Carta abierta a Pedro Sánchez, un dirigente socialista acobardado
Tengo una anécdota de juventud que me ha marcado toda la vida. Al salir de una fiesta de una conocida marca de papeles pintados, y en estado de alegría alcohólica, terminé con unos amigos en un bar, en una época que no se salía tanto como ahora. El asunto derivó de tal manera que acabaron dándonos una paliza un grupo de matones. Y al final, en la calle, sangrando, desde el sereno, aquellos que llevaban un palo y un manojo de llaves, con su chuzo, y todo el que pasaba, nos remataron con un golpe.
Digo todo esto a propósito de lo que en Cuba se conoce como «apendejado» o también «aguantón», y se refiere a las personas que consienten ser maltratadas y no se atreven a responder a los agravios. No se plantan, no trazan una línea roja y se muestran dispuestos a actuar si alguien la traspasa.
Lo último amable que le ha dicho Pablo Iglesias al secretario general del PSOE ha sido que «cuando gane las elecciones le ofrecerá la mano a la vieja socialdemocracia». El mismo día, Sánchez y Hernando insistían en dejar las puertas abiertas a un pacto con Podemos. Poner la otra mejilla se ha convertido en un tic incontrolable para el líder de los socialistas.
Tengo que hacer una confesión: estoy horrorizado con la expectativa de un descalabro socialista el próximo 26J. Los votantes hay que ganarlos. Y muchos de quienes podrían votar al PSOE están avergonzados de un partido al que han votado en el pasado. Observan la falta de coraje de decir en voz alta lo que muchos piensan. Que con Podemos y con Pablo Iglesias no se puede llegar a ningún acuerdo porque no les preocupa más que la destrucción y humillación del PSOE como vía necesaria para llegar al Poder. El poder, por el poder, por eso Pablo Iglesias, sin pensarlo dos veces, se pidió las carteras de gobierno que mejor lo representan: los servicios secretos y la política de comunicación.
Muchos posibles votantes socialistas quieren que el PSOE tenga un líder que responda a los agravios; que tenga la bravura y la ausencia de complejos de decir que Podemos no es un partido de izquierdas. Que no hay nada más irresponsable para quien pretende representar a la izquierda que prometer a los trabajadores lo que se sabe que es imposible, lo que puede poner en dificultades al país y terminará devorando –no es nada nuevo– primero a los que menos tienen. Cuando vienen mal dadas, ya sabemos quien lo paga.
Y lo que es peor, hacer discursos acomodados a cada una de las tendencias que cohabitan en ese conglomerado de Podemos: comunistas, independentistas, mareas, antiimperialistas, ecologistas, okupas, ambientalistas. Pablo Iglesias pide la nacionalización de la prensa por la mañana y la libertad de mercado por la tarde. Pretende aumentar en cien mil millones el presupuesto y no detalla de donde va a sacar el dinero. Una estrategia animada para ganar un debate en la Sexta pero demasiado atrevida como para aspirar a representar a la izquierda que quiere y puede gobernar.
Si el PSOE no se defiende con firmeza con un proyecto de la izquierda posible y sigue aguantando los exabruptos y la insoportable condescendencia de los líderes de Podemos, su ridículo será el contrapunto de su fracaso electoral.
El PSOE no tiene que tener miedo a la dependencia política que tiene Podemos del régimen de Venezuela. No puede consentir la broma de mal gusto de decir que las colas en las tiendas es porque los venezolanos tienen demasiado dinero, ni consentir que se declare que los presos políticos venezolanos son golpistas y que se merecen estar presos.
Pero hay algo todavía peor. No tener el valor de decir que Pablo Iglesias es una persona sin crédito personal. Que no es fiable. Que solo quiere controlar los sectores críticos del Estado para rebajar el nivel de nuestra calidad democrática. Y que con un partido de estas características no se puede llegar a ningún acuerdo.
Unas elecciones pueden perderse con dignidad. Ocurrió en 1996, cuando la pinza que puso en marcha José María Aznar con Julio Anguita estaba diseñada solo para expulsar a Felipe González de La Moncloa. A mitad de campaña, el PSOE sacó las patas por alto para denunciar la pinza que empujaban el PP e Izquierda Unida, trabando coordinadamente y juntos para que perdiera el PSOE, lo que conllevaba el triunfo de José María Aznar. ¿Se ha olvidado ya todo el mundo de que el voto en contra de Rajoy y Pablo Iglesias ha precipitado ahora la repetición de las elecciones? ¿O nos tenemos que creer que Podemos ha evitado que el Ibex35 tome la Moncloa?
No es casual la resurrección de Anguita. Él y Mariano Rajoy quieren apostar por la confrontación que resucite a las dos españas con tal de sacar del tablero al PSOE. Pero el apoyo que consiga Podemos solo va a servir para apuntalar a Rajoy.
Perdonen queridos lectores mi pasión.
Estoy firmemente convencido de que será una tragedia para España esa bipolaridad, entre una derecha sin regeneración, atenazada por la corrupción, y una izquierda agresiva, divisoria, que no quiere gobernar para todos, en un país que vive la política tan intensamente como para haber propiciado una guerra civil y una dictadura.
El primer efecto será un nuevo gobierno de Mariano Rajoy. Pero el más grave será la división de las dos españas que se han puesto de acuerdo el PP y Podemos en resucitar. Podemos no quiere sacar al PP de La Moncloa. Lo sabe Mariano Rajoy y por eso polariza la campaña, porque engordar a Podemos es la condición de debilitar al PSOE y mantenerse en el gobierno.
Creo que todavía el PSOE puede reaccionar, como hizo Felipe González frente a la alianza de Aznar con Anguita. Es una decisión personal de Pedro Sánchez y tiene toda la legitimidad para hacerlo.
En la mochila de Pedro Sánchez va su partido centenario, pero me temo que también todos los españoles.