Cataluña, ¿en qué se parecen todos los nacionalismos, incluido el de Hitler?
Creo que estamos ya en la hora de la verdad. La semana que viene, salvo que surtan efecto las iniciativas jurídicas conjuntas de Ciudadanos, PP y PSC, el pleno del Parlament debatirá una declaración política con preteridos efectos jurídicos que compromete a la cámara, al Govern, cuando lo haya, y a todos los funcionarios de la Generalitat, en la sedición contra la legalidad constitucional española y por supuesto, también catalana.
Todas las leyes catalanas, desde el Estatut a cualquier reglamento que desarrolla una ley, tienen su origen y su legitimidad en la Constitución. Desbordar, desobedecer o intentar ignorar la Constitución sería dejar la legalidad catalana en el limbo, sin posibilidades reales de existir.
Sin legalidad quedan desprotegidos los ciudadanos, sobre todo las minorías, cuyos derechos ni siquiera una supuesta mayoría «democrática» tiene derecho a pisotear.
Saltarse la legalidad es esencial en cualquier proceso revolucionario. Puede tener una legitimad de hecho o de ejercicio frente a un poder ilegítimo, autoritario y dictatorial. Pero no gastaré espacio en demostrar que este no es el caso.
Cualquiera que se haya paseado por las bonitas calles de Barcelona sabe que los catalanes viven con la libertad de gobernarse de acuerdo a sus costumbres y tradiciones, aprueban sus propias leyes y tienen un president – ahora en funciones – que les representa.
¿Qué ha ocurrido en Cataluña para que el presidente de un partido conservador, sin duda hasta ahora democrático, y que ha representado el orden y la moderación, se alíe con un partido antisistema y ejerza la política desde la desobediencia a las leyes? Esta pregunta no pretende ser retórica. Pero tampoco quiero que sea respondida con un vademecum de sucesos que han ido motivando situaciones sucesivas hasta llegar a la actual crisis.
Tampoco me interesan ahora las responsabilidades de múltiples actores que han permitido este choque de trenes. Lo esencial es que la responsabilidad absoluta de este proceso de desacato, sedición o rebelión, que equivale a un golpe de estado sin violencia, hasta ahora, es única y exclusivamente de quienes van a votar la resolución en el primer pleno del Parlament.
Y eso exige una explicación de naturaleza política.
Hay algunos elementos comunes en todo proceso nacionalista. Desde los más violentos y autoritarios, hasta los que son esencialmente románticos. Que nadie se asuste. Pido un ejercicio intelectual relativamente sencillo. Se trata de comparar hechos, situaciones y procesos históricos que tienen elementos comunes y otros que no lo son.
Me explicaré.
Hay una escena que siempre me impactó en la película Cabaret, de Bob Fosse. Los personajes que representan Lizza Minnelli, Michael York y Joel Grey almuerzan en una posada o restaurante de campo, típico alemán, al sol y al aire libre. Todo está en calma y hay un ambiente festivo y distendido. De repente, un bello joven, adolescente, rubio, ario, andrógino y atractivo comienza a cantar con una voz angelical «Tomorrow belongs to me» (El futuro me pertenece).
No se trata de un himno del partido Nazi. Es una vieja canción nacionalista alemana. Pero la puesta en escena por el joven nazi y sus coros hacen una escala de notas que va subiendo al compás de la banda y los tambores.
Y la explosión final de esta bella canción promueve la exaltación y las lágrimas de los asistentes, hasta ponerse en pie con el brazo en alto y el saludo nazi.
Sienten que su patria está representada por el nazismo y la exaltación anímica, mezcla de orgullo y miedo, les hace sumarse al movimiento que les devolverá el control sobre el futuro y el orgullo de ser alemanes. Los nazis consiguieron la identificación de Alemania con ellos mismos. Y quienes no creían en esa identificación eran traidores a la patria.
Perdonen este largo exordio, pero las consecuencias irracionales de la exaltación de los sentimientos no son fáciles de explicar de una manera sintética, como le gusta a mi editor y director.
El nacionalismo catalán ha hecho una interpretación constante, bella y sin oposición de esta canción alemana desde hace años. «El futuro me pertenece» referido a Cataluña y a los catalanes, o más bien a algunos catalanes, también ha necesitado la magnificación de un enemigo exterior para aglutinar a los ciudadanos alrededor del paraíso prometido de una Cataluña independiente.
Si Hitler aglutinó a los alemanes en torno a la invención de la amenaza de sus supuestos enemigos exteriores, judíos y comunistas, que impedían la existencia de una Alemania feliz y próspera, como responsables de sus tragedias, Cataluña se ha inventado el «España nos roba», como un mantra que explica todos sus fracasos.
España es un lastre para Cataluña y no quienes se han aprovechado del poder que le dieron los catalanes para sacar provecho ilegítimo y robar.
Recordaré ahora mi advertencia. No equiparo a la Alemania de Hitler con la propuesta de la Cataluña de Artur Mas y de la CUP. Solo afirmo responsablemente que la tecnología emocional que se empleó en Alemania y ahora impregna el debate público en Cataluña tiene elementos iguales indispensables.
No importa si está demostrado que Cataluña saldría de la Unión Europea, del Euro, de la OTAN y la ONU, porque la promesa de que «el futuro les pertenece solo a ellos» es más fuerte que cualquier demostración de hechos razonables y comprobados.
En la escena de la película, Michael York, al subirse al coche para salir precipitadamente del restaurante de campo, le pregunta al personaje de Joel Grey, un miembro de la aristocracia industrial alemana «¿todavía crees que podréis pararles?».
¿Quién puede parar la deriva secesionista y sus consecuencias?
Es la pregunta que tienen que responder los ciudadanos moderados, conservadores y responsables que son o han sido votantes de Convergencia Democrática de Cataluña.
El silencio que ha rodeado a quienes forman parte del establishment intelectual, empresarial e industrial, que sabe que este proceso es una locura, tiene también la lógica inherente a la eclosión del nacionalismo. Es muy difícil oponerse a las corrientes de pensamiento que han desbordado las emociones. Entre discrepante y traidor hay una delgada línea que se ha traspasado en Cataluña.
Pero ha llegado la hora de la verdad. Y, si los primeros interesados en una Cataluña moderna, próspera, democrática y europea no reaccionan, serán devorados por la riada. Es decir, ha llegado la hora de la rebelión de tantos catalanes que están horrorizados y aterrorizados por lo que está pasando pero tienen miedo y carecen del coraje para pronunciarse. Empezando por los catalanes del IBEX 35.