Se acabaron. Sobre todo en Catalunya, donde existían unas pocas hace apenas tres años y ya no queda ninguna. Todas son bancos. Es más: si pensamos en ellas desde su perspectiva jurídica, la única que mantendrá realmente su centro de decisión barcelonés será La Caixa, que opera también como banco bajo el nombre de Caixabank.
Hay tres responsables de ese cambio de escenario. El primero, el principal, es Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España. Jamás creyó en el modelo de entidades financieras sin propietarios. Así lo había teorizado incluso antes de ascender a la cúpula de la autoridad financiera. Poco a poco, con paciencia, Mafo ha dinamitado las cajas de ahorros. No le gustaban como concepto teórico y abominaba, en público y privado, de su excesiva politización. En España, como él anhelaba, ya sólo quedan bancos.
Tenemos menos competencia financiera gracias a Mafo y un peor sistema bancario general por su culpa y por la de los políticos que han pilotado las cajas. El gobernador es al final igual de responsable que los gobiernos autonómicos, que con esa visión reduccionista del territorio han confundido el apego y colaboración de las cajas con las zonas donde estaban implantadas con su administración localista y clientelar.
Es lo que sucedió, por ejemplo, con Antoni Castells, el consejero que pasó a la historia por diseñar un mapa de fusiones de cajas de ahorros en clave catalana que ha saltado por los aires a la primera de cambio. Sí, nadie sabía que la profundidad e intensidad de la crisis iba a ser de tal magnitud, pero si alguien podía intuirlo era él, que conocía su estado por dentro. Por su cuerpo de inspectores y por los del Banco de España que colaboran con la Generalitat en la tutela de las instituciones de ahorro.
Pese a pasar por liberal y no intervencionista, Castells se empecinó en que los noviazgos se produjeran sólo entre entidades catalanas, una especie de canto a la pureza de sangre, al RH financiero. Se trataba de mantener bajo obediencia catalana el sistema. Pues, bingo. Se desaprovechó, por ejemplo, la posibilidad cierta de casar a Caixa de Catalunya con Ibercaja o Unicaja, más saneadas y complementarias. Castells presionó en serio a los gestores de las entidades en aquellos momentos. Algunos aún recuerdan como les amenazaban con que pasaban por aquel tubo o Fainé se quedaba lo suyo. Todo debía resolverse en clave local, y después de no pocos estiras y aflojas logró reunir a Caixa Tarragona y Caixa Manresa con Catalunya y a las de Manlleu, Sabadell y Terrassa en Unnim.
Ambas pasan a ser propiedad, provisional o no, del Frob, un organismo con sede en Madrid, por si alguien tenía alguna duda. ¿El resto? Caixa Laietana ha quedado bajo la disciplina de Bankia, con sede en Madrid, off course; y Caixa Penedès está dentro de un grupo en el que ha perdido cualquier posibilidad de liderar en clave catalana un proyecto financiero. En definitiva, sólo La Caixa, sólo Fainé, tienen poder financiero en Catalunya a día de hoy.
Isidro Fainé se fue a la presidencia de la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA) por expreso deseo del Gobierno, de Rato (Bankia) y con la aquiescencia relativa del sector. Bajo su presidencia se acaba el modelo, y eso pasará a la historia. Pueden argumentarse tantas ideas exculpatorias como se quiera, pero al final los requerimientos de capital que el Banco de España ha impuesto a las cajas de ahorros se han negociado en este periodo. ¿Podría haberse hecho de otra manera? Está por ver, y sólo la historia permitirá juzgar si la fisonomía propia de estas entidades, su vinculación con la ciudadanía a través de la obra social y su peculiar control pseudodemocrático podrían persistir de otra manera.
Sólo un aspecto positivo. Hay que agradecerles que ahora todos sepamos quién gobierna las entidades resultantes, a quién pedirle responsabilidades por su gestión y que se acaben algunos virreinatos locales que, como en el caso de Caixa Girona, habían excedido ampliamente las filosofías y espíritus fundacionales convirtiéndose en instituciones clientelares, a veces nepóticas. Por cierto, algún día, deberíamos saber con más detalle y sin oscurantismo qué se escondía en aquella entidad que ha engullido Fainé. Eso lo dejamos, por ahora, para un libro por escribir.
Y, por cierto, hablando de productos editoriales, que nadie se extrañe si dentro de poco aparece un libro sobre las cajas de ahorros firmado por Antoni Serra Ramoneda en el que el antiguo presidente de Caixa Catalunya pasa revista a lo acontecido y donde, me explican, hay algunas referencias que no agradarán a Fainé. El autor, por cierto, parece haber olvidado que durante su presidencia de Caixa Catalunya vivió avatares tan rocambolescos como el escándalo de MNA, las idas y venidas a Andorra, el seguidismo a La Caixa y, finalmente, el deterioro progresivo de la cuenta de resultados.
El olvido, y eso lo saben Millet y muchos otros, es otra vez más la mayor característica del hecho diferencial económico catalán.
En fin, descansen en paz las cajas de ahorros.