Cataluña, el 9N y el miedo

Lo que comenzó como una estratagema política para mejorar la posición catalana en el conjunto de España ha adquirido con los meses una deriva peligrosa. Es difícil hablar con alguien que no sienta respeto, desasosiego, desesperanza, temor o miedo. Es igual cuál sea su adscripción ideológica, lo que más nos une a los catalanes ahora es una extraña sensación de que algo va mal, unas mariposas en el estómago y la convicción de que el futuro es incierto en cualquiera de sus posibles expresiones políticas.

Tras la parálisis del Tribunal Constitucional a la consulta refrendaria de Mas, el Govern se lanzó a una actuación paralela bautizada como proceso participativo para que el 9 de noviembre hubieran unas urnas instaladas en el territorio y aquellos que quisieran pudieran ejercer un derecho testimonial y sin validez jurídica al voto.

 
Suspender el inofensivo 9N alimentará el monstruo del Estado intolerante y poco democrático 

El butifarréndum parecía contentar al bloque soberanista, que tiene la vista puesta en unas elecciones autonómicas futuras en la que se aclare la correlación de fuerzas tras los acontecimientos políticos vividos. Según el partido o la asociación, la celebración se acerca más o menos a 2016. Incluso quienes piensan que ese 9N y su pseudoconsulta eran una movilización más del independentismo en la que no merecía la pena participar habían interiorizado que la charlotada democrática tenía un efecto próximo al masaje de cervicales en clave interna.

El anuncio del Gobierno de Mariano Rajoy y su previsible pretensión de bloquear también esa celebración se sustenta desde la perspectiva de que nadie puede salirse con la suya si le echa un pulso al Estado. Menos todavía si lo hace marcando la agenda, los caminos y el propósito final de forma unilateral y democráticamente discutible. Igual de cierto es que la suspensión de la votación del 9N sólo alimentará ese monstruo que se pasea regularmente como estandarte en forma de Estado intolerante y nada democrático. El 9N habrá movilizaciones que nacen de un pensamiento independentista originario a las que se sumarán los partidarios de una crítica a la forma de gobernar del PP.

Lo inmediato da pavor. Imaginarse las furgonetas policiales alrededor de los lugares donde deberían vivir los votos (testimoniales o no, tanto da), eventuales desmanes de posturas radicalizadas y cualquier otra algarada son escenarios impropios de una sociedad avanzada y democrática. Y mucha gente empieza a visualizar eso o cualquier sucedáneo con un inquietante temor. Da también pánico pensar en el 10N, en una sociedad que ha sido ejemplo y referencia de tantas cosas y que hoy transita débil en su cohesión interna. Asusta admitir que la política tacticista, de unos y otros, ha conseguido bloquear el desarrollo y la evolución de un pueblo que todos dicen estimar con locura.

Eso empieza a percibirse en Cataluña; quizá sea miedo, quizá incertidumbre con mayúscula. En cualquier caso es lo que nos espera. Y sólo hay dos soluciones, o acostumbrarnos o superarlo.