Carmen Chacón: el síndrome de Puerto Rico
La patria es un pandemonio. Los socialistas lo han olvidado y, en esta omisión (más propia del que quiere estar en misa y repicando), sobrevive Carmen Chacón, dirigente proteica, aunque intachable en términos de honestidad intelectual. Ha optado por el socialismo unitariamente español, aunque sea federal. Se queda en España. No volverá a ejercer de enlace entre el Jarama (Madrid) y la Rosa de Fuego (Barcelona). Ella, errare humanum est, avaló la sentencia del Constitucional, aquel papel maldito, cuyo solo contacto produce sarpullidos; y más tarde perdió el liderazgo de su partido frente a Rubalcaba, en el 38º Congreso de PSOE, aunque solo por 22 votos de diferencia, sobre un quorum de casi mil militantes y contra un animal político comparable con el bonapartista José Fouché, por la escama de su piel y la melodía de su prosapia. Aquel día triunfaron los delegados, los sepulcros blanqueados: “Los que te miran a los ojos, te prometen el voto y después te traicionan con una sonrisa”.
No había ocurrido nunca. Nadie se acordaba ya de que la cabeza de Zapatero estuvo a punto de rodar por Moncloa unos meses antes (en mayo de 2011) debido a un golpe oscuro del incombustible Fouché español, propinado en Ferraz. Todo quedó en un cierre de filas en torno a Rubalcaba como candidato y el recuerdo de una renuncia expresada por Chacón con lágrimas en los ojos, ante las cámaras de televisión. Pero, las cicatrices del tiempo funcionan. La ex ministra vuelve ahora con una proyección que discurre entre dos precipicios: soberanismo y centralismo. La suya es una modalidad federal suavizada, más propia del Eliseo parisino que de La Moncloa. Y el resultado es una Catalunya reflejada en abanicos desconcertantes, con ejemplos como Baviera en la República Federal; Monterrey, estado mexicano; California, dentro de la unión americana y, especialmente, Puerto Rico, un estado virtualmente no asociado a la Unión, pero totalmente dependiente del Congreso norteamericano. En todo caso, una Catalunya yuxtapuesta respecto de otras regiones europeas, vista desde el centro después de una vuelta de tuerca del Pacto Fiscal. Una nación interdependiente (un concepto polisémico, abordado por el president Mas y por su corte de intelectuales de la otra orilla); un país marcado por el síndrome de Costa Rica.
Chacón rima con insolencia compasiva. Su acerado estilo rompió el molde cuando fue nombrada por Zapatero (auspiciada por María Teresa Fernández de la Vega, una de las grandes en la lista de Victoria Kent, Federica Montseny o Ibárruri, entre otras) como titular del Ministerio de Defensa. Perfil en ristre, embarazada, mujer, catalana y socialista, ella entró para ocupar el trono de un ejército ya modernizado, pero tocado siempre por aquella costumbre inveterada de tomar el poder, por si acaso, al inicio de cada bienio liberal de nuestra historia. Fue un momento cumbre (“divino”, en la divinidad de Boris Izaguirre). Representó la victoria de la media y la derrota del calzón. La muerte dulce del correaje. Pero nadie, ni ella tampoco, pudo evitar entonces (ni ahora) el remonte del presupuesto armamentístico que exige la Alianza Atlántica (OTAN) a sus países miembros. Lo ha revelado el ex secretario de Defensa, Constantino Méndez: se gastaron 30.000 millones en material que no íbamos a usar en escenarios de confrontación, que hoy son sólo virtuales. Ya se sabe, la insaciable maquinaria de Guerra come a cuenta del contribuyente. Aunque lo peor, según aventuran los conocedores del entramado de los negocios de Estado, es que la partida de Constantino había sido vendida al ejército por el actual Ministro de Defensa, Pedro Morenés y Álvarez de Eulate (hijo del IV vizconde de Alesón y nieto de los condes del Asalto) en la etapa en la que este último era director general de la empresa paneuropea de misiles MBDA. Cuando la endogamia se cierra, la política capota.
Chacón es la misma. Sus círculos concéntricos empiezan en Javier de Paz y Miguel Barroso, marido de Carmen y moldeador de la imagen de la ex ministra. Ambos siguen siendo su núcleo duro, la salvaguarda de los voceros, Manuel López, en Ferraz, y German Rodríguez, en el Grupo Socialista del Congreso. Y detrás de este backstage, los amigos: Ángela Rubio (prensa de Zapatero en Moncloa) y Gertrudis, la secretaria del ex presidente, que odia a José Blanco y a Rubalcaba; los diputados, como José Andrés Torres, junto al grupo de ex ministros, Leire Pajín, López Aguilar o Miguel Ángel (Curro) Moratinos. A una distancia corta, el presidente castellano manchego, José María Barreda, y a media distancia un grupo de supervivientes del PSC, encabezados por José Zaragoza y del PSM, que todavía lidera Tomás Gómez. Fuera del radio, los apoyos mediáticos: Jaume Roures, dueño de Mediapro, bestia negra del Grupo Prisa en la guerra del fútbol y antiguo socio de Miguel Barroso. Es bien sabido que este último desde su cargo de Secretario de Estado diseñó un emporio de la comunicación, cuyos mejores impulsos (La Sexta) parecen ahora morir en Planeta o se hallan inmersos en procesos concursales (Público). A lo largo del zapaterismo, la manos de Roures y Barroso se prolongaron a menudo en las voces del socialismo castizo, como la de Antonio Miguel Carmona, y de otros tertulianos habituales de las cadenas privadas. Pero el apoyo de Roures a Chacón se hizo especialmente explícito en la señal que ofrecía las imágenes de los actos de campaña de la ex ministra. El satélite de Roures cuesta más de 10.000 euros por mitin, una “cantidad que jamás ha llegado a pagar el partido”, según un destacado dirigente de Ferraz.
Chacón es una mujer Fénix. Su mal disimulado disgusto de perdedora le dio alas para emprender de nuevo el vuelo, como futura candidato del PSOE a La Moncloa. Su gradación no ceja (concejala-diputada-ministra), desde el día en que Montilla le abrió la puerta confederal que la sentó al lado de Zapatero. Nacida el 13 de marzo de 1971 en Esplugues de Llobregat, hija de un bombero de Olula del Río (Almería) emigrante en Barcelona y de una abogada catalana, y nieta de un militante anarquista, se licenció en Derecho y abrazó su vocación política afiliándose de muy joven en las Juventudes Socialistas. Su primera plataforma fue el cargo de teniente de alcalde de Esplugues de Llobregat y, su eslabón intermedio, su paso por la Calle Nicaragua, sede del PSC. En el 2000, cuando no había cumplido 30 años salto a la ejecutiva del PSOE, tras aquel 35º Congreso que encumbró a Zapatero. Carmen abrazó la causa: juventud, talante, desparpajo, igualdad entre hombres y mujeres, pluralidad de España. Todo con el torticero apoyo de Alfredo Pérez Rubalcaba, un ángel caído (de los que nunca mueren), tratando de cogerse a una rama de la flamante hegemonía. Llegó entonces su archiconocida plenitud: Vicepresidenta del Congreso, Ministra de Vivienda y Ministra de Defensa.
Hoy, la batalla territorial define a la política mucho más que los modelos sociales. Frente a la apuesta recentralizadora del PP, el socialismo de Chacón rechaza la bilateralidad catalana y ofrece un desarrollo armónico del Estado de las Autonomías. Lealtad y cohesión territorial; nada más. Las dos Españas reducidas a dos principios: laminación del adversario (PP) y matiz (PSOE). Dos extremos irreconciliables, pero también inservibles ante la urgencia de transformar el arcaísmo de un aparato de Estado, cuya última versión estimable data de las Cortes de Cádiz (1810).