Cataluña cambia de rasante
Se presenta para Cataluña una nueva oportunidad de acordarse de aquél espíritu de superación y exigencia que le caracterizaba
Hubo un tiempo, largo de siglos, en el que los catalanes fiaban la prosperidad y la permanencia de su idiosincrasia en el fomento de valores modernos y europeos como la exigencia de excelencia o el riesgo innovador que en la España mesetaria se sacrificaban en el altar de la inmovilidad de la jerarquía. Las tornas no han cambiado pero como mínimo se han equilibrado.
Tanto es así que si al final JxCat cierra un pacto de investidura y coalición con Aragonès, el motivo principal de evitar nuevas elecciones no será político, emocional o ideológico sino puramente administrativo: de los 500 sueldazos públicos que dependen en última instancia del Parlament, JxCat ha de optar entre dejar en el paro a unas pocas docenas o toda la plantilla, compuesta por unos centenares.
El resto son fantasías. Si a Jordi Sànchez le llamaron el muñidor era porque pretendía satisfacer a los dispares y poco conciliables sectores de su partido a base de obtener, por un lado, el reconocimiento formal de la superioridad jerárquica de Waterloo y por el otro, la mayor parte de los puestos de trabajo, y por descontado lo más influyentes, o sea los de mayor presupuesto, en manos propias y capaces engrasar la chirriante maquinaria de su proyecto de partido.
En contra de entrar en el govern estaban los que proviniendo de la izquierda o de la pureza catalanista, pretendían que JxCat animara a que ERC se estrellara sin contaminarse de algo tan horrendo y repugnante como la autonomía. A ellos, a fin de mantenerles contentos pero sin la menor intención de llegar tan lejos, iba dirigido el reiterado mensaje de Sànchez consistente en asegurar en cualquier caso la investidura para el rival y socio republicano.
Lo más curioso de la formación, que no partido, es que los defensores de despreciar cargos y carteras estaban jaleados por Laura Borràs, una vez ella instalada el suyo, claro, y por Elsa Artadi que quería y sigue queriendo obtener el que le corresponde si hay coalición.
Si finalmente la hay (no se vislumbra otra forma de acuerdo) será en buena parte si bien de manera involuntaria, gracias a la presión de la ANC. En pocos días hemos pasado del escrache a ERC que en realidad iba en contra de los que en JxCat siguen con sus trece de mantener su nómina a observar como los puristas de la ANC exigían a Puigdemont que agachara la cabeza.
El cambio de rumbo del independentismo
De este modo, y siempre que en el último minuto no vuelvan a torcerse las cosas por rifirrafe interno en Junts (y sin embargo revueltos), podrá constatarse la paradoja que los partidarios de la intransigencia habrán empujado de forma decidida, y en el fondo timorata, al cambio de rasante del independentismo: de la exigencia de hacer efectivo el mandato del 1-O a facilitar, por sumisión de JxCat, la estrategia dialogante, pragmática y claudicante de Esquerra.
Todavía hay más. En otros tiempos, cuando en CDC todavía creían que todo podía manipularse impunemente, dirigentes del partido maniobraron con hilos de marionetista para que Jordi Sànchez, ya acreditado criptoconvergente entonces, ocupara el puesto supuestamente inmaculado y apartidista de jefe supremo de la ANC.
De maniobra exitosa de CDC para colocar a un líder afín a maniobra en contra de los propios principios, la ANC se retira velis nolis (lo quieras o no) de toda transcendencia y significación política al apoyar el neoautonomismo y la supeditación de JxCat a los designios de ERC, en los más prácticos aspectos heredera efectiva de CDC.
El cambio de rasante se produce tanto por efecto de las eternas leyes del flujo y el reflujo, como por la enorme diferencia entre la escasa capacidad negociadora y de presión de JxCat y la muy superior de ERC. Dos circunstancias, junto a la tercera que sería la renovación de una muy similar mayoría independentista, que no van a cambiar en caso de repetición electoral.
Si esta semana, iniciada con mejor pie que las anteriores, no acaba desembocando en catástrofe todavía mayor, Cataluña tendrá otra oportunidad, tal vez la última, de acordarse un poco de aquel espíritu de superación y exigencia de la que ha dejado de ser digna.