Cataluña, la conversación imposible en Madrid
Septiembre siempre nos agita. Agosto es un bálsamo que adormece y oxida la memoria. España se para en seco. Se quedan de guardia los subalternos para promover fuegos de artificio mientras discurre el sosiego del ferragosto. Cubren las espaldas a sus señoritos.
Este año, además del drama de la inmigración que desborda una Unión Europea incapaz de la mínima previsión, la Guardia Civil ha puesto sobre la mesa la última contradicción de las elecciones catalanas. Redada contra Convergencia Democrática de Cataluña. El tres por ciento todavía colea. Ha pasado tiempo desde que lo pusiera sobre el tapete Pascual Maragall. La corrupción entra con fuerza en las elecciones catalanas.
En Madrid es imposible analizar lo que ocurre en Cataluña por incomparecencia de interlocutor interesado. Desde que murió Valle Inclán no estamos preparados para el esperpento profundo. Y las elecciones catalanas son un tema inasequible desde fuera de los límites de influencia del secesionismo.
Me ocurrió después de asistir al entierro del bueno de Txiki Benegas. Estaban los socialistas de siempre, una estirpe extinguida por el zapaterismo. Cabezas lúcidas sin hueco para la influencia en esta España en donde cumplir sesenta años es una condena. Nos encontramos, de regreso de San Sebastián, en el restaurante Landa, en Burgos. Siempre hay alguien allí porque es el epicentro del tráfico político y económico entre el centro y el norte. Ahora ya no están para conspirar o concertar Txiki Benegas y Xabier Arzalluz. El ex dirigente político nacionalista también estaba en el entierro de Txiki Benegas.
En una mesa grande comían huevos con morcilla José Luis Corcuera, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Francisco Marugán y Eduardo Martín Toval. Tengo que aclarar que no sentí la sensación de estar en una reunión nostálgica de excombatientes. Sí había tristeza en el ambiente por la despedida del compañero Txiki. No hubo forma de hablar de Cataluña. Realicé tres intentos fallidos. Y la comida improvisada discurrió por otros derroteros.
Si los humanos nos movemos por patrones establecidos de conocimiento y experiencia, no tenemos preparado el cerebro para situaciones como la catalana. Carentes los charnegos de la emotividad exclusiva del nacionalismo, la racionalidad dificulta analizar lo incomprensible.
Fuera de la frontera de Cataluña, la corta campaña electoral que se avecina será un trámite porque no estamos preparados para una elección que es al Parlamento pero que pretende ser un plebiscito. En donde quien aspira a ser presidente está emboscado en la lista para pasar desapercibido. Donde el partido que gobierna se ha unido a quien estaba dispuesto a esconder sus siglas en un proyecto que no está contemplado en la Constitución ni el texto fundacional de la Unión Europea.
Así las cosas, las elecciones catalanas fuera de la comunidad son un trámite inevitable del que nadie quiere saber nada. La política contiene sentimientos, pero cuando estos envuelven la razón, la ideología y los proyectos, se nos alcanza indescifrable.
Empieza septiembre cuando no ha terminado agosto. Empiezan a llegar mails y se producen llamadas. El síntoma postvacacional no tiene mucho espacio porque septiembre empuja ya con fuerza.
Intento encontrar a alguien con criterio para diseccionar las elecciones catalanas. Fallido intento. No saben, no contestan, no quieren hablar.
Estoy pensando en viajar a Barcelona para ver si me puedo incorporar a un diálogo imposible en Madrid. Pero desisto. Creo que en Barcelona la conversación sería también imposible. O lo que es lo mismo. Se limitaría a esta a favor o en contra de la secesión. No tengo ánimo para eso. Todavía me pesa agosto