Castigar la falta de futuro
Los Sex Pistols irrumpían en Londres en los años setenta con aquel desgarrador No Future. Eran tiempos duros, de gran desaceleración económica. Pero los reyes del Punk se habían adelantado. Hubo crecimiento posterior, basado, eso sí, en una expansión del crédito nunca conocida. Los modelos económicos, en todo Occidente, comenzaban a experimentar un estancamiento estructural, que sólo se superó incitando y facilitando a esas clases medias a que recurrieran al crédito. Es lo que Raghuram Rajan, el ahora gobernador del Banco de la India, definió con la ilustrativa expresión: que coman crédito.
El caso es que la sociedad occidental todavía no se encontraba ante una falta de expectativas. Ocurrió con claridad en España. Después de una complicada transición política, marcada por una situación económica precaria, España experimentó un gran crecimiento. Aquellas clases pobres y medias de los ochenta asumieron los sacrificios, aguantaron duras crisis, con porcentajes de paro por encima del 24%, porque estaban convencidas de que llegarían tiempos mejores, porque tenían expectativas de futuro, para todos sus miembros y para sus hijos.
Y ese es el cambio. Ese es el tema que los gobernantes no han entendido, o prefieren orillar. En el Reino Unido es muy evidente. Con los datos del referéndum del Brexit se comprueba que los británicos han querido castigar la falta de futuro. Lo han hecho votando a favor de salir de la Unión Europea porque esa posición era la que defendían las elites, tanto del Partido Conservador, como del Laborista, tanto de las elites empresariales como los acomodados miembros de la City.
Lo más grave es que, seguramente, esas personas, las que viven en zonas industriales depauperadas, serán las que más sufran las consecuencias de esa salida de la Unión Europea, alentada por una parte de esa elite que sólo buscaba acceder al poder, como Nigel Farage, o Michael Gove, que luchará ahora para hacerse con el liderazgo del Partido Conservador.
La Comisión gubernamental para la movilidad social, en el Reino Unido, ha constatado esas enormes diferencias. Los territorios con menor movilidad social, con salarios estancados o en retroceso, con pocas expectativas de futuro, han apoyado el Brexit de forma mayoritaria: es el caso de Blackpool; Mansfield; o Doncaster. A medida que la situación económica cambia, se apoya la permanencia en la Unión Europea, con Londres como gran referencia.
Tal vez no haya mejor explicación que la del periodista y escritor Simor Kuper, quien, en el Financial Times, ha querido ser sincero. Y muestra que es muy fácil defender determinadas situaciones desde una posición de privilegio, desde la suya propia, un blanco educado en Oxbridge. Pese a todos los valores de la democracia británica, el ascensor social no es, precisamente, su fuerte. Y se encalló hace demasiado tiempo.
El resultado es esclarecedor: el Brexit ha ganado, no tanto porque se sepa lo que comporta, como porque es un castigo ante la falta de expectativas, ante la falta de futuro para millones de británicos.