Catalonia is not Spain and Pujol is not Catalonia
En estos días aciagos de confesiones veraniegas, en las redes sociales triunfan los demagogos antisistema, que nunca sabes si son de derechas o de izquierdas. En la prensa vegetal y digital también se escriben artículos que dan pena y que sorprenden viniendo de personas cultivadas. ¿Será porque incluso para los adversarios de Pujol éste era un referente a tener en cuenta? No me lo puedo creer, pero parece ser que sí, que Pujol era el faro que ahora, con la confesión de haber cometido fraude fiscal, ha dejado de alumbrar incluso a los antipujolistas.
Antes, cuando Jordi Pujol campaba por sus respetos como presidente de la Generalitat y manejaba el presupuesto, la queja de muchos de los que ahora mezclan la confesión de Pujol con el soberanismo era, precisamente, denunciar esa trampa pujoliana –que nunca compartí, que quede claro–, de identificar Cataluña con su figura o con su partido.
Cataluña era –y es– plural. Desde el nacimiento del catalanismo político, a finales del siglo XIX, este ha tenido muchas versiones. Eso es lo que explicaba Josep Termes al dar fe del origen popular del catalanismo frente a la tesis contraria que defendían, ¡vaya paradoja!, marxistas tipo Jordi Solé Tura y sus acólitos de Bandera Roja.
El catalanismo puede ser de izquierdas o de derechas, progresista o conservador, autonomista o independentista, siempre que se encuadre en el movimiento de reivindicación nacional catalán. No se puede ser catalanista sin creer que Cataluña es una nación.
Jordi Pujol ha representado una versión del catalanismo, que todo sea dicho de paso empezó abrazando la doctrina personalista de los Péguy y Mounier por la vía de Raimon Galí, para después transitar por los pastos socialdemócratas suecos (si estuviera vivo se lo podrían preguntar al liberal-demócrata Ramon Trias Fargas) y volver luego al punto de partida.
¿Qué tenía que ver el catalanismo de Francesc Macià con el de, pongamos por caso, Francesc Cambó? Casi nada, incluso desde el punto de vista del horizonte nacional. Otra cosa es que en un momento dado estuvieran remando en la misma dirección. Por ejemplo, en la coyuntura de 1906-09, cuando se constituyó Solidaridad Catalana para dar respuesta a la agresión militarista española encarnada por la Ley de Jurisdicciones: “Una ley –rezaba el manifiesto fundacional de esta primera plataforma unitaria catalanista que por otro lado era españolísima–, pensada para ahogar el potente ideal de libertad que con infinita variedad de matices y colores bulle en la opinión de Cataluña”. Fue tanta la variedad, que esa Solidaridad Catalana acabó hundiéndose bajo los efectos de la lucha callejera violenta que enfrentó a la derecha catalanista con los sindicatos y republicanos laicistas en la llamada Semana Trágica de 1909.
Alguien podría reprocharme que cuente estas cosas ahora, cuando el horno no está para bollos. A ese alguien que en las redes sociales ya estaría insultándome con osadía ignorante, le recomiendo la lectura de un libro, Patriotes i resistents. Història del primer catalanisme, que publiqué en 2003 con mi querido profesor Josep Termes. Ahí podrá leer cual es mi perspectiva sobre los orígenes de catalanismo.
Mientras otros historiadores destacaban la hegemonía de la derecha y de la burguesía como directores del catalanismo entre 1901 y 1917, Termes, Benet, Casimir Martí, Jordi Casassas, Teresa Abelló, Josep Pich, Lluís Duran y muchos más demostramos que el catalanismo es desde su nacimiento un movimiento de emancipación nacional plural ideológicamente. Les dejo también un balance que publiqué hace años por si quieren ampliar la cosa.
No hay duda de que esta pluralidad explica por qué en Cataluña existen tantos y tan opuestos partidos nacionalistas. Porque es tan nacionalista la izquierda (que antes de aterrizar en ERC incluso se llegó a presentar a las elecciones de 1980 con el explícito nombre Nacionalistes d’Esquerra), como la derecha, aunque en 1977 no estaba tan claro que Pujol y su Pacte Democràtic per Catalunya (PDC) lo fuera.
El PDC fue una coalición electoral que se presentó a las primeras elecciones generales españolas agrupando a CDC, el partido de Pujol, con el PSC(r), es decir, los socialistas de Josep Pallach, apartados del marxismo y dirigidos por Josep Verde Aldea, pero que en 1978 se fusionó con los socialistas catalanes que ya se habían unido al PSOE; Esquerra Democràtica de Catalunya (EDC), el partido liberal catalanista cuyo presidente era Trias Fargas, y el Front Nacional de Catalunya (FNC), el partido independentista de Joan Cornudella Feixa y Jordi Casas-Salat, que luego se marcharon al PSC y ERC, respectivamente.
Dentro de la candidatura se presentaron además como independientes José Acosta Sánchez, líder andalucista y luego, en 1980, diputado en Cataluña por el Partido Socialista de Andalucía (PSA); Alfonso Cánovas Lapuente, teniente de alcalde con Josep M. Socías Humbert, último alcalde de Barcelona nombrado a dedo por el régimen franquista; y Joaquim Ventalló i Vergés, el traductor al catalán de Tintín y antiguo militante de ERC, partido del que se escindió en 1933 junto a Josep Tarradellas, Joan Lluhí i Vallescà y Joan Casanellas para formar el Partit Nacionalista Republicà d’Esquerres (PNRE) pero que en 1936 tuvo que exiliarse perseguido por la FAI.
Así pues, para los que aseguran, como escribió esta semana Antoni Puigverd, que si se confirmara la existencia de un sistema de corrupción vigente durante tres décadas para financiar a CDC y enriquecer a la familia Pujol, “sería muy difícil mantener, no ya la ilusión de los que propugnan la consulta, sino la autoestima del catalanismo, que se inspira en los ideales regeneracionistas del Modernisme y el Noucentisme”, les digo que no. Que este razonamiento es falso históricamente. Además es presa de un pensamiento único que ni el propio Puigverd se da cuenta de lo que significa en tanto que niega lo que dice defender: el pluralismo de la sociedad catalana y del catalanismo.
De la misma manera que durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1992 jóvenes convergentes, algunos de los cuales después arroparían a Artur Mas en su camino hacía la presidencia, desplegaron pancartas ante el rey proclamando, en inglés, “Catalonia is not Spain”, esa misma frase, pero con la variante del título que encabeza este artículo, podrían haberla exhibido los jóvenes izquierdistas e independentistas, acusados de pertenecer a Terra Lliure, que fueron detenidos y torturados por la policía española sin que el juez Baltasar Garzón, ahora tan alternativo, quisiera investigarlo.
Este fue el caso, por ejemplo, de Jaume Oliveras, acusado de pertenecer a banda armada e indultado en 1996, para luego ingresar en ERC y llegar a ser secretario general del Departamento de Gobernación y Administraciones Públicas de la Generalitat bajo el mandato del socialista José Montilla. En la variedad está el gusto, ¿verdad?
Claro que también podría ser que servidor les hubiese contado un cuento irreal que nada tiene que ver con Cataluña y el catalanismo. Entonces, no me quedaría otra que tragarme una estúpida teoría según la cual las “sociedades atraídas por los movimientos identitarios tienden a ser tribales, familiares. Son relativamente pequeñas, todos se conocen, todos saben si este es o no de los nuestros, y es difícil infiltrarse o triunfar socialmente si se es foráneo. En el caso catalán, se trata de una élite, predominantemente barcelonesa, de conocidos y muchas veces emparentados, que se siente con derecho a ser dueña (política; pero no solo, como demuestra la familia Pujol) de toda Cataluña, para lo cual ha conseguido imponer un discurso que achaca todos los males a las interferencias de ‘Madrid’”.
Esto lo ha escrito esta semana José Álvarez Junco en Nacionalismo y dinero, a pesar de que fuese precisamente él quien buscase un título muy romántico y religioso para resumir el sentir del nacionalismo español que estudió en su libro de 2002. Esa Mater Dolorosa no es otra que la nación española y la idea de España que tenían los nacionalistas del siglo XIX.
No me extraña que ahora diga que lamenta contradecir al joven Solé Tura y su explicación marxista-estalinista sobre los orígenes burgueses del nacionalismo catalán. Si esa teoría era hueca y anti-histórica en 1967, está que expone en la prensa el catedrático zamorano, aunque nacido en Viella, es directamente política y coyuntural. Elaborada ad-hoc para hoy mismo y no tiene ningún sentido histórico.
Hagan ustedes un último ejercicio de imaginación para acordar si tengo razón o no. Pongamos que en vez de hablar de Cataluña y de Pujol estamos hablando de la España del PP y de los tejemanejes de Rodrigo Rato, de Miguel Blesa y de la quiebra de Caja Madrid, del corrupto Luis Bárcenas y de sus mensajes telefónicos con Mariano Rajoy.
Pongamos que estamos hablando de Aznar y de su señora, la alcaldesa de Madrid, y de muchos más que se sientan en el palco del Santiago Bernabéu. ¿Dónde colocamos a Pedro Sánchez y su partido socialista en ese palco que confunde políticos y altos cargos de la administración con constructores, empresarios y financieros, muchos de ellos emparentados, por la vía civil o militar, desde el Antiguo Régimen. Si España es algo más que una lista de mangantes, Cataluña también.