Cataluña, el daño crece con el tiempo
Rajoy aguanta y el tiempo parece que le da la razón, pero el daño en Cataluña se producirá, porque el romanticismo desaparece cuando la bolsa se vacía
Cuando Mariano Rajoy anunció la convocatoria de elecciones para el 21 de diciembre, muchos pensamos que tal vez era una fecha demasiado temprana y que los hechos estaban demasiado recientes como para que la votación no estuviera sesgada por lo inusual de los acontecimientos. Sin embargo, pasan los días y las semanas y el juego de silencios del gobierno de la nación hace su efecto. Se percibe cierto cansancio ciudadano respecto al procés.
Bien es cierto que los independentistas más proactivos siguen convocando manifestaciones, huelgas, siguen haciendo declaraciones, y que mantienen su cuota de portada en periódicos y telediarios. Pero sus intentos no se ven ya tan respaldados por los políticos afines como antes: la confección de las listas está generando ciertos roces. Tampoco ayuda los cambios de criterio desde Bruselas por el profeta máximo, Carles Puigdemont. Su estrategia es buena, pero el mensaje desconcierta a los parroquianos, incluso si van a aceptar y defender cualquier cosa que haga. Así ha sido cuando Forcadell tuvo que retractarse. Y, realmente, tenían razón en apoyarla porque nada más salir de la cárcel ha vuelto a abrazar la causa. Tenemos heroína para rato.
Ahora bien, del 50% aproximado de independentistas que hay en Cataluña, o que votan en ese sentido, la mayoría tienen que trabajar, seguir con su vida, defendiendo más o menos agresivamente la causa, pero lo más probable es que no puedan dedicarle el tiempo necesario para que el fragor separatista dure, o dure tanto. Ya imagino que las elecciones no van a ser pacíficas y silenciosas, pero aún queda más de un mes.
El romanticismo desaparece cuando la bolsa se vacía y cuando los tribunales actúan
Mientras tanto, se descubren casos de mal uso de fondos públicos, las empresas siguen cambiando su sede, las cifras de empleo y crecimiento catalanas empeoran y se vislumbra cuáles pueden ser las consecuencias económicas del fervor nacionalista. El romanticismo desaparece cuando la bolsa se vacía y cuando los tribunales actúan.
Aún nos queda por conocer los resultados de las investigaciones que se emprendieron y que siguen su curso; puede haber sorpresas. Puigdemont y su defensa belga seguirán alargando los tiempos y pidiendo garantías carcelarias. Quiere ser un preso especial, a pesar de que un delito es un delito, y quienes incumplen la ley deberían ser tratados con el mismo prurito. No importa. Hay que intoxicar los medios de comunicación especialmente los internacionales con acusaciones o insinuaciones acerca de las cámaras de tortura españolas, como si la prisión de Estremera o Soto del Real fueran Guantánamo.
Pues, a pesar de su juego, que cada vez más se centra en su evasión, su candidatura y su éxito, y menos en la independencia y en sus seguidores, los tiempos parecen dar la razón a Rajoy.
El presidente no habla, no responde a quienes le animan a que, ya que activó el artículo 155 de la Constitución, lo ponga en marcha más agresivamente. No se inmuta ante las peticiones que llegan de Bruselas o ante lo que los medios de comunicación al servicio de “la causa” están haciendo. Sabe que, gane quien gane las elecciones, Puigdemont regresará a España, se le juzgará por rebelión, sedición, malversación de fondos públicos y, es bastante probable que acabe con sus huesos en la cárcel. Y me da la sensación de que también sospecha que todo el ruido que están haciendo los independentistas le favorece.
El resto de españoles nos preguntamos ya cuánto nos va a costar a todos la fiesta por el tema catalán
Porque si bien las demostraciones de fuerza sirvieron para despertar el asombro internacional, una vez que pierden fuerza y no hay resultados, para llamar la atención los “indepes” tienen que hacer cosas más radicales y absurdas. Como montar dos celdas en medio de Vic para apoyar a los políticos presos. La frustración suele llevar a la violencia. Y me temo que Rajoy se ha propuesto devolverles la jugarreta del 1-O, cuando su mala gestión del referéndum ilegal llevó a que las fuerzas de seguridad del Estado “regalaran” fotos para la posteridad a la prensa de todo el mundo.
Por supuesto, para ello necesita que el 50% de los catalanes que no son independentistas sigan mostrándose, sigan hablando, sigan reivindicando su derecho a existir y a vivir con la misma calidad de vida y libertad que sus conciudadanos.
En el juego de los tiempos, Rajoy ha ganado hasta ahora. Incluso, si las elecciones las ganaran una coalición separatista, el “melón” del cambio en la Constitución va a ser como peregrinar en el desierto: un camino largo y duro. La independencia va a esperar.
El resto de los españoles estamos aún más aburridos y creo que algunos ya nos empezamos a preguntar cuánto nos va a costar a todos esta fiesta de otoño.