Carod-Rovira que está en las alturas

La penúltima reaparición de Carod-Rovira ha sido menos sonada que su entrevista con ETA como vicepresidente de la Generalitat. Entonces solicitó a ETA que no practicase el terrorismo en Catalunya. Pero ha sido una reaparición como para rasgar los velos del templo.

Ahora, ha entrado en una disquisición bizantina sobre quien es o no es un auténtico catalán. Bueno, a primera vista no es tan complicado: hay quien se siente muy catalán pero no es nacionalista, los hay que se consideran tan catalanes como españoles, otros son nacionalistas del mismo modo que otros no, no faltan los nacionalistas no catalanistas, también los hay que no quieren ser españoles –o catalanes– bajo ningún concepto, los hay que son sencillamente catalanistas y también los que se consideran ciudadanos de Catalunya, según la magnífica fórmula de Tarradellas. Es un sinsentido reclamar la exclusividad sobre ser o no ser catalán.

También los hay, en fin, que no se sienten ciudadanos de ninguna parte específica, sino solo ciudadanos que pagan sus impuestos y respetan los semáforos, donde sea que vivan. A grandes rasgos, una mitad de la población de Catalunya es catalano-parlante y la otra es castellano-parlante. Y así sigue a pesar de la grave anomalía pedagógica de la inmersión lingüística.

 
Ni catalanes ni anticatalanes. Hay mil formas más de vivir en Catalunya

Según Carod, criticar el nacionalismo secesionista es una forma de auto-odio. Él cree en las identidades unívocas, eternas, deterministas. Al parecer, existe en las alturas un tribunal supremo que puede dictaminar quien es o no es catalán. Por descontado: si unos son catalanes eso significa que los otros son anticatalanes. Pero, por el contrario, la sociedad catalana es abierta y multidimensional. No hacía falta ver al presidente de la Generalitat en la CNN para saber que muchos catalanes no desean la independencia. Lo ha reconocido él mismo, aunque en el pasado reciente hablaba de mayorías indestructibles.

Una vez más, los rescoldos deterministas del nacionalismo identitario se contraponen a la noción de pluralismo crítico según Karl Popper. El pluralismo crítico es la postura por la cual, en interés de la búsqueda de la verdad, toda teoría –cuantas más teorías mejor– debe admitirse en competencia con otras teorías. Es el célebre principio de falsabilidad que para Popper constituye la base a una discusión racional: quizás yo no tengo razón, y quizás tú la tienes o tal vez estemos equivocados los dos.

También podría argumentarse que todos somos catalanes o nadie lo es. Por eso, los altos porcentajes de abstencionismo en las elecciones autonómicas no entran en la consideración nacionalista. Hemos presenciado la práctica licuefacción de no pocos mitos centrales del catalanismo. Su sustitución por el independentismo altera una continuidad histórica y cultural que, sin alcanzar nunca a ser hegemónica, representaba una forma civil y plausible de entender Catalunya. En realidad, ni catalanes ni anticatalanes. Hay mil formas más de vivir en Catalunya.