas anticipadas darán una nueva mayoría al soberanismo, tristemente convertido en el único problema a resolver en Cataluña (también para la izquierda). Para entonces, abortada de raíz la hipotética vía del referéndum negociado, puede que Esquerra Republicana haga valer sus escaños y esgrima la declaración unilateral de independencia. Eso que, por abreviar, la prensa catalana denomina DUI. El partido de Junqueras va de frente y no engaña a nadie.

¿Qué se espera que haga entonces el Estado? Pues si las cosas llegan a ese punto –y por ese camino se avanza– echará mano de las facultades extraordinarias que le otorga la Constitución. La primera de ellas, la suspensión de la autonomía. ¿Y cuál será la réplica? ¿Una insurrección al estilo años 30? Esas cosas suelen acabar muy mal, como bien enseña la historia.

Si un milagro de la Virgen de Montserrat no lo impide, las cosas irán a peor. El horizonte se ve negro y no se atisban puntos de entendimiento.