Carlos Solchaga: ‘el morrosco’ de Tafalla

A Solchaga sólo le falta la boina orlada para ser un requeté. Nació en Tafalla, cuna del tradicionalismo. Los íncubos de la pre-democracia recordarán que Carlos Hugo de Borbón Parma iniciaba, precisamente en aquella tierra, su romería anual a Montejurra. A su alteza roja le veían salir de buena mañana, con uniforme de los tercios y unos cuantos pacharanes en el gaznate.

Solchaga ocupó el despacho de Fuentes Quintana (el sabio de Carrión de los Condes) en el palacete de Sabatini. Se le pegó el cargo. Se hizo culo di ferro, como llaman los italianos a los burócratas, y saldó cuentas pendientes con los sindicatos. Llegó a llamarles la pocilga en la primera huelga general, la de 1988, aquella que montó la UGT de Nicolás Redondo contra Felipe para desairar a Solchaga, su auténtico enemigo.

Siendo ministro de Industria, en la primera legislatura del PSOE, prometió 800.000 puestos de trabajo con una mano, mientras que, con la otra, desmontaba el naval gaditano y las cabeceras siderúrgicas de Cartagena y Vizcaya. Solchaga, el morrosco, desmanteló y reindustrializó. Después, tras la salida de Miguel Boyer, alargó su poder a Economía para defender la peseta fuerte, en una muestra de patriotismo enano. Su broma nos costó dos devaluaciones seguidas en el 93 y hasta tuvimos que aceptar la amistad de George Soros, el tiburón enriquecido a nuestra costa y travestido en benefactor.

 
Confundió España con una California próspera que pierde competitividad desde que él, Solchaga, alcanzó la plenitud

¿Quién es el tal Solchaga?, se preguntaba irónicamente Manel Manchón en estas mismas páginas de Economía Digital. Fue el ministro de la peseta fuerte, émulo de la Francia de Orleans y trémulo ante la Alemania de Helmut Kohl. En su regreso al futuro asegura que el déficit catalán en términos de PIB no sobrepasa el 2,5%, lo cual nos lleva a la solución “respetando el principio de ordinalidad”.

Fue el ministro de Economía de un país al que él confundió con una California próspera -¿se acuerdan?- pero que pierde competitividad desde que él, Solchaga, alcanzó la plenitud. Y la alcanzó, a fe que lo hizo, en aquellos despachos de mueble bar chapado en caoba que, en otro tiempo, festonearon la peseta convertible de Fabián Estapé, la estabilización de Joan Sardà Dexeus o los planes de desarrollo de López Rodó, (aunque don Laureano sólo tomaba agua mineral).

Estudió el bachillerato en los Escolapios de Tafalla y en el Instituto de Pamplona. Se licenció en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid (1965) y amplió estudios en Basilea y en Estados Unidos. Se doctoró en 1968 y ese mismo año, el maestro Luis Ángel Rojo le proporcionó un contrato en Planificación del Desarrollo; fue funcionario en el Ministerio de Hacienda y Comercio, con Fuentes Quintana al mando. Es decir, que fue monaguillo antes que fraile.

 
Solchaga, que ha pasado por Barcelona como un huracán de rancia españolidad, compra la teoría del drenaje

Formó parte del Servicio de Estudios del Banco de España, donde se especializó en temas de economía internacional y llegó a ocupar la jefatura de sección de Balanza de Pagos y Economía Internacional. Su recorrido profesional va detrás inmediatamente de Boyer y, por escalafón de Pedro Solbes, ex ministro de Zapatero, “coladero de prebendas para las autonomías y un entreguista ante los sindicatos”.

Los tres germinaron en la época de los técnicos comerciales, una especie de economistas del Estado, el auténtico nido de los anarcas españoles, gentes que se han reconocido y ayudado en todo momento. Gallos jesuíticos de Deusto o de Santillana del Mar. Alumnos dilectos de Sánchez Asiain, de Velarde Fuertes o de Pepe Barea.

Solchaga, que esta semana ha pasado por Barcelona como un huracán de rancia españolidad, compra la teoría del drenaje. El déficit fiscal ya no es un expolio ni para los teóricos del soberanismo económico. Agradece el gesto de sus colegas aunque estén convencidos de que la segregación catalana incrementará la renta per cápita de los ciudadanos; una Catalunya independiente, que se separara amistosamente de España, ganaría unos 13.889 millones de euros cada año, un 7,1% más de su actual PIB. Y eso contando con lo que tuviera que asumir como estructuras de Estado, e incluyendo la Seguridad Social, en opinión de 18 economistas colegiados le dan a la independencia carta de naturaleza.

 
La pasión más honda de Solchaga consiste en poner a caldo a sus camaradas del PSOE

Solchaga contraataca, agorero, que la segregación de Catalunya sólo comportará traumas. Para él el Estado de las autonomías no fue un mal invento. Antoni Zabalza, que fue secretario de Estado de Hacienda con Solchaga de ministro, lo dice claro: “el modelo actual es federalista”. Sólo le falta adjetivo: federalista malo. El ex ministro de Economía está abonado a los diálogos institucionales de sordo. Ahora, entre Catalunya y España; no hace tanto, entre la Cuba de Raúl Castro y los aperturistas del interior. En esta segunda versión, socialistas-o-muerte frente a gusanos, no sacó nada en claro, salvo que algún profesor de la Habana todavía habla de los escritos del Che Guevara sobre el Banco Mundial. En la segunda versión, Catalunya versus España va por mal camino.

La pasión más honda de Solchaga consiste en poner a caldo a sus camaradas del PSOE. Siempre acaba diciendo que «aquel presidente (Zapatero) no era Bambi, ni siquiera un reno, era Papa Noel en persona con el cheque bebé y otras medidas». También mata al ex director de la Oficina Económica de Moncloa, Miguel Sebastián, “un filtro a favor de los intereses de Sacyr y Gas Natural”. Es duro de roer y no va del todo desencaminado, ahora que Sacyr destruye el penúltimo baluarte de la marca España.