Carta de un catalán a cualquier amigo madrileño sobre la situación política
Nos interesan las elecciones. A los catalanes nos iría bien saber cuál es el estado y la correlación de fuerzas políticas en nuestro Parlamento. Eso ayudaría a clarificar algunos extremos de la situación ideológica actual y, quién sabe, si ayudaría a formar un ejecutivo más dado a gobernar que a lo contrario.
Se trata de una opinión, en cambio, que no es mayoritaria. Después de la última declaración del presidente Artur Mas hay quien opina que no es momento para hacer una consulta electoral. ¿Las razones? Son obvias: CiU está muerta, el PSC en fase de recomposición y existe una gran duda sobre qué hará Podemos en Cataluña. Con esos mimbres, por tanto, son muchos quienes piensan que lo más oportuno es agotar la legislatura y esperar a 2016. No hay centro político y quienes estaban en ese espacio han migrado al radicalismo más inopinado. Alargar es sinónimo, en este caso, de moderar.
Son partidarios de llegar al final del mandato los empresarios de Foment del Treball, que prefieren que nada se mueva (al menos de momento) y que todo siga el curso temporal previsto. Es decir, no piensan en las urnas hasta 2016. Se equivocan en una cosa, a ellos también les gustaría que hubiera un gobierno real y no una pantomima, aunque sepan que de momento es improbable. Prefieren una inestable estabilidad que la inestabilidad estable que aventuran los tiempos.
Sin ERC es imposible hacer elecciones. Ellos tienen la llave. La primera vuelta al cerrojo para abrir la puerta catalana es la proposición de Mas de realizar una lista única y con ella llevar a cabo una convocatoria plebiscitaria. Decía el líder catalán que el Estado no le dejó hacer un referéndum y que si todo el mundo se une bajo su propuesta podrá demostrarle a Madrid su poderío y razones. Los republicanos, por su parte, se saben fuertes y dicen que salvar a la derechona convergente en las urnas no puede ser gratis. Ni tan siquiera con la bandera en la mano es un trabajo que les venga muy de gusto. Ganarán un día, sin convergentes en la mochila.
Estamos, pues, ante un escenario improbable para cualquier solución. Cataluña ha entrado en una fase de irracionalidad electoral. El independentismo se siente más fuerte de lo que debiera y las fuerzas políticas constitucionalistas intentan ganar un espacio en el que fueron antaño ambiguas y demasiado proclives a la concesión. Hoy parece diluido aquel espacio para la tibieza política y el orden. Se trata de un terreno desocupado y huérfano. Madrid ni se lo mira, porque el silencio diletante es su principal solución al problema catalán.
Ser catalán ahora es más complejo que cuando uno llegó al mundo hace algunas décadas. Esa es la triste (muy triste) y alambicada realidad de nuestra situación: no hay salida aparente en el corto plazo. Dicho en una carta a cualquier amigo madrileño, estamos desgraciadamente enquistados.