Cataluña, el juguete roto
Habló Artur Mas. El presidente de los catalanes se siente respaldado por su votación y de ella extrae las conclusiones que más le interesan. El 9N le consagra como el gran líder de los ciudadanos que pidieron la independencia el pasado domingo: 1,8 millones. Atrás queda Oriol Junqueras. Su lágrima fácil y su actitud predicadora de las bondades de una Cataluña liberada de un supuesto yugo español pierden fuelle. Mas le ha tomado la delantera y el líder de ERC pierde una parte del beneficio que la situación política le había otorgado sin apenas esfuerzo.
Habló después Soraya Sáenz de Santamaría. La vicepresidenta del Gobierno español es la mejor política que existe en Madrid a estas alturas. Algunos críticos la vilipendian porque es abogada del Estado y le restan capacidad ideológica mientras le otorgan sólo solvencia técnica. En cualquier caso, y fuere como fuere, la representante de los españoles le ha dejado claro a Mas que no habrá referéndum y que, se ponga como se ponga, cualquier solución política pasa por otra vía.
Es un juego, como diría un melenudo de Podemos, de tablero. Pero llevan ya demasiado tiempo con la cantinela. Entretanto, Cataluña se ha quebrado. Sus costuras han saltado hechas pedazos por la presión política a la que han sido sometidas por dirigentes pequeños en lo intelectual y de gran enanismo político. Nada tendrán que ver en poco tiempo la realidad urbana y la rural, la del área metropolitana y la de las capitales de provincia (o comarca, tanto da), alejadas de la clase industrial de la periferia barcelonesa.
Se ha roto el juguete catalán. La concordia entre nativos y emigrantes que pregonaba Paco Candel; la integración lingüística como tierra de acogida que defendieron el PSUC y una parte de los socialistas; los importantes avances que desde la reflexión intelectual convirtieron al conjunto de la sociedad en una vanguardia cultural y creativa se han desandado; los Manuel Vázquez Montalbán culés y pijos de la izquierda caviar… así un largo etcétera de juegos y jugadores que hicieron de Cataluña una bandera, sinónimo de libertad y vitalidad, han sido superados por una realidad pequeña, pero emotiva, privada de razón y sentimentaloide.
Cataluña está fracturada. El 9N ha sido el corolario de muchos años de nacionalismo, primero ordenado e incluyente y después anárquico en lo ideológico y excluyente en lo político. O caixa o faixa. El juguete está roto, hecho añicos. La historia hará su lectura y análisis, pero el presente nos permite vaticinar que el nacionalismo de Mas y Junqueras, los nuevos Moises de una sociedad desorientada, sólo traerá más empequeñecimiento colectivo.
Por más que sus voceros, predicadores –líderes del análisis endogámico y reduccionista, saltimbanquis de la corte clientelar constituida, pequeños aprendices de brujo, tertulianos a sueldo, antiguos camaradas– y otras especies de catalanes del nuevo paradigma utópico insistan en vendernos una ilusión en vez de una realidad posible, su tiempo es el de la deconstrucción. Como decía Einstein, un sabio de verdad, “la diferencia entre la estupidez y la genialidad es que la genialidad tiene sus límites”. De lo otro, mejor ni hablar.