Castells: De aquellos polvos, estos lodos en CX

 

Las informaciones que van apareciendo en torno a las aspiraciones salariales del aún presidente de CatalunyaCaixa (CX), Fernando Casado, y su decepción porque no se le hayan respetado los 600.000 ó 800.000 euros de honorarios anuales que al parecer pactó con el que entonces era conseller de Economía, Antoni Castells, muestra la enajenación en que caen una buena parte de los políticos en el ejercicio del poder.

De ser ciertas esas noticias, que confirman ya un buen número de fuentes, Castells a la vez que observaba en primera línea los devastadores efectos de la crisis económica estaba negociando un salario para Casado que triplicaba como poco los 200.000 € que percibía quien hasta entonces estaba en el cargo, Narcís Serra.

Y es que 600.000 euros, cien millones de antiguas pesetas, parece un salario más que digno
–algunos opinarán que hasta indigno– para un cargo que es… ¡no ejecutivo! Una remuneración aceptada y pactada en un momento en que CatalunyaCaixa llevaba a cabo una buena reducción de plantilla, con prejubilaciones, pedía ayudas públicas y proponía a sus trabajadores recortes salariales para mejorar la cuenta de resultados. Unos emolumentos por desempeñar un cargo de segunda que superaban al del propio primer ejecutivo de la entidad, Adolf Todó.

Afortunadamente, la sensatez prevaleció, aunque no del todo, en el consejo de administración de la entidad y Fernando Casado tuvo que conformarse con los mismos 200.000 € de su antecesor, si bien debía confiar en un próximo reajuste cuando las aguas se calmaran.

El problema no es, por supuesto, la demanda salarial exigida por Casado que tiene todo el derecho del mundo a ponerle el precio que quiera a su dedicación honorífica o no. El problema es de los dirigentes políticos, Castells a la cabeza por lo que parece, que manejan los presupuestos que no son suyos como si pudieran obrar cada día el milagro de los panes y los peces. Tal irresponsabilidad sólo puede atribuirse a incapacidad, lo que me niego a aceptar; a una cierta prevaricación, lo que no creo, o a una pasajera enajenación bastante común hoy en día a determinadas alturas del poder.